Valentina Giraldo explora algunas películas del International Film Festival Mannheim-Heidelberg. Su escritura poética es capaz de tensiones armoniosas y de dar luz sobre la intriga de una pantalla en negro.
Sobre Il Buco, de Michelangelo Frammartino.
El plenilunio es la etapa que sigue después de la luna nueva. En este momento el sol empieza a iluminar la cara visible del satélite. Con el paso de los días, la porción iluminada de la luna es cada vez mayor. Esta fase precede a la luna llena y se corresponde con Il Buco, del director italiano Michelangelo Frammartino.
En 1961 un grupo de espeleólogos piamonteses descubrió la tercera cueva más profunda del mundo, el Abismo de Bifurto. Este largometraje de Frammartino recrea este acontecimiento ante los ojos de un campesino que mira la tierra ser ahuecada. Las cavernas tienen formas puntiagudas en donde el sonido resuena como un gruñido intestinal, hambriento, que araña al cuerpo.
Escribirle a la luna creciente de Il Buco es escribirle a un pedazo del mundo que vibra. Es también una espeleología de las formas de las noches y las formas del suelo. Las magias parciales de la luna a la mitad iluminan la ansiedad de un cuerpo que en vez de querer ir al cielo, va a la tierra.
Más cerca del diablo.
Menos cerca de dios.
Que se deshaga la luz, y la luz se deshizo.
Que se haga la oscuridad, y se excavó la tierra.
Hacer películas quizá sea detectar terremotos, temblores internos de algún secreto escondido. Il Buco, que se traduce como “el hueco”, recorre mediante imágenes del edificio Pirelli el boom económico de los años 60, en contraste con rebaños y abismos subterráneos, heridas apenas superficiales en las montañas. Con pocos diálogos, planos abiertos de hombres cavando, y planos cercanos de un campesino que mira, este largometraje circula entre la mafia de las sombras, esas que proyecta la media cara de la luna, la que está medio oculta y medio no.
"Nos arrastramos hasta las entrañas de la tierra para escapar de la ansiedad por el paso del tiempo", dice Andrea Gobetti, espeolólogo. El mundo se ha llenado de tanta luz que a veces no podemos ver. Ahuecamos la tierra en busca de cuevas a modo de brujería espeleológica, que espera más bien un retorno al magma que un ascenso estelar. Está película recrea un acontecimiento histórico develando las capas geológicas de una idea de progreso que parece cada vez, llevarnos más a lo mismo: si en los 60 en Italia se construían grandes torres y se encontraban grandes cuevas, en esta década los hombres se van al espacio y las que tenemos los pies enterrados en la tierra, el cuerpo amarrado a nuestras ciudades, solo esperamos el retorno en grandes grietas, en rotos producto de las construcciones.
Nos han hecho creer que el progreso está hacia arriba, pero la cara oscura de la luna nos dice otra cosa. La escritura primitiva del silencio, del centro de la tierra, de las mareas agitadas del mar, es la legibilidad de que si seguimos apuntando a dios, no quedará otra cosa que huir.
¿Qué pasará cuando sean arrancadas todas las tiras de cobre de las grandes ciudades?
¿Qué pasará cuando se vaya la luz y el plenilunio nos mire como una boca burlona?
En busca de nuevas sombras volveremos al magma.
Por eso abrimos llagas a la superficie en busca de un milagro secreto.
Porque, como dice Gobetti, nos desespera escaparnos de la ansiedad producida por el tiempo y tener, quizá, los días suficientes para dejar de pensar. Para suspendernos en palabras incomprensibles como en la película de Frammartino.
La luna creciente ilumina algo oscuro: la vida es un sueño roto, un cráter en la tierra.
Este largometraje nos invita a excavar y leer por sí mismas, con las manos, esa historia subterránea. Unas manos apagadas que buscan hacer chispas rozándose con la piedra, como si fueran un fósforo. En vez de ir hacia adelante, nos vamos para abajo. Estamos a la luz de la luna y la pantalla y a la sombra del mundo, porque nosotras no podemos tomar un cohete para alcanzar a dios. El hombre excava para erigir altos edificios y, sin embargo, su luz sintética no le alcanzará para iluminar todas las cuevas sobre las que caminamos. El cielo se vuelve una laguna, y para no ahogarnos necesitamos excavar. Il Buco es una especie de tratado y de predicción: nos tragará la tierra.
