La idea del cambio, que era esa idea que venía rumiando Gómez Sánchez en esta titánica entrega –a la vez delirio y mapa personal–, aquí se cristaliza. Es el adiós agridulce, el adiós después de la tarea hecha. Una elocuente recompensa para todos los lectores que han seguido el viaje.
Veinte horas no es nada (12): no te equivoques de enemigo
Sobre Diario de viaje: antecedentes, carácter y no-repercusiones de un manifiesto
Santiago Andrés Gómez Sánchez
***
[quiero privilegiar el desborde, la desmesura, lo oceánico en la escritura]
Así que Joche se parcha en su pieza de La Habana, en casa de Aydé, adonde iríamos Adri y yo más de veinte años más tarde, pero cuando Pedro, nuestro amigo de La Habana, era aún un niño… Pone a Bob Marley, lo que suena es Real Situation… Oigan bien Real Situation (haré una lista de canciones para acompañar este artículo oceánico). Suena todo el comienzo del elepé, en su parlamento, las cuatro primeras canciones del Uprising, mejor dicho, una obra cumbre, como La consagración de la primavera, el concierto Emperador de Beethoven, cosas así, o la Salve Regina de Palestrina, Wish You Were Here, algo que, parce, te cambia de cabo a rabo si le prestás un poco de atención, si la considerás, si la volvés a oír con más atención y te apartás de tu zonzo afán. Mientras eso suena (“el hombre más grande que has visto fue alguna vez solo un niño”… “no tenemos amigos en la alta sociedad”… “dónde comenzó todo, dónde acabará”…), Joche va hablando. ¿Dónde estará ese casete? Yo esperé unos siete meses más, o nueve, para editar Diario de viaje (Gómez Sánchez, 1996), hasta que aparece el envío de Joche y yo lo destapo, ahí está el casete, ahí está el hombre, ausente, su espíritu, su voz, respondiendo a las preguntas que le he enviado en una carta psicodélica, seguro hasta coloreada con colores Prismacolor que yo usaba en esos días para imitar a Leonardo y a Van Gogh. Y dice Joche tantas cosas que no parece responder todavía, y luego sí las replantea y se responde, todo bien, y ya, desenfocado, reflexiona sobre el cine latinoamericano y sale con la perla: no podemos competir con lo que no se puede competir.
Una frase madera típica, como la otra, brillante, de César, años luego: tombo es tombo.
Ninguna redundancia, mija. Joche (y César) si algo tiene(n) es escuela, y aquí le quitan capas de brillo a un moho. Si usted no comprende la variación en el verbo poder que le aplica el más que unitario, universal verbo competir, el problema es suyo. Demos un brinco al tercer manifiesto salvaje, de julio del 2019, en el que evocamos la figura de Mauricio Lezama, cineasta de provincias, trabajador salvaje puro, con lo que tiene a mano, no poco, para hacer memoria de su comunidad, asesinado como parte de esta masacre encubierta por goteo que hacen por persona interpuesta los psicóticos encorbatados del establecimiento a los líderes sociales, a la gente como usted y como su señora madre. Lo oponemos a la cápsula viral de una chica regomela que se quejaba en redes por las protestas callejeras, marica, e invitaba a trabajar, a hacer cine para “mover millones” y traer progreso a este país feo o pobre, al que le roban más de veinte billones de pesos cada año y es porque no hay plata para nada, no hay, no hay, no hay. Ni para cultura ni para nada, ni para la editora amiga, ni para el documentalista rival, para nadie, para nada. Lo que hay que hacer es industria, parece decir la chica. Y demos un brinco a los noventa, otra vez, cuando yo subo las escaleras del Palacio de Nariño y la directora de Colcultura, de camino al salón donde el narco ese nos entregará a varios creadores los pergaminos que certifican el Premio Nacional, en mi caso a Diario de viaje, me pregunta por el gordo Álvarez, mi padrino, me da sus condolencias y dice: “Oye, es que en Medellín es donde se están haciendo cosas ahora”.
Claro, por eso yo tenía esperanzas en el video y en la televisión comunitaria. Y lo que se hace es lo que se presenta en muestras internacionales por esos días como cine colombiano: obras en video industrial o profesional, pero en video, casi nada en cine. A mí me están dando la razón, por fin, pienso, luego de las burlas del grupo de redacción de Kinetoscopio (eso ya lo conté aquí y lo cuento mejor en este enlace) cuando yo llamaba a que creáramos una sección con el nombre de Videógrafo para hablar del rico auge del video nacional, no menos que cine, como me lo había enseñado el Gordo.
