Valentina Giraldo descubre The Sleeping Negro y nos seduce con la idea de que, para pensar una película, siempre es bueno tratar de entablar una conversación con quien ha creado las imágenes que encontramos fascinantes. No importa si es en el terreno del hecho o de la imaginación. Lo importa es hablar.
Una conversación imaginaria a través de The Sleeping Negro, de Skinner Myers
La luna tarda en rotar sobre sí misma lo mismo que su movimiento de traslación alrededor de la tierra. Por esta razón hay un lado oscuro que nunca alcanzamos a ver. Durante el novilunio, el sol, la luna y la tierra se encuentran casi en una línea recta, el sol ilumina ese lado de la luna que nunca alcanzamos a ver y este momento es el más presto para eclipses solares.
El momento del ciclo lunar que acompaña a The Sleeping Negro, ópera prima del director Skinner Myers, es la luna nueva. La luna nueva, la que no puedo ver, me recuerda y pone en relieve la contradicción palpitante de reconocer la existencia de algo, pero no alcanzar a comprenderlo completamente por ser nublado a mis ojos.
Esta noche de luna invisible se entrejete en una conversación imaginaria escrita con muchas partes del cuerpo y acompañada de manos diferentes a las mías: un ciempiés hecho de imágenes de Myers, palabras de María Teresa Garzón, de Frantz Fanón y mías.
Esta conversación fabular nace de esa parte oculta de la luna que se escapa de las cosas de las que puedo dar cuenta desde mi encarnación como espectadora que escribe. La página web dice sobre la película: “Ira, alienación y racismo cotidiano: un joven afroamericano cae en una crisis existencial en el espacio de 24 horas y se encuentra con su otro yo”.
Valentina: Esta luna me pone al frente un espejo velado y me hace encontrarme con una-otra-yo. La que no ve. Escribir sobre una película que hace palpable uno de mis puntos ciegos es, de cierta manera, escribir en contra de mí misma, de eso que hace ver en mí lo que yo no puedo terminar de ver.
María Teresa Garzón: Hacerse presente como feminista blanca y accionar en las luchas feministas decoloniales no es un acto de solidaridad, ni de afinidad, ni de amistad y mucho menos de sororidad. Es un acto de litigar contra sí misma.
Valentina y Skinner Myers: The Sleeping Negro hace del movimiento del tiempo un cúmulo de vidrios rotos. Fragmentos afilados de la frustración misma de los minutos y las horas que pasan. “Algo se rompió”. El movimiento se rompió. La burguesía, el hombre blanco, ve el movimiento cíclico y periódico porque es la clase social que lo produce. La clase social que forma cuerpos y forma mentes y forma formas que forman ciudades y fronteras y costumbres. The Sleeping Negro agujerea al movimiento, algo se rompió y fue la movilidad periódica de la narrativa cinematográfica.
Valentina: Quizá romper la periodicidad sea esa experiencia del azar que es similar a la experiencia de la vulnerabilidad. Escribo en la indeterminación porque soy vulnerable. El azar se estira como un moco y me envuelve. The Sleeping Negro atraviesa al tiempo y mediante una especie de legibilidad intuitiva transcribe con cortes de luz la rabia del margen.
Pienso el mundo, lo indetermino.
Vivo, me indetermino.
Skinner Myers: Tengo 35 años. Tengo 29 dientes. 10 camisas. 10 de pares de pantalones. 5 pares de zapatos. 24 medias. Y 6000 dólares al mes para vivir.
Valentina: Tengo 21 años. Tengo 29 dientes. 15 camisetas. 7 pares de pantalones. 8 pares de zapatos. 12 medias y estoy litigando contra mi punto ciego, contra mi luna nueva.
María Teresa Garzón: Es un acto lleno de humildad en el sentido de entender que allí, tal vez, nada se tenga que hacer porque no existe un lugar viable y común de articulación, ni la posibilidad de elegir.
Valentina: La complejidad y el caos son un gesto de posibilidades, no de realidades. Escribo desde la posibilidad que me da mi raíz y sus sombras: veo con un ojo y con el otro no. En The Sleeping Negro, Skinner también litiga en contra de sí mismo. Su otro-yo se hace manifiesto y le reprocha la quietud del camuflaje en un mundo en el que la violencia racista se ha vuelto un paisaje. Adquirir propiedades del revestimiento se vuelve una actividad diaria para ocultarse.
Ser camaleón por supervivencia.
Entrar en el reconocimiento de la mirada del hombre blanco.
