51 Festival Internacional de Cine de Rotterdam. Hugo Chaparro nos presenta lo que parece ser un asombroso descubrimiento. La película se llama A New Old Play, la dirige Qiu Jiongjiong y viene de Hong Kong.
¿Cómo narrar los hechos de la historia y sus lugares comunes sin caer en las trampas de lo reiterativo? ¿Preguntándose tal vez de qué manera el relato que se cuenta una vez más puede renovar la tradición? El tiempo y sus generaciones han dado respuestas posibles para volver al pasado de una manera distinta a lo que ya se conoce. Qiu Jiongjiong, el artista y director chino que con su primer largometraje de ficción, A New Old Play, nos descubrió un talento cercano a los delirios de Fellini con una puesta en escena exuberante y abiertamente teatral, preciosista –y preciosa– en los detalles que componen cada viñeta de su historia sobre el siglo XX en China, nos da una respuesta de tres horas tan contundente como fascinante acerca del oficio de narrar una vez más la historia y sus mitos –“chismes que envejecen”, como definió a los mitos el escritor polaco Stanisław Lec–, recurriendo a las ensoñaciones de los relatos fantásticos, al cruce de umbrales entre el mundo y los misterios del infierno, a la posibilidad de presentar en la pantalla, con el vigor de sus imágenes, lo surreal como algo inevitablemente cierto cuando una película nos convence de que estamos viendo la verdad en el mundo recreado por el cine.
La división en cuatro actos de la épica histórica y cinematográfica a través de la que A New Old Play atraviesa la vida en China –iniciándose en la provincia de Sichuan en 1920 y concluyendo con la época en la que el Ejército Popular de Liberación de Mao Zedong transformó la orientación política del país, recordando Qiu eventos tan dramáticos como la Segunda Guerra de China con Japón que estallara a finales de los años 30; la derrota de Japón en 1945; los enfrentamientos entre nacionalistas y comunistas chinos–, la película ofrece una versión panorámica sobre la forma como cada uno de estos hechos afectaron el trabajo de la troupe del Nuevo Nuevo Teatro.
Un adjetivo frecuente que también se pregunta sobre la tradición y su futuro: con el juego de palabras de su título –A New Old Play: Una nueva vieja obra–, o con las discusiones que vemos en el primer acto –cuando un grupo interesado en la compañía de teatro que será el hilo conductor de la historia se pregunta sobre qué es renovarse, si calificar como nueva a la compañía es suficiente o se hace necesaria la repetición de lo nuevo nuevo como una declaración aún más explícita de la modernidad en China–, la palabra nos interroga acerca del momento de la historia en el que se quiebra generacionalmente una forma de vida y se transforma en vanguardia gracias a la evolución de sus artistas.
Sabemos que el abuelo de Qiu fue cantante de ópera en Sichuan; que fue el modelo posible para el personaje de Qiu Fu, el cómico que ingresa desde su infancia a la compañía de ópera y que será, hasta el final de su existencia y más allá, incluso en el infierno, alguien que siempre se renovará; que se trata, según la definición del director, de una película prebiográfica, quizás anterior a la biografía de Qiu Jiongjiong, agradeciendo el legado familiar que decidió el tono de A New Old Story; que mitos como los de Orfeo y su viaje al reino de los muertos o la odisea mística de Dante hacen parte de la tradición a la que pertenece la vida de ultratumba de Qiu Fu y de los emisarios encargados de llevarlo al inframundo, el Buey y el Caballo, fabulaciones con las que nos preguntamos de qué se trata la muerte.
Pero la tradición, de nuevo, en manos de Qiu Jiongjiong, avanza de una forma asombrosa por la manera como entrelaza el viaje de Qiu Fu al infierno y los recuerdos de lo que fue su vida. Utilicé la palabra viñeta –“dibujo o escena impresa en un libro, periódico, etc., que suele tener carácter humorístico, y que a veces va acompañado de un texto o comentario”, nos dice el diccionario de la RAE-. La descripción se queda corta: cada una de las viñetas que componen al vasto rompecabezas de la película es un trabajo exhaustivo de orfebrería cinematográfica por su dirección de arte para lograr el efecto de un escenario teatral filmado y llenar la pantalla con el resplandor de sus colores; para organizar la geometría escénica en la que se sitúan y desplazan los actores; para hacer de los paneos y sus descripciones una presentación humorística de los protagonistas de este relato coral –¿podría ser de otra manera cuando se trata de China?–, subrayando el dramatismo del guión la efectividad del humor y de sus ironías –el militar que representa al Ejército Popular de Mao se emplea a fondo con un discurso retórico sobre la novedad de la nueva era de la nueva política del nuevo líder, para advertirle a la compañía, con una cortesía amenazante, cuáles serán las condiciones de la novedad, ahorcándose después con un acto contrario a su entusiasmo inicial–.