Y demos un brinco para no caer en el muro de las lamentaciones, hasta el año 2015 o 2016, dos décadas bien contadas más tarde, cuando a la salida del viejo Teatro Heredia, hoy Adolfo Mejía, en Cartagena, mientras hago fila para entrar al homenaje que se le rendirá a Luis Ospina, oigo en un grupo de cineastas rolos reunido al lado estas palabras: “Oiga, es que a Medellín es a donde hay que ir a rodar, marica, allá están es abiertos de patas”. Yo callo, estoy malencarado, casi siempre es así, pero por imitar a Jagger, por sorprender con mi sonrisa de loco, y al rato miro de frente al grupito, de frente. Entre ellos se destaca la máxima autoridad en Proimágenes, un ser encantador a quien le debo más de una, y nos saludamos con una sincera sonrisa de afecto. Pero yo sigo callado, pensando en cómo ha cambiado todo. Las palabras “abiertos de patas” resuenan en mi mente. Cuando antes era en mi tacita de plata en donde “se estaban haciendo cosas”. Fuimos la capital del cine por un breve instante, que no se nos olvide, jua. Y hoy, pensémoslo un momento, ¿lo que buscamos es competir abiertos de patas con lo que sí se puede competir? No quiero extenderme en consideraciones que otros, como Pedro Adrián Zuluaga, podrán hacer mucho mejor que yo en este trance, con el culo plancho de tanto escribir y la columna como un ocho, pero quiero solo hacer más énfasis debido en la diferencia ideal o semántica entre competir y hacer memoria o hacer cultura. Desde luego que por la memoria y por la sola posibilidad de crear, sin mencionar el reconocimiento, hay una lucha, una competencia, pero esas luchas y competencias idealmente son distintas a la competencia mercantil, la cual establece solo una ley de oferta y demanda. Idealmente, la memoria no es un producto comercial. Idealmente, la expresión artística en la cultura occidental no es lo mismo que un negocio. Sin embargo, todos sabemos que el propio Pedro llegó a decir en la presentación de su blog que vendía su cabeza, lo cual no es sino el reconocimiento de las dinámicas que nos gobiernan a todos, incluso (y a veces de manera muy solapada) a los intelectuales.
Si yo me he alejado de estas dinámicas se debe a dos cosas: un trauma y una ventaja. El trauma está en mi cicatriz de más de medio cuerpo quemado y un lunar con vejiga en el otro medio, y la ventaja, por supuesto, en lo que mucho tiempo me demoré en aceptar como mi cuna, que tampoco es que sea de aristócrata, no es de oligarca, ni es de oro, pero sí es la de un hogar más bien desahogado en el momento afortunado en que nazco, ya con un papá magistrado. Me veo como Buñuel, más o menos, porque no paramos de trabajar y algo devengamos en Ojo Mágico, pero apoyados, como el cineasta aragonés y su familia casi hasta los cincuenta años del entonces llamado jefe de hogar, o hasta más edad aun, por varios mecenas, desde lejos, luego de tener que huír el hombre con los suyos de la Francia nazi, de la España franquista, del Hollywood cazador de brujas, refacho, que por comunista, cuando lo que era, era peor: era surrealista, y yo salvaje. ¿Pero qué es lo que nos hemos jugado Adriana y yo, sobre todo después de hacer Tratado sobre la mentira (Gómez Sánchez, 2014) y quedar yo un poco mal parado en esta ciudad y esta región, no menos civilizada que la Falange franquista o el Berlín de los años treinta e incluso los cuarenta del siglo xx? ¿Qué nos seguimos jugando? Esa es una pregunta que ya me hecho en otro foro como este. Aquí debo señalar, para finalizar este escrito, lo que Diario de viaje y toda la experiencia de Madera Salvaje inscribieron en mí, en mi ética vertiginosa de cineasta, en relación con esas dinámicas de mercado que encontraron una fenomenal oportunidad de afianzamiento con el nuevo centralismo del siglo xxi para el cine y la análoga (centralizada) privatización de la televisión. Al momento privilegiado del video en Medellín durante los noventa se sucedió un rezago porque el cine volvió a surgir y surgió desde donde podía ser maniobrable, digámoslo así, o eficiente, en realidad manipulable. La Ley de Cine se mostró eficaz para dar estatus a la imagen audiovisual, de modo que lo que Óscar Campo había definido ante nosotros los salvajes como “democratización de la imagen” en el seminario de cine documental de 1993 en el Colombo Americano, se volvió de a pocos una burocracia elitista para grandes empresas, hasta el punto de que para todos hoy esa falsa dinámica de mercado es lo natural.
