El Festival de Cine de Toronto es ampliamente conocido por destacar trabajos con la paradoja del tiempo de la urgencia adentro. The Devil’s Drivers, nos cuenta Hugo Chaparro Valderrama, tardó ocho años en filmarse, sin embargo, se trata de una película que llega "en el momento justo", que materializa la urgencia, la sincronía y la necesidad de dar protagonismo y análisis a un problema puntual.
Daniel Carsenty y Mohammed Abugeth, directores de The Devil’s Drivers, son tan heroicos como sus personajes. No sólo por los ocho años de rodaje en los que estuvieron acompañándolos durante sus travesías por el desierto y por la vida ultrajante a la que están sometidos los palestinos, eternamente amenazados por los judíos: también por su compromiso absoluto para enfrentarse a los riesgos que los “conductores del diablo” sortean mientras llevan en sus carros a grupos de trabajadores clandestinos, que van a Israel para salvarse de la pobreza por la historia que les ha tocado en suerte a la sombra de una vecindad indeseable.
La levedad de las cámaras, útil para atestiguar el peligro sin pesos desmesurados que lastren el cuerpo y permitan el trabajo de los reporteros con la agilidad necesaria en la línea de fuego, cuando estamos al interior de los carros que avanzan a toda velocidad por el desierto y los conductores se comunican con sus teléfonos acerca de la presencia del ejército judío, nos sumerge visualmente en un frenesí que retrata la adrenalina en la pista de arena donde hay que tener una habilidad insólita para llegar a la meta.
La visión romántica de los beduinos, avanzando a paso de camello con sus caravanas, ha sido transformada por el tiempo. Sus descendientes, Hamouda e Ismael, los beduinos palestinos que protagonizan el documental y atraviesan como bólidos por los caminos secretos de una ruta riesgosa cuando los judíos son para ellos una amenaza crónica, suman frenéticamente un kilometraje que acaso no sospecharon jamás sus ancestros.
Un documental de acción, con treguas esporádicas cuando los héroes regresan como Ulises a su hogar, sin reducirse al exhibicionismo banal de las persecuciones automovilísticas, The Devil’s Drivers es una declaración política, filmada con la urgencia de los días, que a través del trabajo de Hamouda e Ismael nos ayuda a comprender cómo se vive en un frente de batalla vulnerado por ese racismo que quisiera hundir en el mar a los palestinos para despojarlos de sus tierras.
Las biografías de Carsenty y Abugeth nos explican su destreza visual. Carsenty ha sido reportero en el Medio Oriente de las cadenas Arte y BBC, y Abugeth ha sido periodista para Arte y la Deutsche Welle, después de una temporada en la compañía independiente Idioms Films de Ramallah. Tienen el entrenamiento de los corresponsales de guerra y un sentido ético de su profesión, que los tuvo dos años más, tras el rodaje extenuante, editando las imágenes que servirán de testimonio histórico cuando se quiera comprender parte del conflicto en la región.
Conscientes de la distancia geográfica que puedan tener los espectadores con la ciudad de Yatta en Hebrón, donde viven los protagonistas, desde el inicio del documental Hamouda nos sitúa en el espacio por el que pasa con su primo como una exhalación: “A la izquierda está Israel, a la derecha está Palestina”.
Lo dice mientras conduce como si el mundo fuera a explotar y sabemos que la trocha es una línea delgada en medio de los balazos; un umbral prohibido de transitar y, en caso de infringir la ley marcial de los judíos, un delito que condena a la prisión por un par de meses a quien se atreva a cruzarlo.
Sucede ante los ojos del mundo y el cine lo hace todavía más evidente gracias a la tecnología vigilante de las cámaras, rechazando el carácter neutro de los noticieros que registran los hechos con frialdad informativa o explotando el llanto rentable de las víctimas para subir el rating.
El acompañamiento que hace el documental de las vidas de Hamouda e Ismael, además de las vidas de los beduinos que se solidarizan con ellos en la ruta para que lleguen a su destino, revela una intimidad vulnerada por allanamientos nocturnos de parte del ejército judío; por la demolición arbitraria de las casas de los palestinos; por un diálogo de sordos en el que una ametralladora importa más que un argumento. Una intimidad en la que sabemos de las ilusiones que tienen los conductores por tener una vida tranquila con su familia, algo difícil de conseguir cuando un juez condena a Ismael a pasar un año y medio en la cárcel, dilatando un proceso del que sale libre tras comprobarse que no sabía nada de los “obreros” que lo contrataron para hacer el viaje y eran en realidad terroristas, enterándose Ismael después de que hubieran sucedido los hechos por los que fue buscado y detenido por supuesta complicidad.
Frenética como cada carrera que vemos en la pantalla, la película de Carsenty y Abugeth es el nuevo episodio de una historia sobre la colonización traicionera en la Franja de Gaza; una historia que cuenta con el favor del cine portátil y con su rapidez para brindar testimonios en el momento en el que sucede el desastre; una consecuencia de la evolución de la forma al servicio de los contenidos que expresan la turbulencia de un mundo en amenaza perpetua.
