51 Festival Internacional de Cine de Rotterdam. En la última entrega "desde" Rotterdam que nos da Hugo Chaparro Valderrama la protagonista es la película Excess Will Save Us, de Morgane Dziurla-Petit
La vida provinciana en Villereau, un pueblo aislado del mundo al norte de Francia, parece que se definiera por el pánico a lo extraño y por el comportamiento desquiciado de sus habitantes. En Villereau no hay cines, ni piscinas, ni salones de belleza. Según el retrato que hace una de sus exiliadas, la directora Morgane Dziurla-Petit –en su versión expandida del cortometraje que realizara en 2019, Excess Will Save Us, ahora un largometraje con el mismo título–, podríamos concluir que lo más excitante que hay son las gallinas, las tragedias que ha tenido el pueblo –suicidios indeseables, incendios devastadores– y la forma de pasar la vida entre los cultivos, los animales y las miserias humanas que suelen detonar en los infiernos rurales donde no hay forma de escapar a las murmuraciones.
En el cortometraje se narra, con la apariencia dudosa de un falso documental, el pánico que sintió una mujer cuando escuchó tres disparos y supuso que este lugar neurálgico de la civilización occidental estaba amenazado por un comando terrorista –un comando que podía estar integrado por un grupo de polacos, sospechosos porque nadie les entendía lo que hablaban–. La invención del testimonio alega que la mujer llamó a los bomberos y el gobierno ordenó al Ejército que vigilara el pueblo. Al final se supo que sólo se trataba de un hombre cazando palomas.
El ataque, la primera parte del largometraje, la compone el corto al que sigue hora y media de historias, protagonizadas por los lunáticos que parecen atrapados en su entorno, definido accidentalmente por un candidato a la alcaldía como “un mundo extraño”.
Y a pesar de que estén aislados, el mundo los alcanza con sus paranoias, capaces de imaginar terroristas por el estruendo de un rifle. Tras el “ataque” vemos los que podrían ser otros cortometrajes en los que se describe el temperamento de Villereau. En orden de aparición: el fuego –acerca de un incendio que devoró un granero y sobre la muerte de una mujer que quizás se suicidó aprovechando el desastre–; Family Business –sobre la vida y la muerte que esperan por una familia tratando de sobrevivir al caos de la mejor manera posible–; la fama –en el que se registra el desquiciamiento del protagonista del largometraje cuando aún era un corto y cree que su exhibición en el Festival de Clermont-Ferrand hará de él una estrella rutilante en la ciudad a la que decide mudarse–; las aves –o bienvenidos al coronavirus, a los equívocos de Trump condenando a los que aceptaron su consejo de tomar desinfectante, al miedo que desató en Francia el discurso televisivo de Emmanuel Macron el 16 de marzo de 2020 cuando dijo como un general frente al campo de batalla: “Nous sommes en guerre”–; la boda –una fiesta familiar a la que llega el novio de la sobrina de madame Dziurla-Petit, ¡un chico árabe!, expulsado del lugar con la ira del racismo que se respira en el pueblo–; y, para terminar, Villereau Forever –en el que aparece la directora y confronta al espectador para confundir sus certezas cuando le dice: “Esto no es la realidad, esto no es ficción, esto no es un documental”–.
La frase, sarcásticamente retórica, sirve para comprender –o confundirse aún más– la puesta en escena de una ficción que no es tal y que tampoco es un documental, mucho menos es la realidad –además, siguiendo la línea de la directora, ¿qué es la realidad cuando una película parodia la realidad?–.
Pasamos del convencimiento al escepticismo y nos queda la dimensión universal de la mezquindad que se puede respirar en la dimensión liliputiense de un pueblo, sin negar que siempre habrá algo rescatable en la oscuridad humana, por ejemplo, el candor de la petición de mano que le hace un gordo a la mujer de la que ama por encima de todas las cosas la herencia que la enriqueció o los encuentros domésticos alrededor del comedor en el que se habla de cualquier cosa para entretener el tiempo o la ilusión de la sobrina de madame Dziurla-Petit quien, luego de la agresión a su novio, entiende que al otro lado del pueblo, entre más lejos mejor, el universo espera ser explorado.
Morgane Dziurla-Petit recuerda el sentido del juego cinematográfico que tenía Agnès Varda cuando hacía partícipe al espectador de documentales como Visages villages (2017) o Varda par Agnès (2019), simulando el espejismo de llegar a la sala al mismo tiempo en el que se rodaban sus películas. Y aunque Excess Will Saves Us, sin ser una ficción ni un documental ni la realidad, es decir, tan artificioso como es el largometraje que termina siendo las tres cosas, y aunque no tiene el espejismo de lo simultáneo entre la vida filmada al mismo tiempo que la vida de los que la observan en la sala, sí evoca a Varda tanto por el humor como por la presencia de la directora hecha personaje de la historia que filma. El resultado es la empatía con lo que se narra tras la apariencia de un juego, el juego de los adultos que aceptan el dramatismo de sus vidas –en una ficción que difiere de la realidad– y se prestan para actuar –en un documental que se parece a la realidad aunque no lo sea–, permitiéndonos tener, entre las dudas de lo que es o puede ser la película, una certeza: madame Dziurla-Petit tiene la fortuna de la autenticidad llamada estilo y su filmografía apenas está empezando sin ser ficción ni documental, pero sí la realidad de lo que son sus películas.
Laboratorios Frankenstein©
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