Hugo Chaparro Valderrama ha aprovechado el tiempo de la pandemia para crear un antídoto personal y paradójico. ¡Se ha puesto a estudiar con la minuciosidad de un científico medieval las otras pandemias que han pasado por el mundo! Prepara una novela sobre la atmósfera del peligro biológico y ha perseguido las películas que se enfrentan a la expansión del Covid. Aquí se expande sobre su último descubrimiento.
Cuando las malas noticias son un lugar común de la vida en el planeta Covid, no sobra recordar un desastre de la imaginación –o de la realidad que imita a la ficción de una manera caótica–: las historias que han soñado con pandemias tétricas a la manera de Richard Matheson en I Am Legend –y su adaptación por Ragona & Salkow en 1964, titulada metafóricamente The Last Man on Earth– o Sung-su Kim en The Flu (2013), que hace de la pantalla un paisaje en movimiento con efectos especiales de terror biológico, son ahora patrimonio del periodismo y sus reportajes alrededor del planeta.
A diferencia de otras pestes que le han desordenado la vida al ser humano –la mal llamada “gripa española”, que se originó en un campamento militar de Kansas cuando el cocinero Albert Gitchell fue el primero de los quinientos millones de enfermos que serían atacados por la enfermedad en 1918, o la tenebrosa Peste Negra del siglo XIV, que alcanzó a sumar 25 millones de muertos en Europa al mismo tiempo que sus noticias corrían por el continente con la velocidad de las ratas–, desde que empezaran los desastres del Covid-19 hemos asistido en tiempo real a las imágenes de la tragedia sin importar la distancia donde sucedan los hechos. Excepto en la ciudad de Wuhan: la censura del gobierno chino hizo difícil, aunque no imposible, el trabajo de los periodistas que hicieran tambalear la autoridad estatal o pusieran en duda el manejo de una situación que sería ingobernable para el mundo.
Las imágenes que se filtraron de la emergencia en Wuhan durante la bisagra de finales de 2019 a principios de 2020 son ahora de dominio público en la cinemateca portátil de las pantallas virtuales –pueden ver en YouTube el reportaje de la cadena noticiosa Al Jazeera, 3 Days that Stopped the World–. Pero la intención de filmar al interior de los hospitales o en la intimidad del pánico, atestiguando el coraje de dimensiones épicas que han tenido los médicos y enfermeras para enfrentar el virus o conociendo los testimonios de familias afectadas por la pandemia, no fue posible que alcanzara la prolongación del cine documental, más allá de la brevedad del registro noticioso, hasta que realizadores con temple de reporteros de guerra se atrevieron a explorar con sus cámaras los campos minados de las clínicas y el aire infectado por el virus.
76 días, el documental estrenado en el Festival de Toronto de 2020 con medidas de cautela informativa cuando sus realizadores –Hao Wu, Weixi Chen y un anónimo que quiso preservar su identidad– se arriesgaban a persecuciones policiales en China, sería el primer acercamiento cinematográfico en darle un rostro a las noticias que empezaron a filtrarse alrededor del mundo cuando se registró el fallecimiento de la primera víctima oficial a principios de enero de 2020.
Se inauguró entonces un estilo narrativo para describir con el ojo aéreo de los drones el panorama escénico de Wuhan invadido por el virus, desolado por el confinamiento en el que se encontraban sus 11 millones de habitantes cuando se inició la emergencia sanitaria, contrastándose lo masivo con lo individual a través de la que sería una experiencia al límite vivida por el cuerpo médico, por sus pacientes y por la historia de una pareja esperanzada durante el embarazo que anunciaba el porvenir de una familia.
Meses después de que se presentara 76 días en Toronto, enseñando la levedad estratégica de la cámara para flotar por los espacios contaminados de los hospitales y describir el frenesí con el que se intentaba vencer a la muerte durante los meses fúnebres que transcurrieron en China y en el mundo desde enero hasta abril de 2020 –cuando se levantó el confinamiento de Wuhan el 8 de abril–, la historia se cuenta de nuevo en otro documental que sigue el ejemplo del trabajo de Hao, Weixi y su compañero anónimo, evitando así la amnesia que blinda a la memoria cuando el olvido es una forma terapéutica de sobrevivir a las tragedias.
De nuevo en Toronto y en su Hot Docs Festival, el Covid-19 reapareció con sus calamidades en el documental Wuhan Wuhan, del director chino-canadiense Yung Chang. Su inmersión en los días críticos en los que se manifestó el primer brote del virus podría ser el segundo tomo cinematográfico de las historias que se narran en 76 días, con un valor agregado: aparte de los médicos y las enfermeras con sus cuerpos encapsulados en trajes hipoalergénicos, de los pacientes gruñones que sobreviven al virus, del seguimiento que se hace de otra pareja a la espera del nacimiento de su primer hijo –la chica tiene 37 semanas de embarazo cuando aparece en el documental–, Wuhan Wuhan descubre, entre la multitud de historias que contará en el futuro la crónica de esta pandemia, otras voces en otros ámbitos clínicos que orientan la cámara de Chang hacia el compromiso y la memoria de sus personajes revelados por el cine.