Y digo falsa dinámica de mercado porque en realidad el neoliberalismo solo da cabida a un mercado globalizado según los privilegios arancelarios y de toda índole que se le dan a los grandes monopolios y según unas lógicas que culturalmente diseminan sus propios valores camuflados en productos artísticos de una u otra tendencia.
♪♪Si los mercados internos se fortalecieran en virtud a
la competencia, ♪♪si se pensara el mercado según una visión de servicios que
guiara al crecimiento económico, ♪♪o mejor dicho, si
la desregulación de los mercados operara de verdad como
se ha planteado ♪♪(o sea: regulándose por sí sola), ♪♪arribaríamos a
un paraíso encantador, ♪♪pero eso es paja de la de los
perros y hombres y niños y niñas de paja que
el sistema mata ♪♪cuando necesita y encuentra enemigos ♪♪.
Decirle esto a los compañeros del gremio es encontrar la incomprensión al modo de la obra de Ibsen (Un enemigo del pueblo), porque todos dependemos del mercado. Pero oiga vea: lo que se da en nuestro sistema no es la tal dinámica de mercado y de libertad de empresa ni el triunfo del emprendedor. De hecho, el auge de los emprendimientos es un distractor de la enorme dificultad de hacer empresa para el humilde y la franca imposibilidad de casi todos de competir con el gran capital. ¿Qué es lo que pasa, entonces?
♪♪El estado ayuda al que le dé prestigio de bueno al poder ♪♪.
Lo que hay en Colombia son miles de creadores audiovisuales que no tienen cómo, y todos mirando para el mismo lado. ¿Pero es realmente necesario mirar para Bogotá y desde Bogotá a las soñadas metrópolis para crear? ¿Hacer cultura es entrar a los circuitos de chismorreo elevado, tipo Arcadia? ¿Y aquellos que batallan ahí no caen, como nos lo dice Muerdo en Lejos de la ciudad, en los vicios eurocéntricos que sustentan coherentemente al gran capital mundial? Estas preguntas son dignas de hacerse y de responderse con los pies realmente sobre la tierra, mejor descalzos, mejor en círculo, o de a dos, o solos, y mejor con café, o chocolate, o tabaco, o mambe, en la cabeza, sin el signo pesos cerquita y algo verde a la vista y algo palpitante en el regazo, en el pecho, entre las sienes y las piernas.
Veinte horas no es nada.
Así yo me lo he jugado todo, porque no solo de pan vive el ser: eso no es cuento gringo, judío o lo que sea. En mi crítica, Pedro Adrián, Pablo, estimados lectores que hayan llegado hasta acá, Óscar, maestro, no hablo con una palabra que se baste ni que postule mi nombre. Yo hubiera preferido no ganarme ningún premio, sino que la televisión nunca hubiera sido privatizada. Hay que poner un punto suspensivo, uno. Muchas cosas se quedan en el tintero, pero hemos pasado de setenta páginas, y ese era mi límite, el plante. Nunca es bueno excederse. Ni siquiera en el exceso, en la descarga.
Lista de canciones
Viento (Caifanes), La vida no vale nada (Pablo Milanés), Dandelion (The Rolling Stones), Juanito Alimaña (Héctor Lavoe y Willie Colón), Misty Morning (Bob Marley), Jesus Doesn’t Want Me for a Sunbeam (Nirvana), Astronomy Domine (Pink Floyd), Guaguancó raro (Richi Ray y Bobby Cruz), With a Little Help from My Friends (The Beatles), Ich bin der Welt abhanden gekommen (Gustav Mahler), El Justiciero (Bajo Tierra), Street Fighting Man (The Rolling Stones)
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VEINTE HORAS NO ES NADA: NO TE EQUIVOQUES DE ENEMIGO (12)
La idea del cambio, que era esa idea que venía rumiando Gómez Sánchez en esta titánica entrega –a la vez delirio y mapa personal–, aquí se cristaliza. Es el adiós agridulce, el adiós después de la tarea hecha. Una elocuente recompensa para todos los lectores que han seguido el viaje.