Querer ser cómo el otro que puede mirarme y exigirme que me vea como quieren verme.
Frantz Fanon: Encerrado en esta objetividad aplastante, imploré otro. Su mirada liberadora, resbalando sobre mi cuerpo repentinamente sin asperezas, me devolvió una ligereza que yo creía perdida, y, ausentándome del mundo, me restituyó al mundo.
Frantz Fanón y Valentina: El problema es que “el otro” casi siempre somos las que no somos el hombre blanco. La mirada de ese que no es “el otro”; que no es ni borde, ni mujer, ni frontera, ni margen, ni sur, ni color, hace que nuestra relación corporal sea siempre una actividad negadora llevada en tercera persona. Busco revestirme y me disfrazo de lo que sea supongan que debo ser.
Skinner Myers: Su jefe, un hombre blanco -que no necesita camuflarse-, le regala un libro sobre las protestas negras. “¿Por qué eres un negro dormido?”, le pregunta el otro-él a Skinner.
María Teresa Garzón: Es un acto lleno de angustia porque siempre existe el riesgo de no poder o no desear ver las opresiones y las propias prácticas cómplices en ellas o de reducirlas a la lectura teórica.
Skinner Myers, Valentina y Frantz Fanón: La torpeza desafortunada que queda pegada al cuerpo después de la mirada del hombre blanco.
Valentina: No puedo ver la luna nueva pero la película de Skinner Myers me ilumina la cara. ¿Qué hay debajo de este cuerpo? Entramadohistóricosexualracialgeográficopolítico.
En la llaga del mundo se anida esta angustia.
Percepciones del poder que definen quién soy, cómo soy y qué violencia rebota contra mi.
Tecnologías del control: La mirada, que me encasilla y me censura y a la vez me devuelve la ligereza de la existencia.
La trampa de la mirada que es la trampa de la historia y es la trampa del lenguaje.
María Teresa Garzón: Es un acto lleno de sorpresa porque implica reconocer la propia ignorancia.
Frantz Fanón: ¡Sangre! ¡Sangre! ¡Nacimiento! ¡Vértigo del devenir! En la hora tercia, abismado en el estupor del día, me siento enrojecer de sangre. Las arterias del mundo, desquiciadas, arrancadas, desenraizadas, se han vuelto hacia a mí y me han fecundado.
Skinner Myers: The Sleeping Negro está llena de saltos, de apariciones fugaces de ese otro-yo. La estructura desestructura y el mundo se desdobla en esa saeta blanca y cotidiana del racismo.
María Teresa Garzón: Es un acto lleno de miedo porque enfrenta a la pérdida de los privilegios tanto cuando juegan en contra, como cuando juegan a favor.
Skinner Myers y Valentina: ¿Cómo presentar la rabia y disponerla en imágenes y narrativas? La rabia que es descartada por ser un pensamiento inteligible ¿Qué legibilidad imprimirle a un viento lleno de agujas que atraviesa al cuerpo que se niega y se entiende en tercera persona?
Es necesaria una legibilidad torcida para el cuerpo que se desvía y olvida cómo hablar con coherencia y escribir con sintaxis. En ese cuerpo desviado que ha sido obligado a entenderse en tercera persona, nace la posibilidad de expandirlo a gramáticas de dientes afilados y autolitigancias curanderas.
La rabia se fecunda en la venganza más abierta al futuro: la creación.
Este momento es el más preciso para eclipses solares.
María Teresa Garzón: Y es un acto lleno de desollamiento puesto que: “sin una envoltura emocional sentida en el corazón que surja de nuestra opresión, sin que se nombre al enemigo que llevamos dentro de nosotras mismas y fuera de nosotras, ningún contacto auténtico no jerárquico entre grupos oprimidos puede llevarse a cabo” (Moraga, 1988, p. 21).
La luna nueva me recuerda la necesidad política de escribir en contra de mí misma. Porque sé que esa luna está ahí, que existe, que sigue afectando las mareas del mar. Sin embargo, por más que lo intente, no la puedo ver, ese es mi punto ciego, ese es el litigar en contra de mí misma. Y The Sleeping Negro, ese momento entre la tierra, el sol y la luna, abre la posibilidad de reconocer una ceguera abierta a uno de los fenómenos cósmicos más fascinantes: los eclipses. Coronas de luz que delimitan la forma de nuestras sombras y nos invitan a palpar las texturas porosas de la rabia redentora.