El empleado de una fábrica que trabaja como voluntario durante el confinamiento transportando en su automóvil al personal médico que lo requiera; una sicóloga que se trata a sí misma y a sus pacientes por la crisis que atraviesa China; un doctor al que los enfermos le agradecen haberles salvado la vida; una madre y su niño a la espera de ser dados de alta en uno de los hospitales de emergencia donde podían agolparse cerca de 2.000 pacientes, componen la imagen del caleidoscopio humano que soportó en Wuhan su ansiedad, sus tristezas y sus neurosis por el maratón clínico al que estuvieron sometidos.
Lo anecdótico se construye a través de la edición, que añade fragmentariamente la información necesaria para comprender el drama. El contraste de cada pieza, ensamblada como un rompecabezas que armamos mientras avanza el documental, moldea nuestro punto de vista. El montaje tiene la astucia de una serie que nos deja en vilo y nos obliga a esperar el siguiente capítulo hasta alcanzar el final de la trama. Sus historias paralelas describen la atmósfera de la ciudad claustrofóbica; hacen de su narración un círculo que concluye en el plano general de Wuhan como si fuera un símbolo del dolor y la esperanza.
La soledad entre la multitud que anima el trabajo de cada personaje, rodeado de todos los que necesitan su apoyo, la mitiga el círculo familiar con el que se comunican a través de las pantallas de sus teléfonos, justificándose el final feliz de los reencuentros cuando regresan a sus casas o sabemos del nombre que se le pone a la bebé recién nacida: Ning (Tranquila).
Tras recuperarnos de las malas noticias o de las estadísticas demenciales recordadas por el documental –desde el retrato del doctor Li Wenliang, que advirtió sobre la epidemia en China y al que las autoridades lo obligaron a retractarse, situado entre las flores del homenaje que se le tributó a la entrada del hospital donde murió el 7 de febrero de 2020, hasta las cifras de los excesos por las que sabemos que cada doctor tenía que atender un promedio de 50 pacientes, que una enfermera tenía que hacer el trabajo de un año en dos días o que de 50.000 contagiados murieron 2.547–, Wuhan Wuhan destaca el revés de la situación con el ejemplo de Ning y de los 16.638 bebés que nacieron durante el confinamiento.
La conclusión que nos permite Yung Chang: la vida continuará a pesar de la muerte en el lugar donde sucedieron estas y otras aventuras que acaso no conozcamos nunca.
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WUHAN WUHAN: LA VIDA A PESAR DE LA MUERTE
Hugo Chaparro Valderrama ha aprovechado el tiempo de la pandemia para crear un antídoto personal y paradójico. ¡Se ha puesto a estudiar con la minuciosidad de un científico medieval las otras pandemias que han pasado por el mundo! Prepara una novela sobre la atmósfera del peligro biológico y ha perseguido las películas que se enfrentan a la expansión del Covid. Aquí se expande sobre su último descubrimiento.
Hugo Chaparro Valderrama
Laboratorios Frankenstein©
Cuando las malas noticias son un lugar común de la vida en el planeta Covid, no sobra recordar un desastre de la imaginación –o de la realidad que imita a la ficción de una manera caótica–: las historias que han soñado con pandemias tétricas a la manera de Richard Matheson en I Am Legend –y su adaptación por Ragona & Salkow en 1964, titulada metafóricamente The Last Man on Earth– o Sung-su Kim en The Flu (2013), que hace de la pantalla un paisaje en movimiento con efectos especiales de terror biológico, son ahora patrimonio del periodismo y sus reportajes alrededor del planeta.
A diferencia de otras pestes que le han desordenado la vida al ser humano –la mal llamada “gripa española”, que se originó en un campamento militar de Kansas cuando el cocinero Albert Gitchell fue el primero de los quinientos millones de enfermos que serían atacados por la enfermedad en 1918, o la tenebrosa Peste Negra del siglo XIV, que alcanzó a sumar 25 millones de muertos en Europa al mismo tiempo que sus noticias corrían por el continente con la velocidad de las ratas–, desde que empezaran los desastres del Covid-19 hemos asistido en tiempo real a las imágenes de la tragedia sin importar la distancia donde sucedan los hechos. Excepto en la ciudad de Wuhan: la censura del gobierno chino hizo difícil, aunque no imposible, el trabajo de los periodistas que hicieran tambalear la autoridad estatal o pusieran en duda el manejo de una situación que sería ingobernable para el mundo.
Las imágenes que se filtraron de la emergencia en Wuhan durante la bisagra de finales de 2019 a principios de 2020 son ahora de dominio público en la cinemateca portátil de las pantallas virtuales –pueden ver en YouTube el reportaje de la cadena noticiosa Al Jazeera, 3 Days that Stopped the World–. Pero la intención de filmar al interior de los hospitales o en la intimidad del pánico, atestiguando el coraje de dimensiones épicas que han tenido los médicos y enfermeras para enfrentar el virus o conociendo los testimonios de familias afectadas por la pandemia, no fue posible que alcanzara la prolongación del cine documental, más allá de la brevedad del registro noticioso, hasta que realizadores con temple de reporteros de guerra se atrevieron a explorar con sus cámaras los campos minados de las clínicas y el aire infectado por el virus.
