AT: Yo he vivido siempre acá. Aquí estudié y viví toda la vida y nombró esto porque es importante para la película, porque viví una adolescencia complicada en muchos aspectos: viví muchas cosas que no debí haber vivido, vi muchas cosas que no debí haber visto, pero también conocí muchas personas que me enseñaron cosas que en su momento no entendí, pero que ahora he entendido mejor. Parte de eso fue haber hecho parte de parches de punketos desde muy pequeño, estuve también en parches de culturas urbanas, de barristas, entonces por diferentes razones terminé en distintos lugares y fue una época convulsionada de mi vida hasta que entré a la universidad y aquí encontré un poco la paz con el cine y las artes. Esos años fueron complicados para mí y ahí quedó una curiosidad por entender la adolescencia y lo que nos pasó. Entre esas cosas fuertes que viví, destaco haber conocido una chica barrista que se llamaba Laura, que por varias circunstancias termina muriendo en carretera, viajando en tractomula y eso fue algo que me marcó mucho y esa imagen fue recurrente en cuentos y lo que producía desde entonces: entender cómo una adolescente arriesga su vida por ir tras una quimera, como puede ser un equipo de fútbol, siempre quise hacer una película sobre barra y sobre el parche de la barra para entenderlo mejor.
Fui a trabajar a Bogotá, en empresas artistas independientes y todas quebraron y me quedaron debiendo plata, me sentí un poco explotado, y ahí fue cuando entendí que yo no podía darme el lujo de hacer cine de autor, porque a pesar de que mi situación económica era cómoda, no podía darme el lujo de hacer ese tipo de cine. Además de trabajar allá, iba mucho a la cinemateca, compraba películas piratas y empecé a hacerme un mapa para ver cómo podía hacer un tipo de cine que se saliera del sistema. Decido regresar a Bucaramanga y me doy cuenta de que el panorama tampoco era muy prometedor porque había una sobrepoblación de estudiantes y, en todos los rodajes, las cabezas de departamento venían de Bogotá y se subvaloraba el talento local.
Entonces hablando con Charly (Galván, director de fotografía) dijimos: “¿cómo vamos a hacer? Hay que hacer algo” y yo tenía un par de guiones, “Tricolor/Barrabrava” y “Hotel cinema”, sobre un dealer de películas piratas. Entonces hicimos unos teaser y llegamos a la conclusión de que hacer una ficción sobre barristas tenía unos valores de producción que nosotros no podíamos alcanzar y yo tenía una plata que había traído de Bogotá y dije que los iba a invertir en la producción. Ahí empezamos a pensar en hacerlo documental y empezamos a acercarnos a los muchachos de la barra, a los chicos que viajan en mula. Un día estábamos en el caballo de Bolívar, que es donde confluyen todos los grupos y apareció un primo de Charly que es de la barra y nos presentó a uno de los líderes y nos dimos cuenta de que ya conocíamos a varios de la barra y al día siguiente fuimos a grabar en un partido. Empezamos a entender que nosotros queríamos hacer algo con el parche de las mulas, pero la barra era otra cosa más compleja, que tiene algo de política, mucho de social, mucho de organización (son como el sindicato del equipo), preparan el show…nos dimos cuenta de que somos muy ignorantes en el tema. Nos dimos cuenta de que a los de las mulas los miraban mal, no los apoyaban porque les daban una mala imagen. Ellos están en el margen de algo que ya está al margen.
