Hemos viajado al Festival Internacional de Cine de Cali, una edición que suponemos especial porque el festival ya no será el mismo. Hemos viajado como peregrinos en busca de respuestas sobre su propia fe. Con aliento, también, de pensar qué es lo que nos deja Luis Ospina. Esta y otras entradas serán la materialización de esas búsquedas.
La casa Obeso Mejía
Jueves. Día 1.
“La ausencia de la memoria es la muerte”, repitió antes de cada proyección Luis Ospina en Derushes, el corto de Rubén Mendoza. Si de algo estuvo lleno el Festival de Cine de Cali este año fue de memoria, aunque también de visiones sobre la muerte y de personajes al borde del abismo. La historia del cine colombiano está atravesada, entre otros grupos, por el grupo de Cali. Desde el principio del festival la voz de Luis estuvo presente en todos los salones, los rincones, y también de la mano de los “derroches”, de las ociosidades, de los instantes de seriedad y de burla.
El primer día comenzó con el final del Encuentro de Investigadores en la Casa Obeso. En un salón pequeño nos reunimos a pensar las formas del ensayo audiovisual: el archivo y las voces que lo ensanchan. En el último minuto de presentación de Jerónimo Atehortúa, apareció un silencio: “tengo unos minutos de la película que estábamos haciendo con Luis -dijo Jerónimo- se llama Mudos testigos . Hecha con fragmentos de películas colombianas que atraviesan nuestra historia cinematográfica”. Yo ahí recordé Fragmentos, de Carlos Santa.
Hubo un poco de confusión en la sala. Casi nos quedamos sin verla, puesto que el tiempo estaba en nuestra contra y ya pronto empezaría Todo comenzó por el fin. Sin embargo, el tiempo cedió y apareció en pantalla. Es muy distinta a Fragmentos –pensé–. Nos dejó un poco mudos. Quizás de ahí su nombre, además de la referencia implícita al cine silente y al cine de los hermanos Atehortúa. Una ficción construida con archivos. Este instante en la Casa Obeso sería el principio de un pensamiento incesante en torno al cine de Luis Ospina durante todo el festival. A los pasados y a los prometidos proyectos en tránsito. A las influencias en las nuevas miradas. Al surgimiento de otras miradas a su vez.
Caminamos luego al Teatro Calima, a unos 20 minutos de allí. Un teatro inmenso, abrumador quizás. En una pantalla curva, apareció Luis a lo lejos. Un fragmento de la mirada de Rubén Mendoza. Días de hospital en los que la muerte parecía cercana aunque llegara años después. La voz de Luis pidiendo morir vampíricamente: “morir mientras se está dormido y que cuando uno se despierte se vea ahí muerto”.
Luego, Todo comenzó por el fin. Explosiones y derrumbes. Luis siendo niño. El temor a la muerte abismal y siempre cercana. En 1963 Rossellini dijo que el cine estaba muerto y ese mismo año nació el cine de Luis Ospina. Luego su imagen en el hospital, pidiendo al universo poder hacer esta última película. El deseo cumplido. La película proyectada en el Calima tras su muerte. El ambiente. La oscuridad. Cali. La última curaduría. El festival sin él. Él y el grupo de Cali por todas partes. Todo tan presente. Todo tan ausente. Los infinitos ecos de Mayolo, de Caicedo, de Ospina. La irreverencia siempre. Siempre la sagacidad, la mirada con sus muchas dimensiones. Siempre el cine. No hay mejor manera para permanecer inmortal que siendo un artista.
Encuentro de investigadores.
Tomada de Cali, ciudad abierta, de Katia González
Viernes. Día 2.
Casi todo lo que se proyecta en el Festival es cine documental. El cine documental habla de las potencias, pero también de las dificultades detrás de la producción cinematográfica. Entramos a ver Nunca subí el Provincia, de Ignacio Agüero. Pienso un poco en la sensación que me produce y me llega un recuerdo de Eduardo Coutinho. La belleza de los detalles y el mundo extendido tras el velo de la cotidianidad que desconocemos. Un barrio en Santiago de Chile. El sonido de un lápiz que escribe un diario a una mujer que nunca vemos. Un diálogo tal vez imaginario, tal vez común, tal vez colectivo. Una obsesión por retratar a los personajes invisibles del barrio.
