Sobre La Bonga, de Canela Reyes y Sebastián Pinzón Silva
**Este texto fue elaborado en el 3er Laboratorio de Escritura sobre Cine Documental, coordinado en la MIDBO por Valentina Giraldo Sánchez y Pedro Adrián Zuluaga.
Los pies de Dayanis y su abuela se arrastran lentamente por las aguas de un arroyo. No hay prisa en su caminar, pero tampoco duda alguna en su dirección: cada paso carga la certeza de quien regresa a casa. La marcha de ambas es también la de otras decenas de personas que vuelven a La Bonga, un corregimiento cercano a San Basilio de Palenque, fundado hace más de 400 años por afrodescendientes cimarrones y cuya población fue desplazada por las AUC a finales de los años 90. El primer largometraje de los directores Canela Reyes y Sebastián Pinzón Silva documenta el viaje de regreso de los bongueros, quienes encuentran que lo que fueron sus caminos, casas y escuelas ha sido tomado por la selva, aunque para ellos lo desaparecido sigue siendo tangible como sus propios cuerpos.
No es común que, cuando el cine colombiano hace del conflicto armado su tema, las películas se detengan a ver el alivio del dolor. En su marcha ‒que se va volviendo fiesta conforme avanza la película‒ los bongueros no se cansan, sino que van soltando lo cargado por más de 20 años, y es un acierto de Reyes y Pinzón ponerse en medio del festejo. La cercanía de la cámara nos pone en medio de una marcha que es también relato: son los bongueros quienes reconstruyen con el habla el espacio, conversando los unos con los otros. Es por medio del habla que ‒incluso en el exilio, como diáspora‒ el pueblo sigue siendo pueblo. Dayanis, una adolescente, seguramente no haya estado nunca en La Bonga. Pero regresa como quien sí ha estado, porque tanto su familia como su hablar son producto y materia del espacio arrebatado.
Es notable la confianza entre cineastas y caminantes. Gracias a ella, en la película aparecen conversaciones que, con espontaneidad, elaboran sobre la alegría, el dolor, y la memoria que invoca el regreso. Pero aún más notable es el reconocimiento de que ‒por más profunda que esa confianza sea‒ hay algo incognoscible al observar desde afuera, y esto se hace patente al permitir que partes extensas de la película estén dominadas por imágenes grabadas por los propios bongueros.
Esa cercanía aparece también en el oír. En nuestro cine reciente, es usual que la música popular aparezca como una forma de construir a los personajes desde afuera, para de esa forma poder disponerlos dentro de sus identidades. Aquí, donde la fiesta es fiesta desde adentro, la euforia se presenta para ser transmitida a quien la escucha, el baile invita al baile.
Hay algunos momentos breves en que la cámara se aleja evocando el silencio. Es en ese sigilo que acompaña al paisaje donde nos hacemos conscientes de la naturaleza que se cierne sobre La Bonga. Es ella la que pareciera alzarse enfurecida contra la memoria: los espacios no muestran rastros obvios de la violencia cometida, sólo muestran cómo, en las dos décadas que el pueblo ha estado abandonado, el agua, los animales y las plantas han tomado su lugar. No hay, sin embargo, lucha entre quienes retornan y lo que ha permanecido. Como si no hubiera pasado ni un día, los bongueros amansan a la naturaleza como si al hacerlo se amansaran a sí mismos.
La relación entre habla y naturaleza pone en cuestión que el papel del lenguaje y de la memoria sea el de ordenar o reordenar el pasado. Tanto lo natural que resurge como el verbo de los bongueros dan cuenta de que es un fenómeno más complejo, en donde se le da cauce a emociones que no caben en la reconstrucción lineal.
En tiempos que nos obligan a pensar de nuevo en el derecho al retorno de los pueblos desterrados, el camino de la gente de La Bonga muestra que ese regreso pasa por aprender a convivir con fuerzas por siempre contradictorias: la discordancia entre la memoria viva de lo que fue y el presente incontestable. Esa otra sintaxis del pasado, esos otros pueblos y otros seres que aparecen al regreso, son partícipes decisivos en la construcción del nuevo vivir.
*La Bonga clausurará, el próximo lunes 6 de noviembre, la 25 Muestra Internacional Documental de Bogotá-MIDBO.