Como nosotros no habíamos ganado un premio, no teníamos tantas expectativas, entonces ellos estuvieron muy dispuestos a ayudarnos. Entonces yo les pedí que me dejaran mirar el tema de los menores que viajan en mula y me ayudaran a entenderlo para lograr una película bonita que, por una parte, les permita a ellos verse a sí mismo en un efecto espejo y al mismo tiempo que la sociedad que los tilda de ñeros y los quiere exterminar pueda entender por qué ellos son así. A ellos les gustó, fueron muy abiertos a la producción, nunca hubo problema con la cámara, nunca estuvimos en riesgo, uno cree que se está metiendo al parche más caliente y realmente son muy organizados. Conocimos un parche que ellos llaman “La mulera” que es de Barrio Alto La Cumbre, un barrio popular, que es un movimiento que se degradó, que empezó en auto stop y se degradó. Como nosotros no teníamos un premio, tuvimos tiempo para acercarnos, para darles a veces la cámara y fue muy interesante entender que nosotros no pertenecíamos ahí y que no podíamos definirlo. Nuestra idea no era jugar al antropólogo, hacer etnografía, la idea era jugar a ver. Después de esto aparecieron las becas de estímulo de Santander, entonces nos presentamos mientras seguíamos grabando y aparece la posibilidad de que el equipo ascienda ese semestre y nos ganamos el premio. Ahí empezamos a ver que ya estaba armada la película, había un viaje, entonces definimos un tema técnico y un tema narrativo. Nosotros no queríamos hacer el típico documental de barra, de hablar del origen, mostrar los líderes hablando, nosotros queríamos hacer algo muy específico. Teníamos clara la estructura del viaje, y pensábamos en “El viaje del héroe”, pero nos estaba costando mucho trabajo articularlo, pero al fin armamos un plan de rodaje, con la posibilidad del ascenso del Bucaramanga, del viaje hasta Popayán.
JR: ¿Cuánta gente estaba en el equipo?
AT: Cinco personas: Charly era el DP y Diego su asistente y el que le pasaba los lentes, yo estaba dirigiendo y produciendo, Marlon estaba haciendo la producción general y Wilson Uribe fue sonido. Esos éramos, con ellos hicimos el viaje, armamos un protocolo de seguridad, qué hacer si había una pelea (no queríamos que hubiera una pelea) y fue algo muy particular. Éramos cinco manes y tres adolescentes hinchas de fútbol y todos muy machos y uno de los problemas era tratar de que no se inflaran de pecho a buscar pelea, un reto de dirección era evitar eso, bajarles la adrenalina. Los chicos decían: “Ojalá nos encontremos un parche para que usted grabe la pelea” y yo les di una dirección principal de que eso ya lo habíamos visto y que, si bien eso era innegable, creíamos enfocarnos en que la violencia es invisible, está en el ambiente todo el tiempo, y preguntarnos más bien “¿este pelao por qué no tiene a dónde ir? ¿Por qué la mamá nunca está en la casa?”.
JR: A mí me llamó la atención que la película omite los partidos y se concentra en los muchachos…
AT: Sí, a mí me gustó mucho una expresión, y sé que a Charly no le gusta decirlo de “la cámara está drogada”, que la cámara baila cumbia, que va al ritmo de ellos, que la cámara no está en una posición privilegiada o con un punto de vista artístico.
JR: ¿Qué características se pueden ver en la filmografía de Santander?
AT: Tengo muchos puntos encontrados. Para mí es muy difícil definir algo de lo que hago parte hace muy poco tiempo, no entiendo muchas cosas y pretendo no hacer mucho por entenderlas. A veces prefiero no pensar mucho en eso y creo que Santander tiene muchas cosas muy bellas y algunas muy tristes. Eso tiene que ver con el hecho de que somos región y siempre lo hemos sido, pero estamos en la periferia. Creo que los realizadores están intentando ver la riqueza de la región y darle forma, entonces se habla de que hay mucho western en Santander, yo conozco el trabajo de todos y lo respeto, porque me parece valioso ver lo que está haciendo. Se están desarrollando estilos sobre lo rural y lo urbano, el folclor, veo tristemente que solo hay hombres heterosexuales y blancos. Siento que tampoco le tienen fe a la mano de obra local, se subvalora y eso no ayuda a la industria local ni los procesos de un cine regional. Creo que es una industria con muchas posibilidades, pero tratamos de definirnos por estándares que no son de aquí, pensando en estándares europeos y no se tiene en cuenta lo que pasa acá. Es muy triste que los cortos que se ganan premios en la región no sirvan para mejorar los estándares de la región porque se contrata gente de afuera y no se les paga bien a los de aquí. ¿Es más importante que las películas que se hagan acá tengan estándares de Netflix o que se puedan ver bien acá y contribuyan a un proceso local?, creo que eso le ha hecho mucho daño al cine regional y por eso muchos realizadores terminan viviendo en Bogotá.