Durante el lapso aproximado de cincuenta años que cruza A New Old Play, los actores crecen, se reproducen, envejecen, tienen conflictos con sus hijos –desesperadamente maoístas como otros adolescentes esgrimirían la bandera del rock para distanciarse de sus padres y definir su identidad–; sufren de persecuciones políticas y ostracismo –metafóricamente representados en una escena en la que Qiu Fu construye un muro de ladrillos que lo va cercando sin darle la posibilidad de encontrar una salida–, teniendo como tabla de salvación el teatro –o el opio, también censurado por el Ejército Popular–, degradándose el teatro donde se representaban las óperas de otro tiempo en un escenario de enjuiciamientos políticos.
Qiu Jiongjiong lo utiliza como el espacio en el que se desliza el tiempo, como el lugar en el que sus espectadores somos invitados a ver la obra de la historia, conociendo un reparto que se fija en la memoria por la singularidad de sus personajes –además del Buey, el Caballo y Qiu Fu, los maestros de la escuela de ópera, el tabernero del infierno, un fanático de la ópera llamado Pocky, el silencioso y renqueante maestro Crooky, los animales en los que se convierten un grupo de comensales luego de tomar una sopa de hongos alucinógenos, el acordeonista que sufre de tuberculosis y al que le dicen Cuatro Ojos por sus gafas de piloto–.
A New Old Play tiene así el aliento infatigable de una novela del siglo XIX, tumultuosa como suelen ser las visiones multitudinarias de los grandes panoramas históricos. Compasiva con las razones que mueven a cada protagonista, la empatía con sus personajes se cifra en la comprensión del azar que define su felicidad y su tragedia. Logra el efecto de las caricaturas que deforman los rasgos de sus representaciones y nos revelan verdades secretas. Hace de la cámara un vehículo para recorrer cada imagen y honra el tiempo dentro del tiempo que se superpone en la película, no sólo por las evocaciones prebiográficas que hace Qiu Fu en el infierno: en una escena conmovedora, cuando un fotógrafo está a punto de tomarle una foto a los integrantes de la compañía, el silencioso y renqueante maestro Crooky, aprovechando un descuido del hombre que estaba tras la cámara, observa por el lente a los actores, transformándose el color en un tono sepia que sugiere las fotos de los archivos históricos de principios del siglo XX, esfumándose al mismo tiempo el sonido, como si se tratara de una película silente.
Fotografías como las que están en la pared de una habitación en la casa de Qiu Fu, en las que es posible que veamos fugazmente al abuelo de Qiu Jiongjiong, encontrándose en un instante el presente con el pasado que anticipó los prodigios de esta película.
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EL TEATRO DE LA HISTORIA - IFFR 06
¿Cómo narrar los hechos de la historia y sus lugares comunes sin caer en las trampas de lo reiterativo? ¿Preguntándose tal vez de qué manera el relato que se cuenta una vez más puede renovar la tradición? El tiempo y sus generaciones han dado respuestas posibles para volver al pasado de una manera distinta a lo que ya se conoce. Qiu Jiongjiong, el artista y director chino que con su primer largometraje de ficción, A New Old Play, nos descubrió un talento cercano a los delirios de Fellini con una puesta en escena exuberante y abiertamente teatral, preciosista –y preciosa– en los detalles que componen cada viñeta de su historia sobre el siglo XX en China, nos da una respuesta de tres horas tan contundente como fascinante acerca del oficio de narrar una vez más la historia y sus mitos –“chismes que envejecen”, como definió a los mitos el escritor polaco Stanisław Lec–, recurriendo a las ensoñaciones de los relatos fantásticos, al cruce de umbrales entre el mundo y los misterios del infierno, a la posibilidad de presentar en la pantalla, con el vigor de sus imágenes, lo surreal como algo inevitablemente cierto cuando una película nos convence de que estamos viendo la verdad en el mundo recreado por el cine.
La división en cuatro actos de la épica histórica y cinematográfica a través de la que A New Old Play atraviesa la vida en China –iniciándose en la provincia de Sichuan en 1920 y concluyendo con la época en la que el Ejército Popular de Liberación de Mao Zedong transformó la orientación política del país, recordando Qiu eventos tan dramáticos como la Segunda Guerra de China con Japón que estallara a finales de los años 30; la derrota de Japón en 1945; los enfrentamientos entre nacionalistas y comunistas chinos–, la película ofrece una versión panorámica sobre la forma como cada uno de estos hechos afectaron el trabajo de la troupe del Nuevo Nuevo Teatro.
Un adjetivo frecuente que también se pregunta sobre la tradición y su futuro: con el juego de palabras de su título –A New Old Play: Una nueva vieja obra–, o con las discusiones que vemos en el primer acto –cuando un grupo interesado en la compañía de teatro que será el hilo conductor de la historia se pregunta sobre qué es renovarse, si calificar como nueva a la compañía es suficiente o se hace necesaria la repetición de lo nuevo nuevo como una declaración aún más explícita de la modernidad en China–, la palabra nos interroga acerca del momento de la historia en el que se quiebra generacionalmente una forma de vida y se transforma en vanguardia gracias a la evolución de sus artistas.