Veinte horas no es nada (12): no te equivoques de enemigo
Sobre Diario de viaje: antecedentes, carácter y no-repercusiones de un manifiesto
Santiago Andrés Gómez Sánchez
***
[quiero privilegiar el desborde, la desmesura, lo oceánico en la escritura]
Así que Joche se parcha en su pieza de La Habana, en casa de Aydé, adonde iríamos Adri y yo más de veinte años más tarde, pero cuando Pedro, nuestro amigo de La Habana, era aún un niño… Pone a Bob Marley, lo que suena es Real Situation… Oigan bien Real Situation (haré una lista de canciones para acompañar este artículo oceánico). Suena todo el comienzo del elepé, en su parlamento, las cuatro primeras canciones del Uprising, mejor dicho, una obra cumbre, como La consagración de la primavera, el concierto Emperador de Beethoven, cosas así, o la Salve Regina de Palestrina, Wish You Were Here, algo que, parce, te cambia de cabo a rabo si le prestás un poco de atención, si la considerás, si la volvés a oír con más atención y te apartás de tu zonzo afán. Mientras eso suena (“el hombre más grande que has visto fue alguna vez solo un niño”… “no tenemos amigos en la alta sociedad”… “dónde comenzó todo, dónde acabará”…), Joche va hablando. ¿Dónde estará ese casete? Yo esperé unos siete meses más, o nueve, para editar Diario de viaje (Gómez Sánchez, 1996), hasta que aparece el envío de Joche y yo lo destapo, ahí está el casete, ahí está el hombre, ausente, su espíritu, su voz, respondiendo a las preguntas que le he enviado en una carta psicodélica, seguro hasta coloreada con colores Prismacolor que yo usaba en esos días para imitar a Leonardo y a Van Gogh. Y dice Joche tantas cosas que no parece responder todavía, y luego sí las replantea y se responde, todo bien, y ya, desenfocado, reflexiona sobre el cine latinoamericano y sale con la perla: no podemos competir con lo que no se puede competir.
Una frase madera típica, como la otra, brillante, de César, años luego: tombo es tombo.
Ninguna redundancia, mija. Joche (y César) si algo tiene(n) es escuela, y aquí le quitan capas de brillo a un moho. Si usted no comprende la variación en el verbo poder que le aplica el más que unitario, universal verbo competir, el problema es suyo. Demos un brinco al tercer manifiesto salvaje, de julio del 2019, en el que evocamos la figura de Mauricio Lezama, cineasta de provincias, trabajador salvaje puro, con lo que tiene a mano, no poco, para hacer memoria de su comunidad, asesinado como parte de esta masacre encubierta por goteo que hacen por persona interpuesta los psicóticos encorbatados del establecimiento a los líderes sociales, a la gente como usted y como su señora madre. Lo oponemos a la cápsula viral de una chica regomela que se quejaba en redes por las protestas callejeras, marica, e invitaba a trabajar, a hacer cine para “mover millones” y traer progreso a este país feo o pobre, al que le roban más de veinte billones de pesos cada año y es porque no hay plata para nada, no hay, no hay, no hay. Ni para cultura ni para nada, ni para la editora amiga, ni para el documentalista rival, para nadie, para nada. Lo que hay que hacer es industria, parece decir la chica. Y demos un brinco a los noventa, otra vez, cuando yo subo las escaleras del Palacio de Nariño y la directora de Colcultura, de camino al salón donde el narco ese nos entregará a varios creadores los pergaminos que certifican el Premio Nacional, en mi caso a Diario de viaje, me pregunta por el gordo Álvarez, mi padrino, me da sus condolencias y dice: “Oye, es que en Medellín es donde se están haciendo cosas ahora”.
