“Qué país Catalina, el que no tiene miedo tiene tedio”
Cuando tenía 25 años, Ángeles Mastretta pasaba mucho tiempo conversando con el escritor y poeta Renato Leduc, que tenía para entonces más de 80 años, y disfrutaba contarle todo tipo de historias sobre las experiencias vividas por diferentes mujeres casadas con políticos decididos -qué sorpresa- a perpetuarse en el poder y exprimirlo a beneficio propio.
Eran mediados de los 80 cuando Mastretta escuchaba embelesada estos relatos que no eran otra cosa que una radiografía perfecta, desde otro ángulo, de muchos de los males y desgracias que se han incrustado en la clase política mexicana. Lo interesante, sin duda, no era solo eso, sino descubrir que, de una u otra manera, estas mujeres conseguían inventarse mecanismos para no dejarse asfixiar del todo en este mundo masculino en el que, sin embargo, ellas eran piezas fundamentales. Con eso en la cabeza, la joven periodista decidió aventurarse en la literatura y escribir su primera novela, la cual tituló: Arráncame la vida.
El éxito fue instantáneo, la historia de Catalina, su temprano matrimonio con el general Ascensio y la búsqueda de apropiarse de su propio destino, ha vendido más de cuatro millones de copias. Por si fuera poco lo anterior, desde su publicación en 1985 ha sido traducida a más de 20 idiomas demostrando, una vez más, que los dramas personales son universales.
La acción inicia en los años treinta, en plena época posrevolucionaria. Así como muchos artistas supieron captar las luces de la Revolución Mexicana, los fulgores de sus figuras emblemáticas y la profunda pregunta por la identidad mexicana que planteó, otros, también, no tardaron en señalar que muchos de los que estaban al mando resultaron peores que quienes buscaban cambiar y, finalmente, para los amolados de siempre, como dirían allá, las cosas no cambiaron del todo. Juan Rulfo, por ejemplo, lo mostró con crudeza en su conocido libro de cuentos El llano en llamas.
Masttreta, sin duda, pertenece a esos que desean señalar el desencanto de esa época gracias al funcionamiento de la escena política llena de corrupción, traiciones y violencia donde impera la ley del más fuerte. Para hacerlo escoge, como lo intuyó hablando con Leduc, no situarse en la mirada de los hombres poderosos sino desde lo femenino que, finalmente, no era tan lejano a lo que podía vivir una mujer en los años ochenta (o incluso, por desgracia, actualmente). Así que el narrador de la obra no es otra que Catalina, la joven esposa del general Andrés Asencio, abocada a vivir junto a un hombre que controla al dedillo los hilos del poder y está decidido a hacer lo que sea necesario para salirse con la suya. El logro de la novela está, sin duda, en la manera como una singular voz femenina va retratando lo que ve y siente, mientras empieza a comprender cómo funciona ese mundo en el cual su marido acumula poder y riqueza.
Tras el éxito editorial y a pesar de la dificultad que constituía la reconstrucción del momento histórico retratado, se decidió hacer la adaptación cinematográfica de la obra. Las voces críticas no tardaron en aparecer, unas por no ver el valor literario de la novela –discutible–, otras por considerar que no iba a ser posible adaptar de manera adecuada una historia contada por un narrador interno tan claro en el que se iban a perder muchos de los matices y reflexiones de la protagonista. Ese, claramente, era el riesgo. La controversia solo aumentó cuando se supo que se habían invertido 65 millones de pesos en hacerla–es una de las películas más caras del cine mexicano– y que para dirigirla había sido escogido Roberto Sneider quien solo tenía en su historial un largometraje, rodado varios años atrás. Valga aclarar, eso sí, que ese único largometraje fue también una adaptación literaria y de nada más y nada menos que de Dos Crímenes, de Jorge Ibargüengoitia, de la que salió muy bien librado.
