El tema de las migraciones y los refugiados ocupa, ahora más que nunca, a la humanidad entera por su alcance y por su impacto, y no es para menos teniendo en cuenta la dimensión de las cifras que se nos presentan cada año. Quizás por esta razón, el director finlandés Aki Kaurismaki ha decidido enmarcar, según él mismo ha expresado, sus dos últimas películas en torno a esta situación para construir el drama en el que se involucran sus personajes.
Para Kaurismaki, la migración y el conflicto de los refugiados, más allá del tinte político que las envuelve –que no es de menospreciar–, siempre implican movimiento: el de los actores involucrados, claro está, y, especialmente, de quienes entran en contacto con éstos y de aquellos que deciden ayudarlos. Para el director, nadie sale indemne después de la cercanía con el sufrimiento, ineludiblemente implicarse es la única vía de acción posible, quizás en busca de la redención, o quizás por el simple hecho de desear comprender los detalles de la situación de los otros. Esas dos cuestiones son, para este autor, finalmente, lo que nos hace humanos.
Sobre eso, precisamente, gira el argumento de El Havre (Le Havre, 2011). En esta, la vida sin sobresaltos de los habitantes del puerto de Le Havre, al norte de Francia, se ve trastocada con la aparición de unos inmigrantes provenientes de África y en particular de un niño llamado Idrissa, quien logra escapar del control oficial y casualmente entra en la vida de Marcel Marx, un lustrabotas quien fuera escritor en el pasado, con una situación económica bastante austera, vive con su consagrada esposa Arletty y tiene deudas con todos sus vecinos. Marcel decide hacer todo lo posible para ayudar a Idrissa a llegar a Londres, mientras el detective Monet sigue sus pasos de cerca. En una visión bastante idealista, e incluso cándida, de la migración, Kaurismaki visualiza la llegada del niño como una oportunidad, no solo para Idrissa como activador del conflicto principal del drama, sino para los habitantes de un humilde barrio, que, a pesar de sus carencias, comprenden que la solidaridad es cuestión de humanidad y empáticamente se solidarizan con la situación extrema de aquel niño y activan sus vidas planas a favor de un objetivo superior.
En su película más reciente, El Otro Lado de la Esperanza (The Other Side of Hope, 2017), el director nos acerca a una temática similar e igualmente complicada, la de los refugiados. En ésta, el joven sirio Khaled llega ilegalmente a Helsinki para buscar asilo y encontrar la forma de hallar a su hermana, única sobreviviente de su familia. Cuando su asilo es negado, escapa de las autoridades y “coincidencialmente” conoce a Waldemar, un empresario que recientemente ha adquirido un restaurante con tres pintorescos empleados, quienes, como sucediera en El Havre, le ofrecen empleo, y, entendiendo lo vulnerable de su situación, deciden ayudarlo a encontrar su hermana.
La inocencia, y quizás inverosimilitud de ambos relatos, hacen que el sueño de una mejor sociedad sea cierto, aunque sea solo por un par de horas. Sin embargo, es altamente probable que la intención de Kaurismaki con estos dos films no fuera exactamente hacer un cuento de hadas alrededor de una realidad tan densa e intrincada, sino inspirar o detonar alguna reflexión en quienes las vemos, su conclusión asume la existencia de esperanza en la solidaridad del ser humano, y propone la introspección para hallar la empatía que le falta a este mundo para comprender las diferencias entre todos los que hacemos parte de él. El director finlandés encontró en estas dos cintas la forma de depositar sus anhelos y expectativas con la raza humana, llevándonos a rememorar la que podría ser nuestra esencia, si tanto ruido alrededor y egoísmo no nos distrajeran de ella.
En las películas de Kaurismaki, temas tan sensibles como la migración o los refugiados, ambos tan hondamente complejos, implican conversión. Los seres humanos pueden volverse tremendamente solidarios, capaces de entender con toda profundidad el sufrimiento y las carencias del otro, o, por el contrario, en unos depredadores inclementes al sentir amenazado el status quo, tal como nos lo muestra el personaje que interpreta Jean-Pierre Léaud en El Havre, un hombre ajeno al conflicto que termina por denunciar a la policía la presencia del niño africano. Aun cuando Idrissa no pudiera ni quisiera hacerle ningún daño, sus acciones iban encaminadas a dañarlo y sacarlo del paso. De igual forma, el director nos hace encarar una situación similar en El Otro Lado de la Esperanza con un militante racista y xenófobo de Finlandia, que ve en Khaled a un enemigo, sin conocerlo y sin siquiera ahondar en sus motivaciones. El color de su piel y su condición son la única razón para agredirlo.
