Más allá del relato autobiográfico de Laura Mora sobre el asesinato de su padre (lo que requiere mucho valor), Matar a Jesús es una película profunda en un amplio sentido de la palabra, pues aunque tiene como telón de fondo la Medellín violenta, sus barrios marginados y la diferencia de clases que existe en una pequeña ciudad, lo que subyace va mucho más allá; son las emociones de dos seres humanos que, desde su condición y de sus vivencias, sienten, aman y odian como cualquiera.
El relato del que somos testigos es sencillo, pero no por eso simple. Paula (Natasha Jaramillo), una estudiante universitaria, ve ensombrecida su vida por el asesinato de su padre a manos de un sicario, mientras ella es testigo del hecho. La cinta nos lleva a través de su vida y de la relación que desarrolla con Jesús (Giovanny Rodríguez, quien pareciera un actor nato y que sería injusto no destacar su impresionante actuación), el asesino de su padre.
La directora nos acerca tanto a Jesús como a Paula, en un ejercicio que debió de ser todo un reto para ella, teniendo en cuenta que tratar de entender la mente del asesino de quien le dio la vida requiere una alta dosis de perdón o de una alta capacidad de objetivación de las circunstancias para lograr verlas en su verdadera dimensión. El mérito del film radica precisamente en esto, que mientras conocemos las motivaciones, el dolor y la necesidad de venganza de Paula, conocemos los hábitos de Jesús, sus hobbies, sus miedos y un poco de lo que lleva por dentro.
Ver la película implica asistir, en cierta medida, a una realización (lejos de ser novedosa es el poder con el que nos atrapa inestimable) absoluta: nuestra ciudad hierve por dentro, está llena de belleza y de podredumbre, de contrastes, de odio y de bondad. Cohabitamos esta urbe con una suerte de seres que se nos antojan espectrales, más porque nos son desconocidos que porque en realidad lo sean, pues su presencia es tan contundente y certera como la nuestra; lo que sucede es que sus motivos nos son ajenos y las razones que los llevan a subvalorar la vida de los demás nos son imposibles de comprender; quizá sea acercarse a esas profundidades la oportunidad más valiosa que tiene Paula.
Aunque nada justifica las acciones de un asesino, entender de dónde se derivan podría ser más fructífero para la protagonista que su misma búsqueda de justicia. Saber más y conocer más del contexto de aquellas sombras con las que compartimos el mismo espacio pueden elevar a tal grado la conciencia que podrían plantear a Paula el reto de discernir si la venganza es más importante que la propia vida, aún la de alguien para quien esta tiene poca valía.
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EXPIACIÓN EN CUERPO AJENO
Matar a Jesús, de Laura Mora (2017)
Más allá del relato autobiográfico de Laura Mora sobre el asesinato de su padre (lo que requiere mucho valor), Matar a Jesús es una película profunda en un amplio sentido de la palabra, pues aunque tiene como telón de fondo la Medellín violenta, sus barrios marginados y la diferencia de clases que existe en una pequeña ciudad, lo que subyace va mucho más allá; son las emociones de dos seres humanos que, desde su condición y de sus vivencias, sienten, aman y odian como cualquiera.
El relato del que somos testigos es sencillo, pero no por eso simple. Paula (Natasha Jaramillo), una estudiante universitaria, ve ensombrecida su vida por el asesinato de su padre a manos de un sicario, mientras ella es testigo del hecho. La cinta nos lleva a través de su vida y de la relación que desarrolla con Jesús (Giovanny Rodríguez, quien pareciera un actor nato y que sería injusto no destacar su impresionante actuación), el asesino de su padre.
La directora nos acerca tanto a Jesús como a Paula, en un ejercicio que debió de ser todo un reto para ella, teniendo en cuenta que tratar de entender la mente del asesino de quien le dio la vida requiere una alta dosis de perdón o de una alta capacidad de objetivación de las circunstancias para lograr verlas en su verdadera dimensión. El mérito del film radica precisamente en esto, que mientras conocemos las motivaciones, el dolor y la necesidad de venganza de Paula, conocemos los hábitos de Jesús, sus hobbies, sus miedos y un poco de lo que lleva por dentro.
Ver la película implica asistir, en cierta medida, a una realización (lejos de ser novedosa es el poder con el que nos atrapa inestimable) absoluta: nuestra ciudad hierve por dentro, está llena de belleza y de podredumbre, de contrastes, de odio y de bondad. Cohabitamos esta urbe con una suerte de seres que se nos antojan espectrales, más porque nos son desconocidos que porque en realidad lo sean, pues su presencia es tan contundente y certera como la nuestra; lo que sucede es que sus motivos nos son ajenos y las razones que los llevan a subvalorar la vida de los demás nos son imposibles de comprender; quizá sea acercarse a esas profundidades la oportunidad más valiosa que tiene Paula.
Aunque nada justifica las acciones de un asesino, entender de dónde se derivan podría ser más fructífero para la protagonista que su misma búsqueda de justicia. Saber más y conocer más del contexto de aquellas sombras con las que compartimos el mismo espacio pueden elevar a tal grado la conciencia que podrían plantear a Paula el reto de discernir si la venganza es más importante que la propia vida, aún la de alguien para quien esta tiene poca valía.
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