Casi al cierre del festival, Hugo Chaparro Valderrama crea una telaraña de enlaces y convergencias. La nueva película del maestro Terence Davies sigue insistiendo en la vinculación que tiene el cine con la palabra poética y la nueva de Laurent Cantet busca la enzima que hace de la realidad ese terreno de fango y de conflictos.
Terence Davies, en la presentación de Benediction, su biografía cinematográfica de Siegfried Sassoon –el poeta británico que sufrió la experiencia traumática de la Primera Guerra Mundial y los delirios y desengaños pasionales del amor que no se atreve a decir su nombre, endulzado como un pastel de alfileres por Ivor Novello, el actor que mata rubias en The Lodger, de Alfred Hitchcock, y que al final de su historia con Sassoon exageró su arrogancia como una forma del desprecio–; el director que ha hecho de su filmografía un despliegue de refinamiento visual y temático en The Long Day Closes y The House of Mirth, nos recordó este año una idea que define su trabajo:
“Cada vez que miremos a través del lente tenemos que creer en el plano, porque si creemos en él, esperamos que a otros les suceda lo mismo. Hay que escuchar con el oído interior y mirar con el ojo interior, y eso tiene que ser verdad”.
Benediction –como su película anterior, A Quiet Passion (2016), en la que narra la biografía discreta de Emily Dickinson– es la evidencia de su toque de distinción acerca de la verdad que transmite un plano para recordar la utilería de otra época y de su temperamento.
Los conflictos de Sassoon por sus amores perdidos –a causa de la guerra, como sucedió con otro mito poético, Wilfred Owen, muerto a la edad de 25 años–; por su armisticio homosexual cuando contrajo matrimonio con Hester Gatty; por las neurosis heredadas a la tragedia que presenció en el campo de batalla, traducidas a su poesía como un testimonio sin romanticismos heroicos, son el material de un sueño que muestra el sentido de la verdad cinematográfica como la entiende Terence Davies.
En un momento en el que la galería cultural, que ha moldeado con sus héroes el pensamiento del mundo, ha servido para que la industria explote la curiosidad del público por la vida de sus personajes, Davies ennoblece la perspectiva de la nostalgia con una historia que seduce por la forma con la que se reconstruyen las memorias del pasado.
Los hallazgos tecnológicos que permiten ver cómo envejece en la brevedad de un plano el hombre que fue Sassoon durante su juventud y el anciano en el que se convirtió, fastidiado con un mundo mucho más joven que él, pusieron a prueba el talento del estilista que es Davies y su equipo de producción para resolver en la pantalla qué y cómo lo vemos en cada plano: el testimonio de los muertos rescatado con la sinceridad de la cámara, en este caso, del poeta preguntándose sobre sus dilemas teológicos, sobre la suerte literaria que tuvo en el mundo –y que lo hizo envidiar el Nobel a T. S. Eliot–, recordando el naufragio en la marea de sus amores tortuosos, es decir, aprovechando el director la verdad de cada plano para acercarse a las distintas verdades de su personaje.
Un juego de afinidades que decide el encuentro entre los espectadores que conozcan la biografía del poeta y la mirada del director, que en Benediction presenta una versión de los hechos, tan justa y tan relativa como puede ser el misterio de cualquier existencia.
Un ejemplo entre tantos que se presentaron durante el Festival de Toronto para comprender algo esquivo como las verdades del pasado y del presente a través del cine: mientras Davies establece un paralelo que compara a los soldados con ganado bélico, algo que Sassoon enfatizó en el desencanto de su poesía, el arco de las ironías acerca del hombre que extermina al hombre tuvo en Arthur Rambo, de Laurent Cantet, una explicación al racismo con la historia de Karim, un joven escritor árabe que se convierte en algo tan impredecible como una estrella literaria en el circuito francés cuando narra la biografía de su madre al mismo tiempo que lo condenan sus ironías, lanzadas por el abismo virtual en el que Karim firma como Arthur Rambo –sí, algo que no se pronuncia con el mismo aliento el mismo día, ni siquiera con un juego de palabras: Rimbaud y Rambo, el bello y el bestia–; un seudónimo tras el que se escuda el autor para pretender, con ironías brutales, burlarse del racismo que amenaza a su comunidad en los suburbios parisinos.
“Verano en Auschwitz: aún hay puestos en el tren” o “Hay una cierta poesía en el ruido que hace un Kalashnikov” son ejemplos de los tweets con los que Arthur Rambo escupe en la dignidad racial de sus paisanos, sin lograr el efecto de la reflexión con la exageración: su sentido del humor, caricaturesco y con intenciones de política ingenua se devuelve contra él como un boomerang y la estrella, que subió como la espuma, se derrite como la nieve cuando absolutamente todo el mundo, incluida su madre, le da la espalda.
