Pocas veces en la Selección Oficial del Festival de Cine de Cannes encuentran lugar propuestas con un nivel de erotismo, sensualidad y plasticidad como las del director francés Yann Gonzalez. Una visión que, a lo largo de los últimos diez años, había señalado unos intereses estéticos que, eventualmente, hubieran correspondido más a la segunda sección en importancia del Festival—Una Cierta Mirada—y no a su sección principal. Tan solo The Neon Demon (Nicolas Winding Refn, 2016) podría parecer, quizás, un antecedente inmediatamente anterior a la participación en la Competencia de una obra como este segundo largometraje. Knife + Heart (Un couteau dans le cœur, 2018)narra la historia de Anne (Vanesa Paradis), una directora de cine porno gay que en 1979 intenta llevar a cabo su obra más ambiciosa a pesar de los asesinatos en serie que comete contra su reparto un criminal encubierto, y la crisis de pareja que ella misma vive con su montajista y compañera. Una obra recibida al mismo tiempo con admiración y escepticismo por la crítica internacional del Festival y en cuya producción se encuentra la única participación latinoamericana de la Competencia: Piano, productora y distribuidora mexicana responsable de la controvertida Tenemos la carne (2016), de Emiliano Rocha Minter, y otros títulos que cosecharon algunos reconocimientos en Sundance como Sueño en otro idioma (2017), de Ernesto Contreras y Tiempo Compartido (2018), de Sebastián Hoffman
Tras haberse convertido en un cortometrajista habitual de la Quincena de Realizadores y más adelante de la Semana de la Crítica, Yann Gonzalez, antiguo crítico convertido en director, presentó su ópera prima Les Rencontres d’aprés minuit en 2013 y en 2017 obtuvo la Queer Palm con su cortometraje Les Îles, presentado en las Proyecciones Especiales de esta misma sección paralela. Hoy casi una decena de cortometrajes y un largometraje constituyen un corpus en el que palpitan con igual intensidad un fuerte erotismo, un interés por personajes de naturalezas vehemente ficticias y pulsiones sexuales diversas, y una estética que no quiere pasar inadvertida, al tiempo que explota algunos recursos clásicos de la imagen cinematográfica: las sobreimpresiones, la reconstrucción de escenarios en set y una iluminación que, alterada, sirve como medio expresivo (en un tono expresionista) para las emociones y atmósferas que envuelven a sus personajes.
Su estética—artesanal—ha sido relacionada en no pocas ocasiones con la de Brian De Palma y Dario Argento. Un cine que, no sin algo de nostalgia y en medio de una era digital, pretende conjurar la fe del espectador: la imaginación como única garantía de un pacto de realidad que, valiéndose de recursos hoy en día caducos, crea un mundo nuevo, un mundo en el que las relaciones humanas se renueven. Un simulacro que encuentra en su propia esencia la oportunidad para recuperar o inventar nuevos lazos que permitan a sus personajes encontrar un destino distinto a la soledad. Un propósito absolutamente coherente con su forma en la medida en que cada obra se presenta como un acto colectivo de fe.
Reunidos en un apartamento para llevar a cabo una insólita orgía, en su primer largometraje algunos personajes arquetípicos sin nombre —el adolescente, la perra, el semental, la estrella— comparten las historias que los han llevado a ese lugar para mitigar de algún modo su profunda soledad. Cuando llega el turno de sus anfitriones, la historia, que se configura como una gran épica trágica y narra el enfrentamiento con la muerte misma para conservar el amor más puro, es puesta en duda por una de las invitadas. “¿Y qué importa si es cierto o no? Es su historia. ¿Acaso perdiste la facultad de tener fe?”, responde el semental, un poeta frustrado.
El nombre de Gonzalez se suma al de otros realizadores contemporáneos con búsquedas e intereses similares. Un pequeño grupo cuyo trabajo, seguramente de forma inconsciente, ha sido expuesto y reunido por la Semana de la Crítica de Cannes en los últimos años: los cortometrajes y largometrajes más recientes de Bertrand Mandico (Ultra Pulpe, 2018), Carlos Conceiçao (Coelho Mau, 2017) y Gabriel Abrantes (Diamantino, 2018), que juntos parecen hablar de una urgencia por revisar las formas en que se construyen estos lazos y una apuesta renovada sobre los recursos artesanales del cine, su propia materialidad y un cuestionamiento de las reglas de los géneros mayores, y una apuesta por los géneros y las formas “menores”: el terror, la ciencia ficción y la fantasía. ¿Qué encuentran estos directores en estas estructuras que corresponden a la esencia más profunda del arte cinematográfico: el artificio, la mentira, la imaginación? ¿Acaso allí se esconde la verdadera libertad del cine?