JR: Me llama mucho la atención que los realizadores de largometraje de Bucaramanga viven o han vivido fuera de la región, pero regresan a hacer películas aquí. ¿Qué ocurre en tu caso?
AT: Yo hice La fortaleza antes de irme a hacer la maestría. De hecho, siempre he pensado que debí haberme quedado acá y dedicarle más tiempo, pero lo que pienso es que incluso los que nos tuvimos que ir (yo creo que yo me tuve que ir porque sentí que aquí no tenía las posibilidades que encontré afuera) debemos tratar de pensar en cómo se deben hacer las cosas aquí y no tratar de replicar las cosas como se hacen en otros lados. Incluso los modelos de educación aquí se importan de otros países. Eso demuestra que las historias están acá, pero falta mucho de la educación, no solo de manejar los equipos y entender los conceptos, sino la educación política sobre cómo se maneja un gremio, no de que las películas sean buenas o malas si no de que haya trabajo y la gente pueda trabajar mejor.
JR: ¿Qué puntos de referencia hay en Santander, desde lo institucional o personal?
AT: Si yo me paro desde el punto de privilegio de ser egresado de la UNAB, una universidad privada, puedo sentirme parte de un círculo y he tenido la oportunidad de salir y trabajar en otros lugares; pero si yo me paro desde el punto de vista de otra universidad como la ITAE (done estudiaron la mayoría de las personas con las que trabajo) es muy difícil porque hay un monopolio de mercado, no solo por cuestiones de educación sino también de privilegio. Creo que los referentes son muy buenos, aunque no los entendamos bien. Un referente importante es la UNAB desde hace quince o veinte años, que es el más importante centro de educación audiovisual del nororiente, aunque de pronto está formando para una realidad que no se está formando; también está la ITAE que ha formado el equipo técnico de los rodajes de afuera que han venido acá; se ha expandido también la exhibición aumentando las salas de cine; la gobernación de Santander ha sacado los estímulos a la creación que han sido importantes. A pesar de que son buenas iniciativas, me gustaría ser más positivo, pero no puedo negar que hace falta entender las razones por las que existen esas instituciones. También es el canal TRO, que es muy importante, pero sigue anclado en la televisión de los ochenta, es un canal público que funciona para intereses privados. Tienen todos los equipos, pero todo ha sido un juego de contratos para armar una infraestructura para ellos mismos. Uno de los profesores de la región decía: “¿De qué sirve tener un canal acá si la gente no ve las series, no tenemos un India Catalina, no tenemos referentes?”. Sabemos que hacen programas que dicen que valen mil, pero realmente valen cien y a la gente le pagan $100.00 el día y la gente se presta para eso. También pasa qué al no haber unas asociaciones de gremio, la competencia no se ha regulado y puede pasar que por el mismo trabajo un equipo de muchachos que tengan más privilegios y sean dueños de sus equipos diga: “Yo le pongo la mesa de sonido, el micrófono, la cámara y todo por doscientos mil” mientras puede haber un equipo más capacitado, que necesite alquilar los equipos y no pueda mantener ese presupuesto. Hay una educación para saber hacer, pero no para mantenerse profesionalmente a largo plazo.
JR: Háblanos sobre el tránsito entre tu ópera prima y tu próximo proyecto.
AT: La razón por la que hice La fortaleza fue para contar la historia de Laura. A pesar de La fortaleza, me he dado cuenta de que aun quiero hacer Tricolor/Barrabrava y después de ganar Proimágenes e ir a festivales y del aprendizaje, a pesar de que yo aún soy muy pequeño en esto, debo empezar a pensar mejor en la industria: sobre lo que se hace y lo que funciona más. Pensar más esto como una profesión y no solo como algo artístico. Estoy desarrollando este nuevo guion, es muy difícil de financiar, pero La fortaleza me enseñó que algo puede no ser muy perfecto y aun así llegar a muchas personas. Esto me cuestiona sobre la finalidad que tengo para hacer mis películas. Para mí está claro que hay una posibilidad de expresar y que estoy enamorado del cine y de su lenguaje, pero al mismo tiempo sé que debo vivir de esto sin necesidad de irrespetar al público. En “La fortaleza siempre pensé que estábamos haciendo una película para nosotros, que era como nuestro “hijo bazuquero”, no teníamos expectativas, nadie esperaba de nosotros y nos sorprendió que nos escogieran para cerrar la MidBo. Ahora estoy pensando en mi público y eso me pone más contento.
