La idea y el hecho del reverso del mundo ha alimentado siempre al cine. La primera película de Nicole Riegel se dirige hacia esos lugares de misterio y la actriz que la acompaña desborda la pantalla.
El libro se titula Hillbilly Elegy. A Memoir of a Family and Culture in Crisis. Su autor, J. D. Vance, lo publicó en 2016, durante la presidencia de Barack Obama. Un año más tarde se iniciaba otra era del racismo en el gobierno de Estados Unidos. Ante el desconcierto del mundo por el hecho de que un pueblo eligiera el odio como opción política, el libro de Vance se convirtió en una explicación descarnada para comprender el malestar. Con su vida alrededor de la pobreza, la depresión de sus parientes adictos y el convencimiento de que la frustración y la ira podían condenarlo, los días de su juventud transcurrieron al amparo de sus abuelos, descendientes de los escoceses e irlandeses que poblaron los montes Apalaches en el siglo XVIII, creciendo Vance junto a ellos en Jackson (Kentucky).
Una vida, según el autor, sin proezas destacables. Estudió derecho, se casó, compró una casa y tuvo dos perros, como cientos de personas. Lo excepcional de su historia es que hubiera estudiado, se hubiera casado, hubiera comprado una casa y hubiera tenido dos perros cuando su vida también pudo fracasar en la negligencia de la mediocridad, amparada por los beneficios de la asistencia social para desempleados eternos, o en las resignaciones tóxicas de la heroína.
El panorama de su elegía –una palabra con la que quiso honrar los esfuerzos de su familia y de la gente que conoció en su pueblo para vivir de la mejor manera posible–, aunque sea desolador, retrata de manera compasiva y descarnada la vida de los hillbillies –un término incrustado en el inglés como descripción despectiva del palurdo, el montañés, el pobre que ofende con sus costumbres provincianas el culto a la riqueza en Estados Unidos–.
El libro de Vance y Holler, ópera prima de Nicole Riegel, comparten el tema, cada cual a su manera, sumergidos en el mundo de los hillbillies, describiendo Holler el mismo paisaje humano con soluciones narrativas distintas.
La historia de Ruth (interpretada por Jessica Barden, una promesa cumplida por su talento) abre de nuevo la herida social de un país sometido a miserias, evidentes o implícitas, que obligan a luchar sin tregua para evitar sucumbir a una vida sin futuro.
Con la factura del cine independiente –interesado en la sencillez, sin puestas en escena pomposas o despliegues de presupuestos notables–, Riegel, también guionista de esta historia basada parcialmente en su vida, se enfoca en las relaciones que tiene Ruth con su hermano mayor, con su madre adicta y con el dueño de un sitio de reciclaje de chatarra que le da el empleo con el que ahorra el dinero para ir a la universidad.
Intrincada emocionalmente por las tensiones que relacionan el mundo de cada uno de ellos, Holler describe, con una construcción progresiva de los conflictos en los que se pierde la ilusión de la armonía y su equilibrio, la épica doméstica y social de Ruth, tratando de escapar de la rutina y el tedio en el sudeste de Ohio.
Riegel eligió el invierno y su luz, registrados con frialdad metálica por el director de fotografía Dustin Lane, aprovechando el rigor del clima para hacer aún más claustrofóbicas las neurosis de sus personajes –la casa de Ruth la recibe todos los días con su puerta empapelada por noticias de desahucio, aparte de que no tiene agua y en su cocina la falta de comida contribuye a la delgadez de la chica–.
La factura visual recalca el desarrollo dramático en el que, inevitablemente, explotan los resentimientos por la precariedad laboral, por las relaciones basadas en confianzas inciertas y traicionadas a largo plazo, por el sueño de que la madre de Ruth sea algo distinto y por la ansiedad de que la vida fuera más generosa con sus esperanzas.
El entorno industrial de Ohio y su paisaje de maquinaria pesada endurecen la mirada ante el riesgo y las dificultades asumidos como una forma de vida por Ruth, alrededor de la que gira el reparto que la acompaña como un coro: su hermano mayor (Gus Halper), su madre (Pamela Adlon), su protectora (Becky Ann Baker), el dueño del sitio de reciclaje (Austin Amelio).
Para detonar las relaciones entre todos, la promesa de ir a la universidad, en la que fue aceptada después de que su hermano enviara en secreto su solicitud, sirve como estimulante dramático, llevando al extremo los encuentros y desencuentros de la historia.
Al final, el azar como otra forma del riesgo decidirá la suerte de Ruth. Quizás su destino nos permita compararla con J. D.Vance y con tantas otras historias, escritas o filmadas, que componen la enciclopedia traumática de los hillbillies.
TIFF (04) - PARA EVITAR EL NAUFRAGIO
La idea y el hecho del reverso del mundo ha alimentado siempre al cine. La primera película de Nicole Riegel se dirige hacia esos lugares de misterio y la actriz que la acompaña desborda la pantalla.