La clave, sin duda, estaría en el guion, Sneiderlo sabía y asumió la escritura del mismo junto a Ángeles Mastretta quien colaboró activamente en el proceso. El resultado: una obra de cuidadosa factura que logra condensar el espíritu del libro. La escritora quedó contenta –ganó, junto al director, un Ariel a mejor guion adaptado– y la película consiguió un importante éxito en taquilla. Sin duda, en el proceso de adaptación, fue de gran ayuda que en la novela hay muchos diálogos fluidos, escritos con un lenguaje cotidiano, que permiten ver la manera de hablar de los personajes y que pudieron ser retomados literalmente en la adaptación.
La reconstrucción de época se hizo de manera cuidadosa, la ropa, los trajes, las locaciones están muy bien y evolucionan de acuerdo al cambio de espacios y de época de manera armoniosa, por si se dudaba que se hubiera invertido bien el dinero. También se respetó lo esencial, que la historia se focalice desde Catalina. Es a ella a quien acompañamos durante su proceso de maduración a través de los años que pasa junto a Ascencio en los que consigue, no solo volverse dueña de su propio placer sino de su destino en una época en la que las dos cosas le estaban vetadas a las mujeres.
Ana Claudia Talancón interpreta a esta mujer que busca vías de escape a su insatisfacción y que no está dispuesta a ser cómplice pasiva de la injusticia y la corrupción. Pero ningún personaje es blanco o negro, inteligente pero también caprichosa y mimada, Catalina está lejos de ser un atado de virtudes y en ella se condensan muchas de las contradicciones que vive y padece una mujer en esa época.
Andrés Ascencio, inspirado, al parecer, en el controvertido político poblano Maximino Ávila Camacho, es también un personaje polifacético y Daniel Giménez Cacho, el actor escogido para interpretarlo, supo captarlo perfectamente. No cabe duda de que es de lo peor, de la mano de Catalina vamos descubriendo una a una sus arbitrariedades, mentiras y juegos sucios. Es capaz de todo pero también es carismático y seductor. No es solo que se imponga, no es únicamente a través del miedo que ejerce su poder, eso sería fácil, también actúa de protector, posee un gran encanto y establece con Catalina una particular relación. Digo particular porque a pesar de ser todo un macho que adora conquistar y acumular, no solo riquezas sino mujeres e hijos, se siente atraído por la fuerza de Catalina y sus ansias de emancipación. Así como la considera una posesión, también, de diversas maneras, la reta, le da alas.
El tercero en discordia, Carlos Vives, un prometedor músico del que Catalina se enamorará, es la pieza que terminará por hacer estallar un engranaje al que le han empezado a fallar las partes. Vives, en ese sentido, es el personaje con menos aristas y complejidades, apasionado, joven y comprometido, su función es enfrentar a Catalina a su realidad: a pesar de las aparentes libertades de las que goza lo cierto es que se encuentra atrapada y la llave de su celda la tiene Andrés.
El hecho de que Vives sea un personaje más plano se acentúa dramáticamente en la adaptación cinematográfica y puede dar la sensación de que se pierde un tanto de fuerza en el desarrollo cuando él aparece. En el libro, centrado en las emociones de Catalina, esto no sucede de esa manera y el personaje, sensible, apasionado políticamente, soñador y temerario, tiene más encanto que en la cinta en donde se le siente algo soso, sobre todo porque en ese punto la acción parece acelerarse y poco podemos involucrarnos con las causas que él defiende.
Por otra parte, Carlos Vives es un músico, un director de orquesta, que con su juventud, entusiasmo e ideas políticas, es el reverso completo de Ascensio. Su presencia pone aún más en evidencia un elemento importante tanto en la obra literaria como en la película, la música.