Cali -como Colombia toda- está llena de estos personajes que pasan desapercibidos. Todos ellos tienen historias no contadas. No existen personajes sin historias dignas de ser imaginadas a pesar de -o debido a- sus rasgos inverosímiles. Un grupo de ancianos en El Colina luego de unos pasos recorridos por la loma de San Antonio y sus casas coloniales. San Fernando con sus calles tranquilas, el verde de los árboles, los tapetes de flores rosas en el suelo. Miraflores y los techos de las casas apuntando a la loma de las tres cruces. El Museo de la Tertulia y la Cinemateca. Un paseo hasta Ciudad Solar. El TEC. Cali resuena toda a cinematografía, a cine y a salsa y quizás a rock -quizás a rock and roll-. Resuena toda a años 70 y su desesperada búsqueda por espacios alternativos. Hablar de cine, escribir sobre cine y hacer cine era y es fundamental. Registrar la vida y la de los amigos marcaba una pauta.
La cultura y la ciudad se entremezclan. Los espacios se llenan de historias. Luego del Museo de la Tertulia pasamos por Lugar a Dudas (un espacio de arte contemporáneo dirigido por Óscar Muñoz). Fuimos a ver Glory, de James Benning. Luego de un rato de confusión en el espacio, encontramos una vitrina que daba a la calle. Glory era una instalación. Norteamérica y sus abusos retratados metafóricamente en un plano fijo de 120 minutos. Una bandera de Estados Unidos que se va despedazando en medio de una tormenta. Observamos por poco tiempo. Nuestro ánimo no daba en ese momento para el trance que exige Glory.
Finalmente, recorridos salseros, cadencias de Cali.
Nos enteramos después de la existencia de esta foto. Nosotros justo al lado del proyecto de Benning.
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DIARIOS DE CALI (02)
Hemos viajado al Festival Internacional de Cine de Cali, una edición que suponemos especial porque el festival ya no será el mismo. Hemos viajado como peregrinos en busca de respuestas sobre su propia fe. Con aliento, también, de pensar qué es lo que nos deja Luis Ospina. Esta y otras entradas serán la materialización de esas búsquedas.
La casa Obeso Mejía
Jueves. Día 1.
“La ausencia de la memoria es la muerte”, repitió antes de cada proyección Luis Ospina en Derushes, el corto de Rubén Mendoza. Si de algo estuvo lleno el Festival de Cine de Cali este año fue de memoria, aunque también de visiones sobre la muerte y de personajes al borde del abismo. La historia del cine colombiano está atravesada, entre otros grupos, por el grupo de Cali. Desde el principio del festival la voz de Luis estuvo presente en todos los salones, los rincones, y también de la mano de los “derroches”, de las ociosidades, de los instantes de seriedad y de burla.
El primer día comenzó con el final del Encuentro de Investigadores en la Casa Obeso. En un salón pequeño nos reunimos a pensar las formas del ensayo audiovisual: el archivo y las voces que lo ensanchan. En el último minuto de presentación de Jerónimo Atehortúa, apareció un silencio: “tengo unos minutos de la película que estábamos haciendo con Luis -dijo Jerónimo- se llama Mudos testigos . Hecha con fragmentos de películas colombianas que atraviesan nuestra historia cinematográfica”. Yo ahí recordé Fragmentos, de Carlos Santa.
Hubo un poco de confusión en la sala. Casi nos quedamos sin verla, puesto que el tiempo estaba en nuestra contra y ya pronto empezaría Todo comenzó por el fin. Sin embargo, el tiempo cedió y apareció en pantalla. Es muy distinta a Fragmentos –pensé–. Nos dejó un poco mudos. Quizás de ahí su nombre, además de la referencia implícita al cine silente y al cine de los hermanos Atehortúa. Una ficción construida con archivos. Este instante en la Casa Obeso sería el principio de un pensamiento incesante en torno al cine de Luis Ospina durante todo el festival. A los pasados y a los prometidos proyectos en tránsito. A las influencias en las nuevas miradas. Al surgimiento de otras miradas a su vez.