45° Festival Internacional de Cine de Toronto
Septiembre 10–19/2020
Para evitar el naufragio
Hugo Chaparro Valderrama*
Laboratorios Frankenstein©
Enviado virtual a Toronto
El libro se titula Hillbilly Elegy. A Memoir of a Family and Culture in Crisis. Su autor, J. D. Vance, lo publicó en 2016, durante la presidencia de Barack Obama. Un año más tarde se iniciaba otra era del racismo en el gobierno de Estados Unidos. Ante el desconcierto del mundo por el hecho de que un pueblo eligiera el odio como opción política, el libro de Vance se convirtió en una explicación descarnada para comprender el malestar. Con su vida alrededor de la pobreza, la depresión de sus parientes adictos y el convencimiento de que la frustración y la ira podían condenarlo, los días de su juventud transcurrieron al amparo de sus abuelos, descendientes de los escoceses e irlandeses que poblaron los montes Apalaches en el siglo XVIII, creciendo Vance junto a ellos en Jackson (Kentucky).
Una vida, según el autor, sin proezas destacables. Estudió derecho, se casó, compró una casa y tuvo dos perros, como cientos de personas. Lo excepcional de su historia es que hubiera estudiado, se hubiera casado, hubiera comprado una casa y hubiera tenido dos perros cuando su vida también pudo fracasar en la negligencia de la mediocridad, amparada por los beneficios de la asistencia social para desempleados eternos, o en las resignaciones tóxicas de la heroína.
El panorama de su elegía –una palabra con la que quiso honrar los esfuerzos de su familia y de la gente que conoció en su pueblo para vivir de la mejor manera posible–, aunque sea desolador, retrata de manera compasiva y descarnada la vida de los hillbillies –un término incrustado en el inglés como descripción despectiva del palurdo, el montañés, el pobre que ofende con sus costumbres provincianas el culto a la riqueza en Estados Unidos–.
El libro de Vance y Holler, ópera prima de Nicole Riegel, comparten el tema, cada cual a su manera, sumergidos en el mundo de los hillbillies, describiendo Holler el mismo paisaje humano con soluciones narrativas distintas.
La historia de Ruth (interpretada por Jessica Barden, una promesa cumplida por su talento) abre de nuevo la herida social de un país sometido a miserias, evidentes o implícitas, que obligan a luchar sin tregua para evitar sucumbir a una vida sin futuro.
Con la factura del cine independiente –interesado en la sencillez, sin puestas en escena pomposas o despliegues de presupuestos notables–, Riegel, también guionista de esta historia basada parcialmente en su vida, se enfoca en las relaciones que tiene Ruth con su hermano mayor, con su madre adicta y con el dueño de un sitio de reciclaje de chatarra que le da el empleo con el que ahorra el dinero para ir a la universidad.
Intrincada emocionalmente por las tensiones que relacionan el mundo de cada uno de ellos, Holler describe, con una construcción progresiva de los conflictos en los que se pierde la ilusión de la armonía y su equilibrio, la épica doméstica y social de Ruth, tratando de escapar de la rutina y el tedio en el sudeste de Ohio.
Riegel eligió el invierno y su luz, registrados con frialdad metálica por el director de fotografía Dustin Lane, aprovechando el rigor del clima para hacer aún más claustrofóbicas las neurosis de sus personajes –la casa de Ruth la recibe todos los días con su puerta empapelada por noticias de desahucio, aparte de que no tiene agua y en su cocina la falta de comida contribuye a la delgadez de la chica–.
La factura visual recalca el desarrollo dramático en el que, inevitablemente, explotan los resentimientos por la precariedad laboral, por las relaciones basadas en confianzas inciertas y traicionadas a largo plazo, por el sueño de que la madre de Ruth sea algo distinto y por la ansiedad de que la vida fuera más generosa con sus esperanzas.
El entorno industrial de Ohio y su paisaje de maquinaria pesada endurecen la mirada ante el riesgo y las dificultades asumidos como una forma de vida por Ruth, alrededor de la que gira el reparto que la acompaña como un coro: su hermano mayor (Gus Halper), su madre (Pamela Adlon), su protectora (Becky Ann Baker), el dueño del sitio de reciclaje (Austin Amelio).
Para detonar las relaciones entre todos, la promesa de ir a la universidad, en la que fue aceptada después de que su hermano enviara en secreto su solicitud, sirve como estimulante dramático, llevando al extremo los encuentros y desencuentros de la historia.
Al final, el azar como otra forma del riesgo decidirá la suerte de Ruth. Quizás su destino nos permita compararla con J. D.Vance y con tantas otras historias, escritas o filmadas, que componen la enciclopedia traumática de los hillbillies.
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