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UNA CONVERSACIÓN IMAGINARIA
Valentina Giraldo descubre The Sleeping Negro y nos seduce con la idea de que, para pensar una película, siempre es bueno tratar de entablar una conversación con quien ha creado las imágenes que encontramos fascinantes. No importa si es en el terreno del hecho o de la imaginación. Lo importa es hablar.
Una conversación imaginaria a través de The Sleeping Negro, de Skinner Myers
La luna tarda en rotar sobre sí misma lo mismo que su movimiento de traslación alrededor de la tierra. Por esta razón hay un lado oscuro que nunca alcanzamos a ver. Durante el novilunio, el sol, la luna y la tierra se encuentran casi en una línea recta, el sol ilumina ese lado de la luna que nunca alcanzamos a ver y este momento es el más presto para eclipses solares.
El momento del ciclo lunar que acompaña a The Sleeping Negro, ópera prima del director Skinner Myers, es la luna nueva. La luna nueva, la que no puedo ver, me recuerda y pone en relieve la contradicción palpitante de reconocer la existencia de algo, pero no alcanzar a comprenderlo completamente por ser nublado a mis ojos.
Esta noche de luna invisible se entrejete en una conversación imaginaria escrita con muchas partes del cuerpo y acompañada de manos diferentes a las mías: un ciempiés hecho de imágenes de Myers, palabras de María Teresa Garzón, de Frantz Fanón y mías.
Esta conversación fabular nace de esa parte oculta de la luna que se escapa de las cosas de las que puedo dar cuenta desde mi encarnación como espectadora que escribe. La página web dice sobre la película: “Ira, alienación y racismo cotidiano: un joven afroamericano cae en una crisis existencial en el espacio de 24 horas y se encuentra con su otro yo”.
Valentina: Esta luna me pone al frente un espejo velado y me hace encontrarme con una-otra-yo. La que no ve. Escribir sobre una película que hace palpable uno de mis puntos ciegos es, de cierta manera, escribir en contra de mí misma, de eso que hace ver en mí lo que yo no puedo terminar de ver.
María Teresa Garzón: Hacerse presente como feminista blanca y accionar en las luchas feministas decoloniales no es un acto de solidaridad, ni de afinidad, ni de amistad y mucho menos de sororidad. Es un acto de litigar contra sí misma.
Valentina y Skinner Myers: The Sleeping Negro hace del movimiento del tiempo un cúmulo de vidrios rotos. Fragmentos afilados de la frustración misma de los minutos y las horas que pasan. “Algo se rompió”. El movimiento se rompió. La burguesía, el hombre blanco, ve el movimiento cíclico y periódico porque es la clase social que lo produce. La clase social que forma cuerpos y forma mentes y forma formas que forman ciudades y fronteras y costumbres. The Sleeping Negro agujerea al movimiento, algo se rompió y fue la movilidad periódica de la narrativa cinematográfica.
Valentina: Quizá romper la periodicidad sea esa experiencia del azar que es similar a la experiencia de la vulnerabilidad. Escribo en la indeterminación porque soy vulnerable. El azar se estira como un moco y me envuelve. The Sleeping Negro atraviesa al tiempo y mediante una especie de legibilidad intuitiva transcribe con cortes de luz la rabia del margen.
Pienso el mundo, lo indetermino.
Vivo, me indetermino.
Skinner Myers: Tengo 35 años. Tengo 29 dientes. 10 camisas. 10 de pares de pantalones. 5 pares de zapatos. 24 medias. Y 6000 dólares al mes para vivir.
Valentina: Tengo 21 años. Tengo 29 dientes. 15 camisetas. 7 pares de pantalones. 8 pares de zapatos. 12 medias y estoy litigando contra mi punto ciego, contra mi luna nueva.
María Teresa Garzón: Es un acto lleno de humildad en el sentido de entender que allí, tal vez, nada se tenga que hacer porque no existe un lugar viable y común de articulación, ni la posibilidad de elegir.
Valentina: La complejidad y el caos son un gesto de posibilidades, no de realidades. Escribo desde la posibilidad que me da mi raíz y sus sombras: veo con un ojo y con el otro no. En The Sleeping Negro, Skinner también litiga en contra de sí mismo. Su otro-yo se hace manifiesto y le reprocha la quietud del camuflaje en un mundo en el que la violencia racista se ha vuelto un paisaje. Adquirir propiedades del revestimiento se vuelve una actividad diaria para ocultarse.
Ser camaleón por supervivencia.