76 días, el documental estrenado en el Festival de Toronto de 2020 con medidas de cautela informativa cuando sus realizadores –Hao Wu, Weixi Chen y un anónimo que quiso preservar su identidad– se arriesgaban a persecuciones policiales en China, sería el primer acercamiento cinematográfico en darle un rostro a las noticias que empezaron a filtrarse alrededor del mundo cuando se registró el fallecimiento de la primera víctima oficial a principios de enero de 2020.
Se inauguró entonces un estilo narrativo para describir con el ojo aéreo de los drones el panorama escénico de Wuhan invadido por el virus, desolado por el confinamiento en el que se encontraban sus 11 millones de habitantes cuando se inició la emergencia sanitaria, contrastándose lo masivo con lo individual a través de la que sería una experiencia al límite vivida por el cuerpo médico, por sus pacientes y por la historia de una pareja esperanzada durante el embarazo que anunciaba el porvenir de una familia.
Meses después de que se presentara 76 días en Toronto, enseñando la levedad estratégica de la cámara para flotar por los espacios contaminados de los hospitales y describir el frenesí con el que se intentaba vencer a la muerte durante los meses fúnebres que transcurrieron en China y en el mundo desde enero hasta abril de 2020 –cuando se levantó el confinamiento de Wuhan el 8 de abril–, la historia se cuenta de nuevo en otro documental que sigue el ejemplo del trabajo de Hao, Weixi y su compañero anónimo, evitando así la amnesia que blinda a la memoria cuando el olvido es una forma terapéutica de sobrevivir a las tragedias.
De nuevo en Toronto y en su Hot Docs Festival, el Covid-19 reapareció con sus calamidades en el documental Wuhan Wuhan, del director chino-canadiense Yung Chang. Su inmersión en los días críticos en los que se manifestó el primer brote del virus podría ser el segundo tomo cinematográfico de las historias que se narran en 76 días, con un valor agregado: aparte de los médicos y las enfermeras con sus cuerpos encapsulados en trajes hipoalergénicos, de los pacientes gruñones que sobreviven al virus, del seguimiento que se hace de otra pareja a la espera del nacimiento de su primer hijo –la chica tiene 37 semanas de embarazo cuando aparece en el documental–, Wuhan Wuhan descubre, entre la multitud de historias que contará en el futuro la crónica de esta pandemia, otras voces en otros ámbitos clínicos que orientan la cámara de Chang hacia el compromiso y la memoria de sus personajes revelados por el cine.
El empleado de una fábrica que trabaja como voluntario durante el confinamiento transportando en su automóvil al personal médico que lo requiera; una sicóloga que se trata a sí misma y a sus pacientes por la crisis que atraviesa China; un doctor al que los enfermos le agradecen haberles salvado la vida; una madre y su niño a la espera de ser dados de alta en uno de los hospitales de emergencia donde podían agolparse cerca de 2.000 pacientes, componen la imagen del caleidoscopio humano que soportó en Wuhan su ansiedad, sus tristezas y sus neurosis por el maratón clínico al que estuvieron sometidos.
Lo anecdótico se construye a través de la edición, que añade fragmentariamente la información necesaria para comprender el drama. El contraste de cada pieza, ensamblada como un rompecabezas que armamos mientras avanza el documental, moldea nuestro punto de vista. El montaje tiene la astucia de una serie que nos deja en vilo y nos obliga a esperar el siguiente capítulo hasta alcanzar el final de la trama. Sus historias paralelas describen la atmósfera de la ciudad claustrofóbica; hacen de su narración un círculo que concluye en el plano general de Wuhan como si fuera un símbolo del dolor y la esperanza.
La soledad entre la multitud que anima el trabajo de cada personaje, rodeado de todos los que necesitan su apoyo, la mitiga el círculo familiar con el que se comunican a través de las pantallas de sus teléfonos, justificándose el final feliz de los reencuentros cuando regresan a sus casas o sabemos del nombre que se le pone a la bebé recién nacida: Ning (Tranquila).
Tras recuperarnos de las malas noticias o de las estadísticas demenciales recordadas por el documental –desde el retrato del doctor Li Wenliang, que advirtió sobre la epidemia en China y al que las autoridades lo obligaron a retractarse, situado entre las flores del homenaje que se le tributó a la entrada del hospital donde murió el 7 de febrero de 2020, hasta las cifras de los excesos por las que sabemos que cada doctor tenía que atender un promedio de 50 pacientes, que una enfermera tenía que hacer el trabajo de un año en dos días o que de 50.000 contagiados murieron 2.547–, Wuhan Wuhan destaca el revés de la situación con el ejemplo de Ning y de los 16.638 bebés que nacieron durante el confinamiento.
La conclusión que nos permite Yung Chang: la vida continuará a pesar de la muerte en el lugar donde sucedieron estas y otras aventuras que acaso no conozcamos nunca.
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