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TORONTO 2021 (05) - CINE DE URGENCIA
El Festival de Cine de Toronto es ampliamente conocido por destacar trabajos con la paradoja del tiempo de la urgencia adentro. The Devil’s Drivers, nos cuenta Hugo Chaparro Valderrama, tardó ocho años en filmarse, sin embargo, se trata de una película que llega "en el momento justo", que materializa la urgencia, la sincronía y la necesidad de dar protagonismo y análisis a un problema puntual.
Daniel Carsenty y Mohammed Abugeth, directores de The Devil’s Drivers, son tan heroicos como sus personajes. No sólo por los ocho años de rodaje en los que estuvieron acompañándolos durante sus travesías por el desierto y por la vida ultrajante a la que están sometidos los palestinos, eternamente amenazados por los judíos: también por su compromiso absoluto para enfrentarse a los riesgos que los “conductores del diablo” sortean mientras llevan en sus carros a grupos de trabajadores clandestinos, que van a Israel para salvarse de la pobreza por la historia que les ha tocado en suerte a la sombra de una vecindad indeseable.
La levedad de las cámaras, útil para atestiguar el peligro sin pesos desmesurados que lastren el cuerpo y permitan el trabajo de los reporteros con la agilidad necesaria en la línea de fuego, cuando estamos al interior de los carros que avanzan a toda velocidad por el desierto y los conductores se comunican con sus teléfonos acerca de la presencia del ejército judío, nos sumerge visualmente en un frenesí que retrata la adrenalina en la pista de arena donde hay que tener una habilidad insólita para llegar a la meta.
La visión romántica de los beduinos, avanzando a paso de camello con sus caravanas, ha sido transformada por el tiempo. Sus descendientes, Hamouda e Ismael, los beduinos palestinos que protagonizan el documental y atraviesan como bólidos por los caminos secretos de una ruta riesgosa cuando los judíos son para ellos una amenaza crónica, suman frenéticamente un kilometraje que acaso no sospecharon jamás sus ancestros.
Un documental de acción, con treguas esporádicas cuando los héroes regresan como Ulises a su hogar, sin reducirse al exhibicionismo banal de las persecuciones automovilísticas, The Devil’s Drivers es una declaración política, filmada con la urgencia de los días, que a través del trabajo de Hamouda e Ismael nos ayuda a comprender cómo se vive en un frente de batalla vulnerado por ese racismo que quisiera hundir en el mar a los palestinos para despojarlos de sus tierras.
Las biografías de Carsenty y Abugeth nos explican su destreza visual. Carsenty ha sido reportero en el Medio Oriente de las cadenas Arte y BBC, y Abugeth ha sido periodista para Arte y la Deutsche Welle, después de una temporada en la compañía independiente Idioms Films de Ramallah. Tienen el entrenamiento de los corresponsales de guerra y un sentido ético de su profesión, que los tuvo dos años más, tras el rodaje extenuante, editando las imágenes que servirán de testimonio histórico cuando se quiera comprender parte del conflicto en la región.
Conscientes de la distancia geográfica que puedan tener los espectadores con la ciudad de Yatta en Hebrón, donde viven los protagonistas, desde el inicio del documental Hamouda nos sitúa en el espacio por el que pasa con su primo como una exhalación: “A la izquierda está Israel, a la derecha está Palestina”.
Lo dice mientras conduce como si el mundo fuera a explotar y sabemos que la trocha es una línea delgada en medio de los balazos; un umbral prohibido de transitar y, en caso de infringir la ley marcial de los judíos, un delito que condena a la prisión por un par de meses a quien se atreva a cruzarlo.
Sucede ante los ojos del mundo y el cine lo hace todavía más evidente gracias a la tecnología vigilante de las cámaras, rechazando el carácter neutro de los noticieros que registran los hechos con frialdad informativa o explotando el llanto rentable de las víctimas para subir el rating.
El acompañamiento que hace el documental de las vidas de Hamouda e Ismael, además de las vidas de los beduinos que se solidarizan con ellos en la ruta para que lleguen a su destino, revela una intimidad vulnerada por allanamientos nocturnos de parte del ejército judío; por la demolición arbitraria de las casas de los palestinos; por un diálogo de sordos en el que una ametralladora importa más que un argumento. Una intimidad en la que sabemos de las ilusiones que tienen los conductores por tener una vida tranquila con su familia, algo difícil de conseguir cuando un juez condena a Ismael a pasar un año y medio en la cárcel, dilatando un proceso del que sale libre tras comprobarse que no sabía nada de los “obreros” que lo contrataron para hacer el viaje y eran en realidad terroristas, enterándose Ismael después de que hubieran sucedido los hechos por los que fue buscado y detenido por supuesta complicidad.
Frenética como cada carrera que vemos en la pantalla, la película de Carsenty y Abugeth es el nuevo episodio de una historia sobre la colonización traicionera en la Franja de Gaza; una historia que cuenta con el favor del cine portátil y con su rapidez para brindar testimonios en el momento en el que sucede el desastre; una consecuencia de la evolución de la forma al servicio de los contenidos que expresan la turbulencia de un mundo en amenaza perpetua.
Laboratorios Frankenstein©
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