Caminamos luego al Teatro Calima, a unos 20 minutos de allí. Un teatro inmenso, abrumador quizás. En una pantalla curva, apareció Luis a lo lejos. Un fragmento de la mirada de Rubén Mendoza. Días de hospital en los que la muerte parecía cercana aunque llegara años después. La voz de Luis pidiendo morir vampíricamente: “morir mientras se está dormido y que cuando uno se despierte se vea ahí muerto”.
Luego, Todo comenzó por el fin. Explosiones y derrumbes. Luis siendo niño. El temor a la muerte abismal y siempre cercana. En 1963 Rossellini dijo que el cine estaba muerto y ese mismo año nació el cine de Luis Ospina. Luego su imagen en el hospital, pidiendo al universo poder hacer esta última película. El deseo cumplido. La película proyectada en el Calima tras su muerte. El ambiente. La oscuridad. Cali. La última curaduría. El festival sin él. Él y el grupo de Cali por todas partes. Todo tan presente. Todo tan ausente. Los infinitos ecos de Mayolo, de Caicedo, de Ospina. La irreverencia siempre. Siempre la sagacidad, la mirada con sus muchas dimensiones. Siempre el cine. No hay mejor manera para permanecer inmortal que siendo un artista.
Encuentro de investigadores.
Tomada de Cali, ciudad abierta, de Katia González
Viernes. Día 2.
Casi todo lo que se proyecta en el Festival es cine documental. El cine documental habla de las potencias, pero también de las dificultades detrás de la producción cinematográfica. Entramos a ver Nunca subí el Provincia, de Ignacio Agüero. Pienso un poco en la sensación que me produce y me llega un recuerdo de Eduardo Coutinho. La belleza de los detalles y el mundo extendido tras el velo de la cotidianidad que desconocemos. Un barrio en Santiago de Chile. El sonido de un lápiz que escribe un diario a una mujer que nunca vemos. Un diálogo tal vez imaginario, tal vez común, tal vez colectivo. Una obsesión por retratar a los personajes invisibles del barrio.
Cali -como Colombia toda- está llena de estos personajes que pasan desapercibidos. Todos ellos tienen historias no contadas. No existen personajes sin historias dignas de ser imaginadas a pesar de -o debido a- sus rasgos inverosímiles. Un grupo de ancianos en El Colina luego de unos pasos recorridos por la loma de San Antonio y sus casas coloniales. San Fernando con sus calles tranquilas, el verde de los árboles, los tapetes de flores rosas en el suelo. Miraflores y los techos de las casas apuntando a la loma de las tres cruces. El Museo de la Tertulia y la Cinemateca. Un paseo hasta Ciudad Solar. El TEC. Cali resuena toda a cinematografía, a cine y a salsa y quizás a rock -quizás a rock and roll-. Resuena toda a años 70 y su desesperada búsqueda por espacios alternativos. Hablar de cine, escribir sobre cine y hacer cine era y es fundamental. Registrar la vida y la de los amigos marcaba una pauta.
La cultura y la ciudad se entremezclan. Los espacios se llenan de historias. Luego del Museo de la Tertulia pasamos por Lugar a Dudas (un espacio de arte contemporáneo dirigido por Óscar Muñoz). Fuimos a ver Glory, de James Benning. Luego de un rato de confusión en el espacio, encontramos una vitrina que daba a la calle. Glory era una instalación. Norteamérica y sus abusos retratados metafóricamente en un plano fijo de 120 minutos. Una bandera de Estados Unidos que se va despedazando en medio de una tormenta. Observamos por poco tiempo. Nuestro ánimo no daba en ese momento para el trance que exige Glory.
Finalmente, recorridos salseros, cadencias de Cali.
Nos enteramos después de la existencia de esta foto. Nosotros justo al lado del proyecto de Benning.
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