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Sobre La Bonga, de Canela Reyes y Sebastián Pinzón Silva
**Este texto fue elaborado en el 3er Laboratorio de Escritura sobre Cine Documental, coordinado en la MIDBO por Valentina Giraldo Sánchez y Pedro Adrián Zuluaga.
Los pies de Dayanis y su abuela se arrastran lentamente por las aguas de un arroyo. No hay prisa en su caminar, pero tampoco duda alguna en su dirección: cada paso carga la certeza de quien regresa a casa. La marcha de ambas es también la de otras decenas de personas que vuelven a La Bonga, un corregimiento cercano a San Basilio de Palenque, fundado hace más de 400 años por afrodescendientes cimarrones y cuya población fue desplazada por las AUC a finales de los años 90. El primer largometraje de los directores Canela Reyes y Sebastián Pinzón Silva documenta el viaje de regreso de los bongueros, quienes encuentran que lo que fueron sus caminos, casas y escuelas ha sido tomado por la selva, aunque para ellos lo desaparecido sigue siendo tangible como sus propios cuerpos.
No es común que, cuando el cine colombiano hace del conflicto armado su tema, las películas se detengan a ver el alivio del dolor. En su marcha ‒que se va volviendo fiesta conforme avanza la película‒ los bongueros no se cansan, sino que van soltando lo cargado por más de 20 años, y es un acierto de Reyes y Pinzón ponerse en medio del festejo. La cercanía de la cámara nos pone en medio de una marcha que es también relato: son los bongueros quienes reconstruyen con el habla el espacio, conversando los unos con los otros. Es por medio del habla que ‒incluso en el exilio, como diáspora‒ el pueblo sigue siendo pueblo. Dayanis, una adolescente, seguramente no haya estado nunca en La Bonga. Pero regresa como quien sí ha estado, porque tanto su familia como su hablar son producto y materia del espacio arrebatado.
Es notable la confianza entre cineastas y caminantes. Gracias a ella, en la película aparecen conversaciones que, con espontaneidad, elaboran sobre la alegría, el dolor, y la memoria que invoca el regreso. Pero aún más notable es el reconocimiento de que ‒por más profunda que esa confianza sea‒ hay algo incognoscible al observar desde afuera, y esto se hace patente al permitir que partes extensas de la película estén dominadas por imágenes grabadas por los propios bongueros.
Esa cercanía aparece también en el oír. En nuestro cine reciente, es usual que la música popular aparezca como una forma de construir a los personajes desde afuera, para de esa forma poder disponerlos dentro de sus identidades. Aquí, donde la fiesta es fiesta desde adentro, la euforia se presenta para ser transmitida a quien la escucha, el baile invita al baile.
Hay algunos momentos breves en que la cámara se aleja evocando el silencio. Es en ese sigilo que acompaña al paisaje donde nos hacemos conscientes de la naturaleza que se cierne sobre La Bonga. Es ella la que pareciera alzarse enfurecida contra la memoria: los espacios no muestran rastros obvios de la violencia cometida, sólo muestran cómo, en las dos décadas que el pueblo ha estado abandonado, el agua, los animales y las plantas han tomado su lugar. No hay, sin embargo, lucha entre quienes retornan y lo que ha permanecido. Como si no hubiera pasado ni un día, los bongueros amansan a la naturaleza como si al hacerlo se amansaran a sí mismos.
La relación entre habla y naturaleza pone en cuestión que el papel del lenguaje y de la memoria sea el de ordenar o reordenar el pasado. Tanto lo natural que resurge como el verbo de los bongueros dan cuenta de que es un fenómeno más complejo, en donde se le da cauce a emociones que no caben en la reconstrucción lineal.
En tiempos que nos obligan a pensar de nuevo en el derecho al retorno de los pueblos desterrados, el camino de la gente de La Bonga muestra que ese regreso pasa por aprender a convivir con fuerzas por siempre contradictorias: la discordancia entre la memoria viva de lo que fue y el presente incontestable. Esa otra sintaxis del pasado, esos otros pueblos y otros seres que aparecen al regreso, son partícipes decisivos en la construcción del nuevo vivir.
*La Bonga clausurará, el próximo lunes 6 de noviembre, la 25 Muestra Internacional Documental de Bogotá-MIDBO.
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