En el pasado Bogotá International Film Festival se llevó a cabo un Taller de crítica cinematográfica. Este texto es resultado de ese encuentro.
Sorry Angel (Plaire, aimer et courir vite, 2018), de Christophe Honoré
Para hablar de lo bello en el existir humano es suficiente con hablar de cualquier cosa y no es necesario ponerse altisonante con ello, la sutileza es suficiente. Lo bello está en lo más simple. En Sorry Angel, película que se presentó en la sección “Masters” del pasado Bogotá International Film Festival, se logra a través del sublime tratamiento que lleva a la pantalla. Entre azules, música y erotismo, se tratan los encuentros, la sensualidad, la enfermedad, las relaciones humanas, y la fragilidad o la fuerza que habitan en ellas. Su nombre mismo insinúa una película tenue, al final cumple y deja una sensación etérea entre las pupilas. Hay que anotar que el nombre original suena más atractivo y conlleva otro(s) significado(s), sugiere otra película: Plaire, aimer et courir vite (Placer, amor y correr rápido). Sorry Angel se estrenó en Cannes de 2018, la dirigió Christophe Honoré, cineasta, hombre de teatro y escritor francés. Su cine se ha anclado a narrar la homosexualidad y entre su filmografía se destacan Dix-sept fois Cécile Cassard (17 veces Cécile Cassard, 2002), Les Chansons d'amour (Canciones de amor, 2007) y La belle personne (2011). Es considerado hijo de la Nueva ola francesa y un “autor” con prestigio en el cine Francés. La película cuenta el encuentro entre Jacques, un escritor de 39 años que lleva consigo el peso del sida, y Arthur, un joven lector de 22 años y estudiante de Bretaña, una región cultural ubicada al noreste de Francia; todo mientras cada uno vive experiencias y va armandosu propia vida. Honoré aprovecha el contraste entre estos dos hombres, que están en momentos radicalmente distintos de sus vidas.
Lo fortuito, el azar, siempre tendrá algo de magia, especialmente cuando se trata de un encuentro entre dos personas, desconocidas o conocidas, no importa. Jacques está escéptico y, por un impulso, decide entrar a una sala de cine donde se proyecta El Piano (The Piano, 1993), de Jane Campion. En la sala descubre a Arthur, aquel aventurero de los sentimientos que dará otro vuelco a su vida. Jacques se acerca a él y desde el principio chispea la química entre los dos, una conexión marcada por las palabras directas, románticas y llenas, muy llenas, de humor o sarcasmo. Acuerdan verse más tarde. Aquel primer encuentro oficial sucede en medio de una situación circunstancial y ligeramente permeada de humor. A partir de este momento se desborda una sucesión de instantes emocionantes, desde el erotismo hasta lo cómico y de lo triste a lo melancólico. En la misma sutileza de la película, tanto la tristeza como el erotismo presiden el tratamiento. Hay un erotismo masculino expresado con sensibilidad y belleza: los cuerpos de estos hombres se acercan a otros hombres sin temor, se dejan entrever en los momentos cruciales, mezclando al mismo tiempo la sensualidad, la enfermedad y el dolor. Todo con honestidad y sin pretensiones de un arte erótico.
Alrededor de Jacques se manifiesta un azul predominante, está en los espacios, los decorados, la iluminación o la ropa, una frecuencia visual que acompaña aquella melancolía, un sutil duelo por la pérdida de la vida paulatina, como una especie de pre-duelo por sí mismo. Una emoción que Jacques tiene pegada a la piel y se camufla entre sus vivencias y sus sarcasmos que permiten al espectador vivirla dosificada, con tranquilidad, para poder concentrarse en lo encantador de ese placer y ese amor antes del salir corriendo. La música también se convierte en un hilo conductor de las emociones, y permite acercarse a las escenas con una propia percepción de las emociones.
Jacques mantiene relaciones de amistad saludables y parece que su entorno, en general, es amable, aunque se oculte siempre en comentarios sarcásticos. La relación con su mejor amigo, Mathieu, evidencia todo ese cariño; se entiende cuando lo vemos flaquear emocionalmente hacia el final. Al otro lado está Arthur, una amalgama de romanticismo y hedonismo, una muestra de la ilusión que alberga la juventud y el deseo irreprimible por la aventura y la experimentación. Aunque él se está enamorando de Jacques, las cosas para el escritor adulto, maduro y cansado por el peso de la enfermedad, son distintas y ese amor es quizás solo una salida, se ve obligado a vivirlo así, vivirlo como alguien que quisiera querer pero no puede, no le alcanza la fuerza vital, entonces se dedica a disfrutarlo en sus presentes con él; siempre a través de caricias silenciosas. Y es ahí donde el salir corriendo, el courir vite se manifiesta inherente. Ya lo fortuito y la aventura dejan de interesar, porque recae el peso del sinsentido. Pues, no es lo mismo vivirlos con la belleza y el vigor del atrevimiento a vivenciarlos con el decaimiento que acarrean el azul de la película y la melancolía.