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LA FANTASÍA
YANN GONZALEZ
Pocas veces en la Selección Oficial del Festival de Cine de Cannes encuentran lugar propuestas con un nivel de erotismo, sensualidad y plasticidad como las del director francés Yann Gonzalez. Una visión que, a lo largo de los últimos diez años, había señalado unos intereses estéticos que, eventualmente, hubieran correspondido más a la segunda sección en importancia del Festival—Una Cierta Mirada—y no a su sección principal. Tan solo The Neon Demon (Nicolas Winding Refn, 2016) podría parecer, quizás, un antecedente inmediatamente anterior a la participación en la Competencia de una obra como este segundo largometraje. Knife + Heart (Un couteau dans le cœur, 2018) narra la historia de Anne (Vanesa Paradis), una directora de cine porno gay que en 1979 intenta llevar a cabo su obra más ambiciosa a pesar de los asesinatos en serie que comete contra su reparto un criminal encubierto, y la crisis de pareja que ella misma vive con su montajista y compañera. Una obra recibida al mismo tiempo con admiración y escepticismo por la crítica internacional del Festival y en cuya producción se encuentra la única participación latinoamericana de la Competencia: Piano, productora y distribuidora mexicana responsable de la controvertida Tenemos la carne (2016), de Emiliano Rocha Minter, y otros títulos que cosecharon algunos reconocimientos en Sundance como Sueño en otro idioma (2017), de Ernesto Contreras y Tiempo Compartido (2018), de Sebastián Hoffman
Tras haberse convertido en un cortometrajista habitual de la Quincena de Realizadores y más adelante de la Semana de la Crítica, Yann Gonzalez, antiguo crítico convertido en director, presentó su ópera prima Les Rencontres d’aprés minuit en 2013 y en 2017 obtuvo la Queer Palm con su cortometraje Les Îles, presentado en las Proyecciones Especiales de esta misma sección paralela. Hoy casi una decena de cortometrajes y un largometraje constituyen un corpus en el que palpitan con igual intensidad un fuerte erotismo, un interés por personajes de naturalezas vehemente ficticias y pulsiones sexuales diversas, y una estética que no quiere pasar inadvertida, al tiempo que explota algunos recursos clásicos de la imagen cinematográfica: las sobreimpresiones, la reconstrucción de escenarios en set y una iluminación que, alterada, sirve como medio expresivo (en un tono expresionista) para las emociones y atmósferas que envuelven a sus personajes.
Su estética—artesanal—ha sido relacionada en no pocas ocasiones con la de Brian De Palma y Dario Argento. Un cine que, no sin algo de nostalgia y en medio de una era digital, pretende conjurar la fe del espectador: la imaginación como única garantía de un pacto de realidad que, valiéndose de recursos hoy en día caducos, crea un mundo nuevo, un mundo en el que las relaciones humanas se renueven. Un simulacro que encuentra en su propia esencia la oportunidad para recuperar o inventar nuevos lazos que permitan a sus personajes encontrar un destino distinto a la soledad. Un propósito absolutamente coherente con su forma en la medida en que cada obra se presenta como un acto colectivo de fe.
Reunidos en un apartamento para llevar a cabo una insólita orgía, en su primer largometraje algunos personajes arquetípicos sin nombre —el adolescente, la perra, el semental, la estrella— comparten las historias que los han llevado a ese lugar para mitigar de algún modo su profunda soledad. Cuando llega el turno de sus anfitriones, la historia, que se configura como una gran épica trágica y narra el enfrentamiento con la muerte misma para conservar el amor más puro, es puesta en duda por una de las invitadas. “¿Y qué importa si es cierto o no? Es su historia. ¿Acaso perdiste la facultad de tener fe?”, responde el semental, un poeta frustrado.
El nombre de Gonzalez se suma al de otros realizadores contemporáneos con búsquedas e intereses similares. Un pequeño grupo cuyo trabajo, seguramente de forma inconsciente, ha sido expuesto y reunido por la Semana de la Crítica de Cannes en los últimos años: los cortometrajes y largometrajes más recientes de Bertrand Mandico (Ultra Pulpe, 2018), Carlos Conceiçao (Coelho Mau, 2017) y Gabriel Abrantes (Diamantino, 2018), que juntos parecen hablar de una urgencia por revisar las formas en que se construyen estos lazos y una apuesta renovada sobre los recursos artesanales del cine, su propia materialidad y un cuestionamiento de las reglas de los géneros mayores, y una apuesta por los géneros y las formas “menores”: el terror, la ciencia ficción y la fantasía. ¿Qué encuentran estos directores en estas estructuras que corresponden a la esencia más profunda del arte cinematográfico: el artificio, la mentira, la imaginación? ¿Acaso allí se esconde la verdadera libertad del cine?
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