En una Buenaventura que se debate entre la prosperidad comercial de su puerto y la miseria en sus alrededores, Harvey y su grupo de amigos bailarines buscan ser los mejores, pero a diario enfrentan los percances de vivir en un entorno violento y corrupto, donde imperan las bandas criminales en busca de muchachos como ellos. Por ello se entregan en cuerpo y alma a lo que aman hacer, e intentan, a su vez, reafirmar quienes desean ser, evitando ser engullidos por la oscuridad al cambiar las balas por los sonidos del hip-hop, la salsa-choque y el Pacífico.
He aquí un efectivo relato fluido y directo que expone su contexto de la manera más honesta posible. Siguiendo a unos cercanos seres durante sus búsquedas personales, desprovistas de moralejas o sermones forzados, y cuyas acciones, comportamientos, motivaciones y complejos dilemas desembocan en genuinas conclusiones vitales. Esto da el terreno ideal para transmitir la inherente perseverancia del espíritu humano, esencial ante una atmósfera de incertidumbre y temor constantes. Puede que su estructura siga las convenciones de una narrativa de superación o redención; sin embargo, lo hace con sinceridad y en forma correcta, preocupándose más por escudriñar y culminar los trayectos de sus protagonistas, que en solo pasar por los “tres actos”.
En cuanto al aspecto visual y de lenguaje, es una cinta efectista –a pesar de su orientación casi documental-. Aquí el artificio fílmico está al servicio de contar una historia revestida de breves pero significativos matices sociales e íntimos. Consiguiendo un equilibrio entre escenas de gran carga emocional por unos personajes sencillos -mas no simples- que generan empatía, y unas secuencias de baile muy dinámicas y cuidadas. Bajo la lente de Jorge Navas, su director, la danza es una expresión contundente y un vehículo de resistencia, o supervivencia, frente a un duro mundo con pocas oportunidades para estos bailarines, que desean no solo ganar una competencia de danza u obtener mejores condiciones económicas, sino encontrar aquello anhelado y faltante para moldear su identidad mediante este arte. Más que batallas de baile contra oponentes en similares circunstancias, son guerras contra sí mismos al confrontar las crisis, agonías y frustraciones de la vida marginal que conocen, pero con el gozo y la voluntad que los caracteriza a ellos y a su comunidad.
Asimismo, la película es capaz de desenvolver en paralelo ciertos momentos bien integrados de denuncia o crítica hacia una sociedad que abraza la corrupción y cuyo gobierno indiferente -prácticamente inexistente- jamás ofrece alternativas a muchos adolescentes de la zona, que ven en el crimen la única salida de su desesperación, tanto colectiva como íntima. En su acercamiento a la cultura urbana, Somos Calentura expone las heridas aún abiertas en las entrañas de su ciudad.
Por lo tanto, es una funcional simbiosis del entretenimiento óptimo con el desarrollo comprometido y congruente de su contenido. Plasmando muy bien, y sin intenciones de explotación sentimental o moral, la realidad que aborda con dignidad, respeto y atención. Según lo planteado, una entrañable experiencia vibrante, accesible y completa que retrata el amplio acontecer humano, sin sacrificar además su sello como obra artística de total relevancia.
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AQUELLA DANZA LLAMADA VIDA
Somos Calentura (2018), de Jorge Navas
En una Buenaventura que se debate entre la prosperidad comercial de su puerto y la miseria en sus alrededores, Harvey y su grupo de amigos bailarines buscan ser los mejores, pero a diario enfrentan los percances de vivir en un entorno violento y corrupto, donde imperan las bandas criminales en busca de muchachos como ellos. Por ello se entregan en cuerpo y alma a lo que aman hacer, e intentan, a su vez, reafirmar quienes desean ser, evitando ser engullidos por la oscuridad al cambiar las balas por los sonidos del hip-hop, la salsa-choque y el Pacífico.
He aquí un efectivo relato fluido y directo que expone su contexto de la manera más honesta posible. Siguiendo a unos cercanos seres durante sus búsquedas personales, desprovistas de moralejas o sermones forzados, y cuyas acciones, comportamientos, motivaciones y complejos dilemas desembocan en genuinas conclusiones vitales. Esto da el terreno ideal para transmitir la inherente perseverancia del espíritu humano, esencial ante una atmósfera de incertidumbre y temor constantes. Puede que su estructura siga las convenciones de una narrativa de superación o redención; sin embargo, lo hace con sinceridad y en forma correcta, preocupándose más por escudriñar y culminar los trayectos de sus protagonistas, que en solo pasar por los “tres actos”.
En cuanto al aspecto visual y de lenguaje, es una cinta efectista –a pesar de su orientación casi documental-. Aquí el artificio fílmico está al servicio de contar una historia revestida de breves pero significativos matices sociales e íntimos. Consiguiendo un equilibrio entre escenas de gran carga emocional por unos personajes sencillos -mas no simples- que generan empatía, y unas secuencias de baile muy dinámicas y cuidadas. Bajo la lente de Jorge Navas, su director, la danza es una expresión contundente y un vehículo de resistencia, o supervivencia, frente a un duro mundo con pocas oportunidades para estos bailarines, que desean no solo ganar una competencia de danza u obtener mejores condiciones económicas, sino encontrar aquello anhelado y faltante para moldear su identidad mediante este arte. Más que batallas de baile contra oponentes en similares circunstancias, son guerras contra sí mismos al confrontar las crisis, agonías y frustraciones de la vida marginal que conocen, pero con el gozo y la voluntad que los caracteriza a ellos y a su comunidad.
Asimismo, la película es capaz de desenvolver en paralelo ciertos momentos bien integrados de denuncia o crítica hacia una sociedad que abraza la corrupción y cuyo gobierno indiferente -prácticamente inexistente- jamás ofrece alternativas a muchos adolescentes de la zona, que ven en el crimen la única salida de su desesperación, tanto colectiva como íntima. En su acercamiento a la cultura urbana, Somos Calentura expone las heridas aún abiertas en las entrañas de su ciudad.
Por lo tanto, es una funcional simbiosis del entretenimiento óptimo con el desarrollo comprometido y congruente de su contenido. Plasmando muy bien, y sin intenciones de explotación sentimental o moral, la realidad que aborda con dignidad, respeto y atención. Según lo planteado, una entrañable experiencia vibrante, accesible y completa que retrata el amplio acontecer humano, sin sacrificar además su sello como obra artística de total relevancia.
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