Lo sabemos desde el título, el mismo de un conocido bolero introducido en la narración de la historia. Leonardo Heiblum y Jacobo Lieberman, que suelen trabajar juntos y están detrás de varias bandas sonoras (María llena eres de gracia (2004), La Jaula de oro (2013), Tempestad (2016), por solo citar algunas) hacen un gran trabajo. La banda sonora acompaña e ilustra diversos momentos, ahonda en la psicología de los personajes y se mezcla con canciones populares, como el Cielito lindo que interpreta el padre de Catalina o la escena en que la canción Arráncame la vida es interpretada, junto a Cenizas, por la conocida cantante Eugenia León, en una escena que aprovecha el lenguaje cinematográfico para trasmitir el quiebre en la relación con Andrés y la complicidad creciente entre Catalina y Carlos.
El humor está presente tanto en la novela como en la película, sin que esto le dé un tono humorístico como leí que algunos le criticaban a la cinta. Las risas surgen por las ocurrencias de los personajes, por lo absurdo de ciertas situaciones en las que Ascensio ejerce su poder o por lo increíblemente descarado que éste último puede ser pero, sin duda, estamos ante un drama. No hay nada risible en lo que le sucede a los personajes y, mucho menos, en lo que termina denunciando de la situación política mexicana que tantos vínculos puede tener con momentos más actuales.
Finalmente, el título tanto de la novela como del libro puede leerse de dos maneras diferentes, por un lado, es una sentida declaración de amor, prefiero perder mi vida a perderte, como lo dice el bolero; por otro lado, ilustra también lo que le ha sucedido a Catalina y a tantas otras mujeres a las que parece que les hubieran arrancado la vida propia. Mujeres abocadas a mentir para poder experimentar algo, engañarse y engañar a otros, mujeres confinadas al hogar y al cuidado de otros. Tanto en la novela como en el libro, el recorrido de la protagonista la lleva a recuperar eso, su vida, casi nada, algo que nunca tuvo y que ahora, al fin, le pertenece. No es un hombre el encargado de liberarla sino su propia fuerza y la certeza de que ha llegado la hora de asumirse y ser libre.
DEVUÉLVEME MI VIDA
Devuélveme mi vida
Arráncame la vida (2008), de Roberto Sneider
“Qué país Catalina, el que no tiene miedo tiene tedio”
Cuando tenía 25 años, Ángeles Mastretta pasaba mucho tiempo conversando con el escritor y poeta Renato Leduc, que tenía para entonces más de 80 años, y disfrutaba contarle todo tipo de historias sobre las experiencias vividas por diferentes mujeres casadas con políticos decididos -qué sorpresa- a perpetuarse en el poder y exprimirlo a beneficio propio.
Eran mediados de los 80 cuando Mastretta escuchaba embelesada estos relatos que no eran otra cosa que una radiografía perfecta, desde otro ángulo, de muchos de los males y desgracias que se han incrustado en la clase política mexicana. Lo interesante, sin duda, no era solo eso, sino descubrir que, de una u otra manera, estas mujeres conseguían inventarse mecanismos para no dejarse asfixiar del todo en este mundo masculino en el que, sin embargo, ellas eran piezas fundamentales. Con eso en la cabeza, la joven periodista decidió aventurarse en la literatura y escribir su primera novela, la cual tituló: Arráncame la vida.
El éxito fue instantáneo, la historia de Catalina, su temprano matrimonio con el general Ascensio y la búsqueda de apropiarse de su propio destino, ha vendido más de cuatro millones de copias. Por si fuera poco lo anterior, desde su publicación en 1985 ha sido traducida a más de 20 idiomas demostrando, una vez más, que los dramas personales son universales.
La acción inicia en los años treinta, en plena época posrevolucionaria. Así como muchos artistas supieron captar las luces de la Revolución Mexicana, los fulgores de sus figuras emblemáticas y la profunda pregunta por la identidad mexicana que planteó, otros, también, no tardaron en señalar que muchos de los que estaban al mando resultaron peores que quienes buscaban cambiar y, finalmente, para los amolados de siempre, como dirían allá, las cosas no cambiaron del todo. Juan Rulfo, por ejemplo, lo mostró con crudeza en su conocido libro de cuentos El llano en llamas.