Sabemos que el abuelo de Qiu fue cantante de ópera en Sichuan; que fue el modelo posible para el personaje de Qiu Fu, el cómico que ingresa desde su infancia a la compañía de ópera y que será, hasta el final de su existencia y más allá, incluso en el infierno, alguien que siempre se renovará; que se trata, según la definición del director, de una película prebiográfica, quizás anterior a la biografía de Qiu Jiongjiong, agradeciendo el legado familiar que decidió el tono de A New Old Story; que mitos como los de Orfeo y su viaje al reino de los muertos o la odisea mística de Dante hacen parte de la tradición a la que pertenece la vida de ultratumba de Qiu Fu y de los emisarios encargados de llevarlo al inframundo, el Buey y el Caballo, fabulaciones con las que nos preguntamos de qué se trata la muerte.
Pero la tradición, de nuevo, en manos de Qiu Jiongjiong, avanza de una forma asombrosa por la manera como entrelaza el viaje de Qiu Fu al infierno y los recuerdos de lo que fue su vida. Utilicé la palabra viñeta –“dibujo o escena impresa en un libro, periódico, etc., que suele tener carácter humorístico, y que a veces va acompañado de un texto o comentario”, nos dice el diccionario de la RAE-. La descripción se queda corta: cada una de las viñetas que componen al vasto rompecabezas de la película es un trabajo exhaustivo de orfebrería cinematográfica por su dirección de arte para lograr el efecto de un escenario teatral filmado y llenar la pantalla con el resplandor de sus colores; para organizar la geometría escénica en la que se sitúan y desplazan los actores; para hacer de los paneos y sus descripciones una presentación humorística de los protagonistas de este relato coral –¿podría ser de otra manera cuando se trata de China?–, subrayando el dramatismo del guión la efectividad del humor y de sus ironías –el militar que representa al Ejército Popular de Mao se emplea a fondo con un discurso retórico sobre la novedad de la nueva era de la nueva política del nuevo líder, para advertirle a la compañía, con una cortesía amenazante, cuáles serán las condiciones de la novedad, ahorcándose después con un acto contrario a su entusiasmo inicial–.
Durante el lapso aproximado de cincuenta años que cruza A New Old Play, los actores crecen, se reproducen, envejecen, tienen conflictos con sus hijos –desesperadamente maoístas como otros adolescentes esgrimirían la bandera del rock para distanciarse de sus padres y definir su identidad–; sufren de persecuciones políticas y ostracismo –metafóricamente representados en una escena en la que Qiu Fu construye un muro de ladrillos que lo va cercando sin darle la posibilidad de encontrar una salida–, teniendo como tabla de salvación el teatro –o el opio, también censurado por el Ejército Popular–, degradándose el teatro donde se representaban las óperas de otro tiempo en un escenario de enjuiciamientos políticos.
Qiu Jiongjiong lo utiliza como el espacio en el que se desliza el tiempo, como el lugar en el que sus espectadores somos invitados a ver la obra de la historia, conociendo un reparto que se fija en la memoria por la singularidad de sus personajes –además del Buey, el Caballo y Qiu Fu, los maestros de la escuela de ópera, el tabernero del infierno, un fanático de la ópera llamado Pocky, el silencioso y renqueante maestro Crooky, los animales en los que se convierten un grupo de comensales luego de tomar una sopa de hongos alucinógenos, el acordeonista que sufre de tuberculosis y al que le dicen Cuatro Ojos por sus gafas de piloto–.
A New Old Play tiene así el aliento infatigable de una novela del siglo XIX, tumultuosa como suelen ser las visiones multitudinarias de los grandes panoramas históricos. Compasiva con las razones que mueven a cada protagonista, la empatía con sus personajes se cifra en la comprensión del azar que define su felicidad y su tragedia. Logra el efecto de las caricaturas que deforman los rasgos de sus representaciones y nos revelan verdades secretas. Hace de la cámara un vehículo para recorrer cada imagen y honra el tiempo dentro del tiempo que se superpone en la película, no sólo por las evocaciones prebiográficas que hace Qiu Fu en el infierno: en una escena conmovedora, cuando un fotógrafo está a punto de tomarle una foto a los integrantes de la compañía, el silencioso y renqueante maestro Crooky, aprovechando un descuido del hombre que estaba tras la cámara, observa por el lente a los actores, transformándose el color en un tono sepia que sugiere las fotos de los archivos históricos de principios del siglo XX, esfumándose al mismo tiempo el sonido, como si se tratara de una película silente.
Fotografías como las que están en la pared de una habitación en la casa de Qiu Fu, en las que es posible que veamos fugazmente al abuelo de Qiu Jiongjiong, encontrándose en un instante el presente con el pasado que anticipó los prodigios de esta película.
Laboratorios Frankenstein©
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