Pero la migración y el movimiento en las vidas de quienes están expuestos a ella en el día a día no solo han ocupado la creatividad y la mente de Kaurismaki. Aunque podrían mencionarse cientos de realizaciones al respecto, quisiera volver a dos películas, contadas y abordadas de formas totalmente diferentes: Dheepan (2015), de Jacques Audiard, en el que una pareja de conocidos de Sri Lanka busca una niña de 9 años, entre una multitud de refugiados, con el fin de fingir ser una familia para reemplazar a otra que ha muerto y contaba con pasaportes hacia Europa que representan la salvación. Aun cuando su destino final es Inglaterra, llegan a Francia, donde a Dheepan –el personaje principal–, le asignan un empleo como conserje de un conjunto residencial y a su supuesta esposa uno como enfermera en el mismo lugar. Sin embargo, aunque pareciera que han encontrado un nuevo sitio para comenzar de nuevo, la realidad los golpea rápidamente cuando descubren que el lugar está habitado por traficantes de drogas y pronto se encuentran de nuevo en el medio de otro cruento conflicto. La mirada de Audiard es más dura, más violenta y probablemente más cercana a la realidad, pues los inmigrantes no son ni tan bien recibidos en otras latitudes, y tampoco la vida se les hace tan sencilla. En este caso, la “nueva familia” llega a un lugar tal vez tan violento como el que dejaron atrás, donde sus vidas también están en riesgo inminente. A pesar del ambiente desolador, también en este caso se trasluce la esperanza de un cambio, del encuentro con la compasión perdida y la capacidad del hombre de entenderse como una sola especie en la que se requiere apoyo para sobrevivir.
Por otra parte está Fuocoammare: Fuego en el Mar (Fire at Sea, 2016), de Gianfranco Rosi, un largometraje documental mucho más crudo que las anteriores cintas de ficción mencionadas. Aquí, el director contrasta la pacífica vida de los habitantes de la isla siciliana de Lampedusa, durante la crisis migratoria europea, con la de los migrantes ilegales que llegaban por centenas diariamente hasta allí buscando una vía de acceso hacia la Europa continental. Esta película hace especial énfasis en aquellos a quienes la migración les pasa de largo, a quienes no los toca, para hacer más impactante el contraste, quizás sí de una forma un tanto ambientada y manipulada, pero que sin lugar a dudas ofrece una idea bastante clara de lo que pasan unos y otros.
El estribillo de una canción que cantan un grupo en un bar en El Otro Lado de la Esperanza es tan oportuna como demoledora y resume quizás demasiado bien lo que Rosi quería retratar con Fuocoammare: Fuego en el Mar: “La tierra es dura y pedregosa, las nubes son grandes y grises. Aunque el Señor se compadezca del labrador, esta tierra nunca lo hará”.
Mientras Kaurismaki aborda el conflicto y la realidad de los inmigrantes como le gustaría que fuera, poniendo toda su esperanza en una humanidad casi desnaturalizada, Fuocoammare: Fuego en el Mar tiene otra perspectiva. Lo que se deduce del documental de Rosi es que la realidad de los inmigrantes es terriblemente devastadora. En Dheepan, en cambio, se adopta una visión más en el medio, ni tan despiadada ni tan esperanzadora. Pero todas parecen coincidir en su abordaje al movimiento, que siempre provoca tomar decisiones con una gran variedad de posibilidades: desde no querer ver perdido o vulnerado un modus vivendi con la irrupción de unos extraños, hasta cambiar la normalidad –a veces incluso arriesgando la vida–, para apoyar al que lo necesita.
En cualquiera de los puntos de vista se mueven siempre las vidas de unos y otros. Después de verse tocado por un conflicto de esta magnitud, las vidas de todos se modifican irremediablemente. Dice el médico de la isla que recibe los barcos con los migrantes en Fuocoammare:Fuego en el Mar que “es deber de todo ser humano ayudar a estas personas... muchos de mis colegas dicen: tú ya has visto tanto, ya estás acostumbrado. No es verdad”. ¿Cómo seguir viviendo indemne ante tal horror, cómo acostumbrarse a la muerte y al dolor de otros? No es posible. Ante tanta desgracia y miseria ajenas, nada es ni volverá a ser como antes.
Aquí mismo puede ver algunas de las películas mencionadas:
Más resultados...
Más resultados...
LA VIDA ES MOVIMIENTO, AUNQUE NO SEA EL QUE BUSCAMOS
El tema de las migraciones y los refugiados ocupa, ahora más que nunca, a la humanidad entera por su alcance y por su impacto, y no es para menos teniendo en cuenta la dimensión de las cifras que se nos presentan cada año. Quizás por esta razón, el director finlandés Aki Kaurismaki ha decidido enmarcar, según él mismo ha expresado, sus dos últimas películas en torno a esta situación para construir el drama en el que se involucran sus personajes.