Masttreta, sin duda, pertenece a esos que desean señalar el desencanto de esa época gracias al funcionamiento de la escena política llena de corrupción, traiciones y violencia donde impera la ley del más fuerte. Para hacerlo escoge, como lo intuyó hablando con Leduc, no situarse en la mirada de los hombres poderosos sino desde lo femenino que, finalmente, no era tan lejano a lo que podía vivir una mujer en los años ochenta (o incluso, por desgracia, actualmente). Así que el narrador de la obra no es otra que Catalina, la joven esposa del general Andrés Asencio, abocada a vivir junto a un hombre que controla al dedillo los hilos del poder y está decidido a hacer lo que sea necesario para salirse con la suya. El logro de la novela está, sin duda, en la manera como una singular voz femenina va retratando lo que ve y siente, mientras empieza a comprender cómo funciona ese mundo en el cual su marido acumula poder y riqueza.
Tras el éxito editorial y a pesar de la dificultad que constituía la reconstrucción del momento histórico retratado, se decidió hacer la adaptación cinematográfica de la obra. Las voces críticas no tardaron en aparecer, unas por no ver el valor literario de la novela –discutible–, otras por considerar que no iba a ser posible adaptar de manera adecuada una historia contada por un narrador interno tan claro en el que se iban a perder muchos de los matices y reflexiones de la protagonista. Ese, claramente, era el riesgo. La controversia solo aumentó cuando se supo que se habían invertido 65 millones de pesos en hacerla–es una de las películas más caras del cine mexicano– y que para dirigirla había sido escogido Roberto Sneider quien solo tenía en su historial un largometraje, rodado varios años atrás. Valga aclarar, eso sí, que ese único largometraje fue también una adaptación literaria y de nada más y nada menos que de Dos Crímenes, de Jorge Ibargüengoitia, de la que salió muy bien librado.
La clave, sin duda, estaría en el guion, Sneiderlo sabía y asumió la escritura del mismo junto a Ángeles Mastretta quien colaboró activamente en el proceso. El resultado: una obra de cuidadosa factura que logra condensar el espíritu del libro. La escritora quedó contenta –ganó, junto al director, un Ariel a mejor guion adaptado– y la película consiguió un importante éxito en taquilla. Sin duda, en el proceso de adaptación, fue de gran ayuda que en la novela hay muchos diálogos fluidos, escritos con un lenguaje cotidiano, que permiten ver la manera de hablar de los personajes y que pudieron ser retomados literalmente en la adaptación.
La reconstrucción de época se hizo de manera cuidadosa, la ropa, los trajes, las locaciones están muy bien y evolucionan de acuerdo al cambio de espacios y de época de manera armoniosa, por si se dudaba que se hubiera invertido bien el dinero. También se respetó lo esencial, que la historia se focalice desde Catalina. Es a ella a quien acompañamos durante su proceso de maduración a través de los años que pasa junto a Ascencio en los que consigue, no solo volverse dueña de su propio placer sino de su destino en una época en la que las dos cosas le estaban vetadas a las mujeres.
Ana Claudia Talancón interpreta a esta mujer que busca vías de escape a su insatisfacción y que no está dispuesta a ser cómplice pasiva de la injusticia y la corrupción. Pero ningún personaje es blanco o negro, inteligente pero también caprichosa y mimada, Catalina está lejos de ser un atado de virtudes y en ella se condensan muchas de las contradicciones que vive y padece una mujer en esa época.