Arthur Rambo, basada en un personaje tan polémico en Francia como el comentarista de radio Mehdi Meklat, deja abierta la discusión posible –e interminable– sobre la segregación en Francia, la vida al margen de la riqueza, el manejo de los medios de comunicación en un tema tan espinoso como la tolerancia –¿recuerdan el atentado a Charlie Hebdo en 2015?–, sin otra manipulación que los criterios y las opiniones para aceptar o rechazar una historia que debería ser proyectada en las plazas públicas, ante un público conformado por ultraderechistas, árabes, católicos y musulmanes, como un servicio social del cine a la comunidad que lo propicia.
Nos referimos en una de nuestras entregas sobre el festival a un documental que calificamos de heroico, The Devil’s Drivers, otro episodio sobre los crímenes a la humanidad que cometen los judíos con los palestinos. Así como la historia del cine ha sido recurrente para enjuiciar a los nazis por una tragedia tan desmesurada como el holocausto, ahora el juicio debería sentar a las víctimas en el banquillo de los acusados por el exterminio sistemático de los palestinos.
Y no es el único tema al que ha sido sensible el Festival de Toronto, tanto a un lado y otro en el mapa del conflicto. Recordar el trabajo documental de Alanis Obomsawin, los conflictos de racismo ultrajante con los indígenas, las libertades sexuales como manifestaciones de independencia ante la uniformidad binaria de la raza humana, a corto o largo plazo construyen los criterios de un espectador que desde su butaca en la sala –o en la atmósfera aséptica del mundo virtual–, agradece el panorama del mundo que en un lapso de diez días nos deja hacer un diagnóstico del estado de salud del cine.
Top Ten TIFF 2021 - Laboratorios Frankenstein
1. Are You Lonesome Tonight? (Shipei Wen)
2. Ste. Anne (Rhayne Vermette)
3. The Devil’s Drivers (Daniel Carsenti & Mohammed Abugeth)
4. Matar a la bestia (Agustina San Martín)
5. Arthur Rambo (Lauren Cantet)
6. Benediction (Terence Davies)
7. Three Floors (Nani Moretti)
8. Aloners (Hong Sung-eun)
9. Silent Land (Agnieszka Woszczyńska)
10. Three Minutes – A Lengthening (Bianca Stigter)
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TORONTO 2021 (07) - LA MIRADA INTERIOR
Casi al cierre del festival, Hugo Chaparro Valderrama crea una telaraña de enlaces y convergencias. La nueva película del maestro Terence Davies sigue insistiendo en la vinculación que tiene el cine con la palabra poética y la nueva de Laurent Cantet busca la enzima que hace de la realidad ese terreno de fango y de conflictos.
Terence Davies, en la presentación de Benediction, su biografía cinematográfica de Siegfried Sassoon –el poeta británico que sufrió la experiencia traumática de la Primera Guerra Mundial y los delirios y desengaños pasionales del amor que no se atreve a decir su nombre, endulzado como un pastel de alfileres por Ivor Novello, el actor que mata rubias en The Lodger, de Alfred Hitchcock, y que al final de su historia con Sassoon exageró su arrogancia como una forma del desprecio–; el director que ha hecho de su filmografía un despliegue de refinamiento visual y temático en The Long Day Closes y The House of Mirth, nos recordó este año una idea que define su trabajo:
“Cada vez que miremos a través del lente tenemos que creer en el plano, porque si creemos en él, esperamos que a otros les suceda lo mismo. Hay que escuchar con el oído interior y mirar con el ojo interior, y eso tiene que ser verdad”.
Benediction –como su película anterior, A Quiet Passion (2016), en la que narra la biografía discreta de Emily Dickinson– es la evidencia de su toque de distinción acerca de la verdad que transmite un plano para recordar la utilería de otra época y de su temperamento.
Los conflictos de Sassoon por sus amores perdidos –a causa de la guerra, como sucedió con otro mito poético, Wilfred Owen, muerto a la edad de 25 años–; por su armisticio homosexual cuando contrajo matrimonio con Hester Gatty; por las neurosis heredadas a la tragedia que presenció en el campo de batalla, traducidas a su poesía como un testimonio sin romanticismos heroicos, son el material de un sueño que muestra el sentido de la verdad cinematográfica como la entiende Terence Davies.
En un momento en el que la galería cultural, que ha moldeado con sus héroes el pensamiento del mundo, ha servido para que la industria explote la curiosidad del público por la vida de sus personajes, Davies ennoblece la perspectiva de la nostalgia con una historia que seduce por la forma con la que se reconstruyen las memorias del pasado.