Para Kaurismaki, la migración y el conflicto de los refugiados, más allá del tinte político que las envuelve –que no es de menospreciar–, siempre implican movimiento: el de los actores involucrados, claro está, y, especialmente, de quienes entran en contacto con éstos y de aquellos que deciden ayudarlos. Para el director, nadie sale indemne después de la cercanía con el sufrimiento, ineludiblemente implicarse es la única vía de acción posible, quizás en busca de la redención, o quizás por el simple hecho de desear comprender los detalles de la situación de los otros. Esas dos cuestiones son, para este autor, finalmente, lo que nos hace humanos.
Sobre eso, precisamente, gira el argumento de El Havre (Le Havre, 2011). En esta, la vida sin sobresaltos de los habitantes del puerto de Le Havre, al norte de Francia, se ve trastocada con la aparición de unos inmigrantes provenientes de África y en particular de un niño llamado Idrissa, quien logra escapar del control oficial y casualmente entra en la vida de Marcel Marx, un lustrabotas quien fuera escritor en el pasado, con una situación económica bastante austera, vive con su consagrada esposa Arletty y tiene deudas con todos sus vecinos. Marcel decide hacer todo lo posible para ayudar a Idrissa a llegar a Londres, mientras el detective Monet sigue sus pasos de cerca. En una visión bastante idealista, e incluso cándida, de la migración, Kaurismaki visualiza la llegada del niño como una oportunidad, no solo para Idrissa como activador del conflicto principal del drama, sino para los habitantes de un humilde barrio, que, a pesar de sus carencias, comprenden que la solidaridad es cuestión de humanidad y empáticamente se solidarizan con la situación extrema de aquel niño y activan sus vidas planas a favor de un objetivo superior.
En su película más reciente, El Otro Lado de la Esperanza (The Other Side of Hope, 2017), el director nos acerca a una temática similar e igualmente complicada, la de los refugiados. En ésta, el joven sirio Khaled llega ilegalmente a Helsinki para buscar asilo y encontrar la forma de hallar a su hermana, única sobreviviente de su familia. Cuando su asilo es negado, escapa de las autoridades y “coincidencialmente” conoce a Waldemar, un empresario que recientemente ha adquirido un restaurante con tres pintorescos empleados, quienes, como sucediera en El Havre, le ofrecen empleo, y, entendiendo lo vulnerable de su situación, deciden ayudarlo a encontrar su hermana.
La inocencia, y quizás inverosimilitud de ambos relatos, hacen que el sueño de una mejor sociedad sea cierto, aunque sea solo por un par de horas. Sin embargo, es altamente probable que la intención de Kaurismaki con estos dos films no fuera exactamente hacer un cuento de hadas alrededor de una realidad tan densa e intrincada, sino inspirar o detonar alguna reflexión en quienes las vemos, su conclusión asume la existencia de esperanza en la solidaridad del ser humano, y propone la introspección para hallar la empatía que le falta a este mundo para comprender las diferencias entre todos los que hacemos parte de él. El director finlandés encontró en estas dos cintas la forma de depositar sus anhelos y expectativas con la raza humana, llevándonos a rememorar la que podría ser nuestra esencia, si tanto ruido alrededor y egoísmo no nos distrajeran de ella.
En las películas de Kaurismaki, temas tan sensibles como la migración o los refugiados, ambos tan hondamente complejos, implican conversión. Los seres humanos pueden volverse tremendamente solidarios, capaces de entender con toda profundidad el sufrimiento y las carencias del otro, o, por el contrario, en unos depredadores inclementes al sentir amenazado el status quo, tal como nos lo muestra el personaje que interpreta Jean-Pierre Léaud en El Havre, un hombre ajeno al conflicto que termina por denunciar a la policía la presencia del niño africano. Aun cuando Idrissa no pudiera ni quisiera hacerle ningún daño, sus acciones iban encaminadas a dañarlo y sacarlo del paso. De igual forma, el director nos hace encarar una situación similar en El Otro Lado de la Esperanza con un militante racista y xenófobo de Finlandia, que ve en Khaled a un enemigo, sin conocerlo y sin siquiera ahondar en sus motivaciones. El color de su piel y su condición son la única razón para agredirlo.