Andrés Ascencio, inspirado, al parecer, en el controvertido político poblano Maximino Ávila Camacho, es también un personaje polifacético y Daniel Giménez Cacho, el actor escogido para interpretarlo, supo captarlo perfectamente. No cabe duda de que es de lo peor, de la mano de Catalina vamos descubriendo una a una sus arbitrariedades, mentiras y juegos sucios. Es capaz de todo pero también es carismático y seductor. No es solo que se imponga, no es únicamente a través del miedo que ejerce su poder, eso sería fácil, también actúa de protector, posee un gran encanto y establece con Catalina una particular relación. Digo particular porque a pesar de ser todo un macho que adora conquistar y acumular, no solo riquezas sino mujeres e hijos, se siente atraído por la fuerza de Catalina y sus ansias de emancipación. Así como la considera una posesión, también, de diversas maneras, la reta, le da alas.
El tercero en discordia, Carlos Vives, un prometedor músico del que Catalina se enamorará, es la pieza que terminará por hacer estallar un engranaje al que le han empezado a fallar las partes. Vives, en ese sentido, es el personaje con menos aristas y complejidades, apasionado, joven y comprometido, su función es enfrentar a Catalina a su realidad: a pesar de las aparentes libertades de las que goza lo cierto es que se encuentra atrapada y la llave de su celda la tiene Andrés.
El hecho de que Vives sea un personaje más plano se acentúa dramáticamente en la adaptación cinematográfica y puede dar la sensación de que se pierde un tanto de fuerza en el desarrollo cuando él aparece. En el libro, centrado en las emociones de Catalina, esto no sucede de esa manera y el personaje, sensible, apasionado políticamente, soñador y temerario, tiene más encanto que en la cinta en donde se le siente algo soso, sobre todo porque en ese punto la acción parece acelerarse y poco podemos involucrarnos con las causas que él defiende.
Por otra parte, Carlos Vives es un músico, un director de orquesta, que con su juventud, entusiasmo e ideas políticas, es el reverso completo de Ascensio. Su presencia pone aún más en evidencia un elemento importante tanto en la obra literaria como en la película, la música.
Lo sabemos desde el título, el mismo de un conocido bolero introducido en la narración de la historia. Leonardo Heiblum y Jacobo Lieberman, que suelen trabajar juntos y están detrás de varias bandas sonoras (María llena eres de gracia (2004), La Jaula de oro (2013), Tempestad (2016), por solo citar algunas) hacen un gran trabajo. La banda sonora acompaña e ilustra diversos momentos, ahonda en la psicología de los personajes y se mezcla con canciones populares, como el Cielito lindo que interpreta el padre de Catalina o la escena en que la canción Arráncame la vida es interpretada, junto a Cenizas, por la conocida cantante Eugenia León, en una escena que aprovecha el lenguaje cinematográfico para trasmitir el quiebre en la relación con Andrés y la complicidad creciente entre Catalina y Carlos.
El humor está presente tanto en la novela como en la película, sin que esto le dé un tono humorístico como leí que algunos le criticaban a la cinta. Las risas surgen por las ocurrencias de los personajes, por lo absurdo de ciertas situaciones en las que Ascensio ejerce su poder o por lo increíblemente descarado que éste último puede ser pero, sin duda, estamos ante un drama. No hay nada risible en lo que le sucede a los personajes y, mucho menos, en lo que termina denunciando de la situación política mexicana que tantos vínculos puede tener con momentos más actuales.
Finalmente, el título tanto de la novela como del libro puede leerse de dos maneras diferentes, por un lado, es una sentida declaración de amor, prefiero perder mi vida a perderte, como lo dice el bolero; por otro lado, ilustra también lo que le ha sucedido a Catalina y a tantas otras mujeres a las que parece que les hubieran arrancado la vida propia. Mujeres abocadas a mentir para poder experimentar algo, engañarse y engañar a otros, mujeres confinadas al hogar y al cuidado de otros. Tanto en la novela como en el libro, el recorrido de la protagonista la lleva a recuperar eso, su vida, casi nada, algo que nunca tuvo y que ahora, al fin, le pertenece. No es un hombre el encargado de liberarla sino su propia fuerza y la certeza de que ha llegado la hora de asumirse y ser libre.
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