Entrar en el reconocimiento de la mirada del hombre blanco.
Querer ser cómo el otro que puede mirarme y exigirme que me vea como quieren verme.
Frantz Fanon: Encerrado en esta objetividad aplastante, imploré otro. Su mirada liberadora, resbalando sobre mi cuerpo repentinamente sin asperezas, me devolvió una ligereza que yo creía perdida, y, ausentándome del mundo, me restituyó al mundo.
Frantz Fanón y Valentina: El problema es que “el otro” casi siempre somos las que no somos el hombre blanco. La mirada de ese que no es “el otro”; que no es ni borde, ni mujer, ni frontera, ni margen, ni sur, ni color, hace que nuestra relación corporal sea siempre una actividad negadora llevada en tercera persona. Busco revestirme y me disfrazo de lo que sea supongan que debo ser.
Skinner Myers: Su jefe, un hombre blanco -que no necesita camuflarse-, le regala un libro sobre las protestas negras. “¿Por qué eres un negro dormido?”, le pregunta el otro-él a Skinner.
María Teresa Garzón: Es un acto lleno de angustia porque siempre existe el riesgo de no poder o no desear ver las opresiones y las propias prácticas cómplices en ellas o de reducirlas a la lectura teórica.
Skinner Myers, Valentina y Frantz Fanón: La torpeza desafortunada que queda pegada al cuerpo después de la mirada del hombre blanco.
Valentina: No puedo ver la luna nueva pero la película de Skinner Myers me ilumina la cara. ¿Qué hay debajo de este cuerpo? Entramadohistóricosexualracialgeográficopolítico.
En la llaga del mundo se anida esta angustia.
Percepciones del poder que definen quién soy, cómo soy y qué violencia rebota contra mi.
Tecnologías del control: La mirada, que me encasilla y me censura y a la vez me devuelve la ligereza de la existencia.
La trampa de la mirada que es la trampa de la historia y es la trampa del lenguaje.
María Teresa Garzón: Es un acto lleno de sorpresa porque implica reconocer la propia ignorancia.
Frantz Fanón: ¡Sangre! ¡Sangre! ¡Nacimiento! ¡Vértigo del devenir! En la hora tercia, abismado en el estupor del día, me siento enrojecer de sangre. Las arterias del mundo, desquiciadas, arrancadas, desenraizadas, se han vuelto hacia a mí y me han fecundado.
Skinner Myers: The Sleeping Negro está llena de saltos, de apariciones fugaces de ese otro-yo. La estructura desestructura y el mundo se desdobla en esa saeta blanca y cotidiana del racismo.
María Teresa Garzón: Es un acto lleno de miedo porque enfrenta a la pérdida de los privilegios tanto cuando juegan en contra, como cuando juegan a favor.
Skinner Myers y Valentina: ¿Cómo presentar la rabia y disponerla en imágenes y narrativas? La rabia que es descartada por ser un pensamiento inteligible ¿Qué legibilidad imprimirle a un viento lleno de agujas que atraviesa al cuerpo que se niega y se entiende en tercera persona?
Es necesaria una legibilidad torcida para el cuerpo que se desvía y olvida cómo hablar con coherencia y escribir con sintaxis. En ese cuerpo desviado que ha sido obligado a entenderse en tercera persona, nace la posibilidad de expandirlo a gramáticas de dientes afilados y autolitigancias curanderas.
La rabia se fecunda en la venganza más abierta al futuro: la creación.
Este momento es el más preciso para eclipses solares.
María Teresa Garzón: Y es un acto lleno de desollamiento puesto que: “sin una envoltura emocional sentida en el corazón que surja de nuestra opresión, sin que se nombre al enemigo que llevamos dentro de nosotras mismas y fuera de nosotras, ningún contacto auténtico no jerárquico entre grupos oprimidos puede llevarse a cabo” (Moraga, 1988, p. 21).
La luna nueva me recuerda la necesidad política de escribir en contra de mí misma. Porque sé que esa luna está ahí, que existe, que sigue afectando las mareas del mar. Sin embargo, por más que lo intente, no la puedo ver, ese es mi punto ciego, ese es el litigar en contra de mí misma. Y The Sleeping Negro, ese momento entre la tierra, el sol y la luna, abre la posibilidad de reconocer una ceguera abierta a uno de los fenómenos cósmicos más fascinantes: los eclipses. Coronas de luz que delimitan la forma de nuestras sombras y nos invitan a palpar las texturas porosas de la rabia redentora.
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