Claro, por eso yo tenía esperanzas en el video y en la televisión comunitaria. Y lo que se hace es lo que se presenta en muestras internacionales por esos días como cine colombiano: obras en video industrial o profesional, pero en video, casi nada en cine. A mí me están dando la razón, por fin, pienso, luego de las burlas del grupo de redacción de Kinetoscopio (eso ya lo conté aquí y lo cuento mejor en este enlace) cuando yo llamaba a que creáramos una sección con el nombre de Videógrafo para hablar del rico auge del video nacional, no menos que cine, como me lo había enseñado el Gordo.
Y demos un brinco para no caer en el muro de las lamentaciones, hasta el año 2015 o 2016, dos décadas bien contadas más tarde, cuando a la salida del viejo Teatro Heredia, hoy Adolfo Mejía, en Cartagena, mientras hago fila para entrar al homenaje que se le rendirá a Luis Ospina, oigo en un grupo de cineastas rolos reunido al lado estas palabras: “Oiga, es que a Medellín es a donde hay que ir a rodar, marica, allá están es abiertos de patas”. Yo callo, estoy malencarado, casi siempre es así, pero por imitar a Jagger, por sorprender con mi sonrisa de loco, y al rato miro de frente al grupito, de frente. Entre ellos se destaca la máxima autoridad en Proimágenes, un ser encantador a quien le debo más de una, y nos saludamos con una sincera sonrisa de afecto. Pero yo sigo callado, pensando en cómo ha cambiado todo. Las palabras “abiertos de patas” resuenan en mi mente. Cuando antes era en mi tacita de plata en donde “se estaban haciendo cosas”. Fuimos la capital del cine por un breve instante, que no se nos olvide, jua. Y hoy, pensémoslo un momento, ¿lo que buscamos es competir abiertos de patas con lo que sí se puede competir? No quiero extenderme en consideraciones que otros, como Pedro Adrián Zuluaga, podrán hacer mucho mejor que yo en este trance, con el culo plancho de tanto escribir y la columna como un ocho, pero quiero solo hacer más énfasis debido en la diferencia ideal o semántica entre competir y hacer memoria o hacer cultura. Desde luego que por la memoria y por la sola posibilidad de crear, sin mencionar el reconocimiento, hay una lucha, una competencia, pero esas luchas y competencias idealmente son distintas a la competencia mercantil, la cual establece solo una ley de oferta y demanda. Idealmente, la memoria no es un producto comercial. Idealmente, la expresión artística en la cultura occidental no es lo mismo que un negocio. Sin embargo, todos sabemos que el propio Pedro llegó a decir en la presentación de su blog que vendía su cabeza, lo cual no es sino el reconocimiento de las dinámicas que nos gobiernan a todos, incluso (y a veces de manera muy solapada) a los intelectuales.
Si yo me he alejado de estas dinámicas se debe a dos cosas: un trauma y una ventaja. El trauma está en mi cicatriz de más de medio cuerpo quemado y un lunar con vejiga en el otro medio, y la ventaja, por supuesto, en lo que mucho tiempo me demoré en aceptar como mi cuna, que tampoco es que sea de aristócrata, no es de oligarca, ni es de oro, pero sí es la de un hogar más bien desahogado en el momento afortunado en que nazco, ya con un papá magistrado. Me veo como Buñuel, más o menos, porque no paramos de trabajar y algo devengamos en Ojo Mágico, pero apoyados, como el cineasta aragonés y su familia casi hasta los cincuenta años del entonces llamado jefe de hogar, o hasta más edad aun, por varios mecenas, desde lejos, luego de tener que huír el hombre con los suyos de la Francia nazi, de la España franquista, del Hollywood cazador de brujas, refacho, que por comunista, cuando lo que era, era peor: era surrealista, y yo salvaje. ¿Pero qué es lo que nos hemos jugado Adriana y yo, sobre todo después de hacer Tratado sobre la mentira (Gómez Sánchez, 2014) y quedar yo un poco mal parado en esta ciudad y esta región, no menos civilizada que la Falange franquista o el Berlín de los años treinta e incluso los cuarenta del siglo xx? ¿Qué nos seguimos jugando? Esa es una pregunta que ya me hecho en otro foro como este. Aquí debo señalar, para finalizar este escrito, lo que Diario de viaje y toda la experiencia de Madera Salvaje inscribieron en mí, en mi ética vertiginosa de cineasta, en relación con esas dinámicas de mercado que encontraron una fenomenal oportunidad de afianzamiento con el nuevo centralismo del siglo xxi para el cine y la análoga (centralizada) privatización de la televisión. Al momento privilegiado del video en Medellín durante los noventa se sucedió un rezago porque el cine volvió a surgir y surgió desde donde podía ser maniobrable, digámoslo así, o eficiente, en realidad manipulable. La Ley de Cine se mostró eficaz para dar estatus a la imagen audiovisual, de modo que lo que Óscar Campo había definido ante nosotros los salvajes como “democratización de la imagen” en el seminario de cine documental de 1993 en el Colombo Americano, se volvió de a pocos una burocracia elitista para grandes empresas, hasta el punto de que para todos hoy esa falsa dinámica de mercado es lo natural.