Los hallazgos tecnológicos que permiten ver cómo envejece en la brevedad de un plano el hombre que fue Sassoon durante su juventud y el anciano en el que se convirtió, fastidiado con un mundo mucho más joven que él, pusieron a prueba el talento del estilista que es Davies y su equipo de producción para resolver en la pantalla qué y cómo lo vemos en cada plano: el testimonio de los muertos rescatado con la sinceridad de la cámara, en este caso, del poeta preguntándose sobre sus dilemas teológicos, sobre la suerte literaria que tuvo en el mundo –y que lo hizo envidiar el Nobel a T. S. Eliot–, recordando el naufragio en la marea de sus amores tortuosos, es decir, aprovechando el director la verdad de cada plano para acercarse a las distintas verdades de su personaje.
Un juego de afinidades que decide el encuentro entre los espectadores que conozcan la biografía del poeta y la mirada del director, que en Benediction presenta una versión de los hechos, tan justa y tan relativa como puede ser el misterio de cualquier existencia.
Un ejemplo entre tantos que se presentaron durante el Festival de Toronto para comprender algo esquivo como las verdades del pasado y del presente a través del cine: mientras Davies establece un paralelo que compara a los soldados con ganado bélico, algo que Sassoon enfatizó en el desencanto de su poesía, el arco de las ironías acerca del hombre que extermina al hombre tuvo en Arthur Rambo, de Laurent Cantet, una explicación al racismo con la historia de Karim, un joven escritor árabe que se convierte en algo tan impredecible como una estrella literaria en el circuito francés cuando narra la biografía de su madre al mismo tiempo que lo condenan sus ironías, lanzadas por el abismo virtual en el que Karim firma como Arthur Rambo –sí, algo que no se pronuncia con el mismo aliento el mismo día, ni siquiera con un juego de palabras: Rimbaud y Rambo, el bello y el bestia–; un seudónimo tras el que se escuda el autor para pretender, con ironías brutales, burlarse del racismo que amenaza a su comunidad en los suburbios parisinos.
“Verano en Auschwitz: aún hay puestos en el tren” o “Hay una cierta poesía en el ruido que hace un Kalashnikov” son ejemplos de los tweets con los que Arthur Rambo escupe en la dignidad racial de sus paisanos, sin lograr el efecto de la reflexión con la exageración: su sentido del humor, caricaturesco y con intenciones de política ingenua se devuelve contra él como un boomerang y la estrella, que subió como la espuma, se derrite como la nieve cuando absolutamente todo el mundo, incluida su madre, le da la espalda.
Arthur Rambo, basada en un personaje tan polémico en Francia como el comentarista de radio Mehdi Meklat, deja abierta la discusión posible –e interminable– sobre la segregación en Francia, la vida al margen de la riqueza, el manejo de los medios de comunicación en un tema tan espinoso como la tolerancia –¿recuerdan el atentado a Charlie Hebdo en 2015?–, sin otra manipulación que los criterios y las opiniones para aceptar o rechazar una historia que debería ser proyectada en las plazas públicas, ante un público conformado por ultraderechistas, árabes, católicos y musulmanes, como un servicio social del cine a la comunidad que lo propicia.
Nos referimos en una de nuestras entregas sobre el festival a un documental que calificamos de heroico, The Devil’s Drivers, otro episodio sobre los crímenes a la humanidad que cometen los judíos con los palestinos. Así como la historia del cine ha sido recurrente para enjuiciar a los nazis por una tragedia tan desmesurada como el holocausto, ahora el juicio debería sentar a las víctimas en el banquillo de los acusados por el exterminio sistemático de los palestinos.
Y no es el único tema al que ha sido sensible el Festival de Toronto, tanto a un lado y otro en el mapa del conflicto. Recordar el trabajo documental de Alanis Obomsawin, los conflictos de racismo ultrajante con los indígenas, las libertades sexuales como manifestaciones de independencia ante la uniformidad binaria de la raza humana, a corto o largo plazo construyen los criterios de un espectador que desde su butaca en la sala –o en la atmósfera aséptica del mundo virtual–, agradece el panorama del mundo que en un lapso de diez días nos deja hacer un diagnóstico del estado de salud del cine.
Top Ten TIFF 2021 - Laboratorios Frankenstein
1. Are You Lonesome Tonight? (Shipei Wen)
2. Ste. Anne (Rhayne Vermette)
3. The Devil’s Drivers (Daniel Carsenti & Mohammed Abugeth)
4. Matar a la bestia (Agustina San Martín)
5. Arthur Rambo (Lauren Cantet)
6. Benediction (Terence Davies)
7. Three Floors (Nani Moretti)
8. Aloners (Hong Sung-eun)
9. Silent Land (Agnieszka Woszczyńska)
10. Three Minutes – A Lengthening (Bianca Stigter)
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