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LO FORTUITO ANTES DEL SALIR CORRIENDO
En el pasado Bogotá International Film Festival se llevó a cabo un Taller de crítica cinematográfica. Este texto es resultado de ese encuentro.
Sorry Angel (Plaire, aimer et courir vite, 2018), de Christophe Honoré
Para hablar de lo bello en el existir humano es suficiente con hablar de cualquier cosa y no es necesario ponerse altisonante con ello, la sutileza es suficiente. Lo bello está en lo más simple. En Sorry Angel, película que se presentó en la sección “Masters” del pasado Bogotá International Film Festival, se logra a través del sublime tratamiento que lleva a la pantalla. Entre azules, música y erotismo, se tratan los encuentros, la sensualidad, la enfermedad, las relaciones humanas, y la fragilidad o la fuerza que habitan en ellas. Su nombre mismo insinúa una película tenue, al final cumple y deja una sensación etérea entre las pupilas. Hay que anotar que el nombre original suena más atractivo y conlleva otro(s) significado(s), sugiere otra película: Plaire, aimer et courir vite (Placer, amor y correr rápido). Sorry Angel se estrenó en Cannes de 2018, la dirigió Christophe Honoré, cineasta, hombre de teatro y escritor francés. Su cine se ha anclado a narrar la homosexualidad y entre su filmografía se destacan Dix-sept fois Cécile Cassard (17 veces Cécile Cassard, 2002), Les Chansons d'amour (Canciones de amor, 2007) y La belle personne (2011). Es considerado hijo de la Nueva ola francesa y un “autor” con prestigio en el cine Francés. La película cuenta el encuentro entre Jacques, un escritor de 39 años que lleva consigo el peso del sida, y Arthur, un joven lector de 22 años y estudiante de Bretaña, una región cultural ubicada al noreste de Francia; todo mientras cada uno vive experiencias y va armando su propia vida. Honoré aprovecha el contraste entre estos dos hombres, que están en momentos radicalmente distintos de sus vidas.
Lo fortuito, el azar, siempre tendrá algo de magia, especialmente cuando se trata de un encuentro entre dos personas, desconocidas o conocidas, no importa. Jacques está escéptico y, por un impulso, decide entrar a una sala de cine donde se proyecta El Piano (The Piano, 1993), de Jane Campion. En la sala descubre a Arthur, aquel aventurero de los sentimientos que dará otro vuelco a su vida. Jacques se acerca a él y desde el principio chispea la química entre los dos, una conexión marcada por las palabras directas, románticas y llenas, muy llenas, de humor o sarcasmo. Acuerdan verse más tarde. Aquel primer encuentro oficial sucede en medio de una situación circunstancial y ligeramente permeada de humor. A partir de este momento se desborda una sucesión de instantes emocionantes, desde el erotismo hasta lo cómico y de lo triste a lo melancólico. En la misma sutileza de la película, tanto la tristeza como el erotismo presiden el tratamiento. Hay un erotismo masculino expresado con sensibilidad y belleza: los cuerpos de estos hombres se acercan a otros hombres sin temor, se dejan entrever en los momentos cruciales, mezclando al mismo tiempo la sensualidad, la enfermedad y el dolor. Todo con honestidad y sin pretensiones de un arte erótico.
Alrededor de Jacques se manifiesta un azul predominante, está en los espacios, los decorados, la iluminación o la ropa, una frecuencia visual que acompaña aquella melancolía, un sutil duelo por la pérdida de la vida paulatina, como una especie de pre-duelo por sí mismo. Una emoción que Jacques tiene pegada a la piel y se camufla entre sus vivencias y sus sarcasmos que permiten al espectador vivirla dosificada, con tranquilidad, para poder concentrarse en lo encantador de ese placer y ese amor antes del salir corriendo. La música también se convierte en un hilo conductor de las emociones, y permite acercarse a las escenas con una propia percepción de las emociones.
Jacques mantiene relaciones de amistad saludables y parece que su entorno, en general, es amable, aunque se oculte siempre en comentarios sarcásticos. La relación con su mejor amigo, Mathieu, evidencia todo ese cariño; se entiende cuando lo vemos flaquear emocionalmente hacia el final. Al otro lado está Arthur, una amalgama de romanticismo y hedonismo, una muestra de la ilusión que alberga la juventud y el deseo irreprimible por la aventura y la experimentación. Aunque él se está enamorando de Jacques, las cosas para el escritor adulto, maduro y cansado por el peso de la enfermedad, son distintas y ese amor es quizás solo una salida, se ve obligado a vivirlo así, vivirlo como alguien que quisiera querer pero no puede, no le alcanza la fuerza vital, entonces se dedica a disfrutarlo en sus presentes con él; siempre a través de caricias silenciosas. Y es ahí donde el salir corriendo, el courir vite se manifiesta inherente. Ya lo fortuito y la aventura dejan de interesar, porque recae el peso del sinsentido. Pues, no es lo mismo vivirlos con la belleza y el vigor del atrevimiento a vivenciarlos con el decaimiento que acarrean el azul de la película y la melancolía.
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