Y digo falsa dinámica de mercado porque en realidad el neoliberalismo solo da cabida a un mercado globalizado según los privilegios arancelarios y de toda índole que se le dan a los grandes monopolios y según unas lógicas que culturalmente diseminan sus propios valores camuflados en productos artísticos de una u otra tendencia.
♪♪ Si los mercados internos se fortalecieran en virtud a
la competencia, ♪♪ si se pensara el mercado según una visión de servicios que
guiara al crecimiento económico, ♪♪ o mejor dicho, si
la desregulación de los mercados operara de verdad como
se ha planteado ♪♪ (o sea: regulándose por sí sola), ♪♪ arribaríamos a
un paraíso encantador, ♪♪ pero eso es paja de la de los
perros y hombres y niños y niñas de paja que
el sistema mata ♪♪ cuando necesita y encuentra enemigos ♪♪.
Decirle esto a los compañeros del gremio es encontrar la incomprensión al modo de la obra de Ibsen (Un enemigo del pueblo), porque todos dependemos del mercado. Pero oiga vea: lo que se da en nuestro sistema no es la tal dinámica de mercado y de libertad de empresa ni el triunfo del emprendedor. De hecho, el auge de los emprendimientos es un distractor de la enorme dificultad de hacer empresa para el humilde y la franca imposibilidad de casi todos de competir con el gran capital. ¿Qué es lo que pasa, entonces?
♪♪ El estado ayuda al que le dé prestigio de bueno al poder ♪♪.
Lo que hay en Colombia son miles de creadores audiovisuales que no tienen cómo, y todos mirando para el mismo lado. ¿Pero es realmente necesario mirar para Bogotá y desde Bogotá a las soñadas metrópolis para crear? ¿Hacer cultura es entrar a los circuitos de chismorreo elevado, tipo Arcadia? ¿Y aquellos que batallan ahí no caen, como nos lo dice Muerdo en Lejos de la ciudad, en los vicios eurocéntricos que sustentan coherentemente al gran capital mundial? Estas preguntas son dignas de hacerse y de responderse con los pies realmente sobre la tierra, mejor descalzos, mejor en círculo, o de a dos, o solos, y mejor con café, o chocolate, o tabaco, o mambe, en la cabeza, sin el signo pesos cerquita y algo verde a la vista y algo palpitante en el regazo, en el pecho, entre las sienes y las piernas.
Veinte horas no es nada.
Así yo me lo he jugado todo, porque no solo de pan vive el ser: eso no es cuento gringo, judío o lo que sea. En mi crítica, Pedro Adrián, Pablo, estimados lectores que hayan llegado hasta acá, Óscar, maestro, no hablo con una palabra que se baste ni que postule mi nombre. Yo hubiera preferido no ganarme ningún premio, sino que la televisión nunca hubiera sido privatizada. Hay que poner un punto suspensivo, uno. Muchas cosas se quedan en el tintero, pero hemos pasado de setenta páginas, y ese era mi límite, el plante. Nunca es bueno excederse. Ni siquiera en el exceso, en la descarga.
Lista de canciones
Viento (Caifanes), La vida no vale nada (Pablo Milanés), Dandelion (The Rolling Stones), Juanito Alimaña (Héctor Lavoe y Willie Colón), Misty Morning (Bob Marley), Jesus Doesn’t Want Me for a Sunbeam (Nirvana), Astronomy Domine (Pink Floyd), Guaguancó raro (Richi Ray y Bobby Cruz), With a Little Help from My Friends (The Beatles), Ich bin der Welt abhanden gekommen (Gustav Mahler), El Justiciero (Bajo Tierra), Street Fighting Man (The Rolling Stones)
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