Pero la migración y el movimiento en las vidas de quienes están expuestos a ella en el día a día no solo han ocupado la creatividad y la mente de Kaurismaki. Aunque podrían mencionarse cientos de realizaciones al respecto, quisiera volver a dos películas, contadas y abordadas de formas totalmente diferentes: Dheepan (2015), de Jacques Audiard, en el que una pareja de conocidos de Sri Lanka busca una niña de 9 años, entre una multitud de refugiados, con el fin de fingir ser una familia para reemplazar a otra que ha muerto y contaba con pasaportes hacia Europa que representan la salvación. Aun cuando su destino final es Inglaterra, llegan a Francia, donde a Dheepan –el personaje principal–, le asignan un empleo como conserje de un conjunto residencial y a su supuesta esposa uno como enfermera en el mismo lugar. Sin embargo, aunque pareciera que han encontrado un nuevo sitio para comenzar de nuevo, la realidad los golpea rápidamente cuando descubren que el lugar está habitado por traficantes de drogas y pronto se encuentran de nuevo en el medio de otro cruento conflicto. La mirada de Audiard es más dura, más violenta y probablemente más cercana a la realidad, pues los inmigrantes no son ni tan bien recibidos en otras latitudes, y tampoco la vida se les hace tan sencilla. En este caso, la “nueva familia” llega a un lugar tal vez tan violento como el que dejaron atrás, donde sus vidas también están en riesgo inminente. A pesar del ambiente desolador, también en este caso se trasluce la esperanza de un cambio, del encuentro con la compasión perdida y la capacidad del hombre de entenderse como una sola especie en la que se requiere apoyo para sobrevivir.
Por otra parte está Fuocoammare: Fuego en el Mar (Fire at Sea, 2016), de Gianfranco Rosi, un largometraje documental mucho más crudo que las anteriores cintas de ficción mencionadas. Aquí, el director contrasta la pacífica vida de los habitantes de la isla siciliana de Lampedusa, durante la crisis migratoria europea, con la de los migrantes ilegales que llegaban por centenas diariamente hasta allí buscando una vía de acceso hacia la Europa continental. Esta película hace especial énfasis en aquellos a quienes la migración les pasa de largo, a quienes no los toca, para hacer más impactante el contraste, quizás sí de una forma un tanto ambientada y manipulada, pero que sin lugar a dudas ofrece una idea bastante clara de lo que pasan unos y otros.
El estribillo de una canción que cantan un grupo en un bar en El Otro Lado de la Esperanza es tan oportuna como demoledora y resume quizás demasiado bien lo que Rosi quería retratar con Fuocoammare: Fuego en el Mar: “La tierra es dura y pedregosa, las nubes son grandes y grises. Aunque el Señor se compadezca del labrador, esta tierra nunca lo hará”.
Mientras Kaurismaki aborda el conflicto y la realidad de los inmigrantes como le gustaría que fuera, poniendo toda su esperanza en una humanidad casi desnaturalizada, Fuocoammare: Fuego en el Mar tiene otra perspectiva. Lo que se deduce del documental de Rosi es que la realidad de los inmigrantes es terriblemente devastadora. En Dheepan, en cambio, se adopta una visión más en el medio, ni tan despiadada ni tan esperanzadora. Pero todas parecen coincidir en su abordaje al movimiento, que siempre provoca tomar decisiones con una gran variedad de posibilidades: desde no querer ver perdido o vulnerado un modus vivendi con la irrupción de unos extraños, hasta cambiar la normalidad –a veces incluso arriesgando la vida–, para apoyar al que lo necesita.
En cualquiera de los puntos de vista se mueven siempre las vidas de unos y otros. Después de verse tocado por un conflicto de esta magnitud, las vidas de todos se modifican irremediablemente. Dice el médico de la isla que recibe los barcos con los migrantes en Fuocoammare: Fuego en el Mar que “es deber de todo ser humano ayudar a estas personas... muchos de mis colegas dicen: tú ya has visto tanto, ya estás acostumbrado. No es verdad”. ¿Cómo seguir viviendo indemne ante tal horror, cómo acostumbrarse a la muerte y al dolor de otros? No es posible. Ante tanta desgracia y miseria ajenas, nada es ni volverá a ser como antes.
Aquí mismo puede ver algunas de las películas mencionadas:
Tal vez te interese:Ver todos los artículos
"CON ESTO QUE TENGO VOY A HACER UNA PELÍCULA" - A PROPÓSITO DE BAJO UNA LLUVIA AJENA
EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
EL (INELUDIBLE) OFICIO DE MIRAR
Reflexiones semanales directo al correo.
El boletín de la Cero expande sobre las películas que nos sorprenden y nos apasionan. Es otra manera de reunirse y pensar el gesto del cine.
Las entregas cargan nuestras ideas sobre las nuevas y viejas cosas que nos interesan. Ese caleidoscopio de certezas e incertidumbres nos sirve para pensar el mundo que el cine crea.
Únete a la comunidadcontacto
Síguenos