LUNA CRECIENTE
Valentina Giraldo explora algunas películas del International Film Festival Mannheim-Heidelberg. Su escritura poética es capaz de tensiones armoniosas y de dar luz sobre la intriga de una pantalla en negro.
Sobre Il Buco, de Michelangelo Frammartino.
El plenilunio es la etapa que sigue después de la luna nueva. En este momento el sol empieza a iluminar la cara visible del satélite. Con el paso de los días, la porción iluminada de la luna es cada vez mayor. Esta fase precede a la luna llena y se corresponde con Il Buco, del director italiano Michelangelo Frammartino.
En 1961 un grupo de espeleólogos piamonteses descubrió la tercera cueva más profunda del mundo, el Abismo de Bifurto. Este largometraje de Frammartino recrea este acontecimiento ante los ojos de un campesino que mira la tierra ser ahuecada. Las cavernas tienen formas puntiagudas en donde el sonido resuena como un gruñido intestinal, hambriento, que araña al cuerpo.
Escribirle a la luna creciente de Il Buco es escribirle a un pedazo del mundo que vibra. Es también una espeleología de las formas de las noches y las formas del suelo. Las magias parciales de la luna a la mitad iluminan la ansiedad de un cuerpo que en vez de querer ir al cielo, va a la tierra.
Más cerca del diablo.
Menos cerca de dios.
Que se deshaga la luz, y la luz se deshizo.
Que se haga la oscuridad, y se excavó la tierra.
Hacer películas quizá sea detectar terremotos, temblores internos de algún secreto escondido. Il Buco, que se traduce como “el hueco”, recorre mediante imágenes del edificio Pirelli el boom económico de los años 60, en contraste con rebaños y abismos subterráneos, heridas apenas superficiales en las montañas. Con pocos diálogos, planos abiertos de hombres cavando, y planos cercanos de un campesino que mira, este largometraje circula entre la mafia de las sombras, esas que proyecta la media cara de la luna, la que está medio oculta y medio no.
"Nos arrastramos hasta las entrañas de la tierra para escapar de la ansiedad por el paso del tiempo", dice Andrea Gobetti, espeolólogo. El mundo se ha llenado de tanta luz que a veces no podemos ver. Ahuecamos la tierra en busca de cuevas a modo de brujería espeleológica, que espera más bien un retorno al magma que un ascenso estelar. Está película recrea un acontecimiento histórico develando las capas geológicas de una idea de progreso que parece cada vez, llevarnos más a lo mismo: si en los 60 en Italia se construían grandes torres y se encontraban grandes cuevas, en esta década los hombres se van al espacio y las que tenemos los pies enterrados en la tierra, el cuerpo amarrado a nuestras ciudades, solo esperamos el retorno en grandes grietas, en rotos producto de las construcciones.
Nos han hecho creer que el progreso está hacia arriba, pero la cara oscura de la luna nos dice otra cosa. La escritura primitiva del silencio, del centro de la tierra, de las mareas agitadas del mar, es la legibilidad de que si seguimos apuntando a dios, no quedará otra cosa que huir.
¿Qué pasará cuando sean arrancadas todas las tiras de cobre de las grandes ciudades?
¿Qué pasará cuando se vaya la luz y el plenilunio nos mire como una boca burlona?
En busca de nuevas sombras volveremos al magma.
Por eso abrimos llagas a la superficie en busca de un milagro secreto.
Porque, como dice Gobetti, nos desespera escaparnos de la ansiedad producida por el tiempo y tener, quizá, los días suficientes para dejar de pensar. Para suspendernos en palabras incomprensibles como en la película de Frammartino.
La luna creciente ilumina algo oscuro: la vida es un sueño roto, un cráter en la tierra.
Este largometraje nos invita a excavar y leer por sí mismas, con las manos, esa historia subterránea. Unas manos apagadas que buscan hacer chispas rozándose con la piedra, como si fueran un fósforo. En vez de ir hacia adelante, nos vamos para abajo. Estamos a la luz de la luna y la pantalla y a la sombra del mundo, porque nosotras no podemos tomar un cohete para alcanzar a dios. El hombre excava para erigir altos edificios y, sin embargo, su luz sintética no le alcanzará para iluminar todas las cuevas sobre las que caminamos. El cielo se vuelve una laguna, y para no ahogarnos necesitamos excavar. Il Buco es una especie de tratado y de predicción: nos tragará la tierra.
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