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CONVERSACIÓN CON ANDRÉS TORRES
Lea acá una crítica de La fortaleza, de Andrés Torres.
JR: ¿Cómo ha sido tu trayectoria?
AT: Yo he vivido siempre acá. Aquí estudié y viví toda la vida y nombró esto porque es importante para la película, porque viví una adolescencia complicada en muchos aspectos: viví muchas cosas que no debí haber vivido, vi muchas cosas que no debí haber visto, pero también conocí muchas personas que me enseñaron cosas que en su momento no entendí, pero que ahora he entendido mejor. Parte de eso fue haber hecho parte de parches de punketos desde muy pequeño, estuve también en parches de culturas urbanas, de barristas, entonces por diferentes razones terminé en distintos lugares y fue una época convulsionada de mi vida hasta que entré a la universidad y aquí encontré un poco la paz con el cine y las artes. Esos años fueron complicados para mí y ahí quedó una curiosidad por entender la adolescencia y lo que nos pasó. Entre esas cosas fuertes que viví, destaco haber conocido una chica barrista que se llamaba Laura, que por varias circunstancias termina muriendo en carretera, viajando en tractomula y eso fue algo que me marcó mucho y esa imagen fue recurrente en cuentos y lo que producía desde entonces: entender cómo una adolescente arriesga su vida por ir tras una quimera, como puede ser un equipo de fútbol, siempre quise hacer una película sobre barra y sobre el parche de la barra para entenderlo mejor.
Fui a trabajar a Bogotá, en empresas artistas independientes y todas quebraron y me quedaron debiendo plata, me sentí un poco explotado, y ahí fue cuando entendí que yo no podía darme el lujo de hacer cine de autor, porque a pesar de que mi situación económica era cómoda, no podía darme el lujo de hacer ese tipo de cine. Además de trabajar allá, iba mucho a la cinemateca, compraba películas piratas y empecé a hacerme un mapa para ver cómo podía hacer un tipo de cine que se saliera del sistema. Decido regresar a Bucaramanga y me doy cuenta de que el panorama tampoco era muy prometedor porque había una sobrepoblación de estudiantes y, en todos los rodajes, las cabezas de departamento venían de Bogotá y se subvaloraba el talento local.
Entonces hablando con Charly (Galván, director de fotografía) dijimos: “¿cómo vamos a hacer? Hay que hacer algo” y yo tenía un par de guiones, “Tricolor/Barrabrava” y “Hotel cinema”, sobre un dealer de películas piratas. Entonces hicimos unos teaser y llegamos a la conclusión de que hacer una ficción sobre barristas tenía unos valores de producción que nosotros no podíamos alcanzar y yo tenía una plata que había traído de Bogotá y dije que los iba a invertir en la producción. Ahí empezamos a pensar en hacerlo documental y empezamos a acercarnos a los muchachos de la barra, a los chicos que viajan en mula. Un día estábamos en el caballo de Bolívar, que es donde confluyen todos los grupos y apareció un primo de Charly que es de la barra y nos presentó a uno de los líderes y nos dimos cuenta de que ya conocíamos a varios de la barra y al día siguiente fuimos a grabar en un partido. Empezamos a entender que nosotros queríamos hacer algo con el parche de las mulas, pero la barra era otra cosa más compleja, que tiene algo de política, mucho de social, mucho de organización (son como el sindicato del equipo), preparan el show…nos dimos cuenta de que somos muy ignorantes en el tema. Nos dimos cuenta de que a los de las mulas los miraban mal, no los apoyaban porque les daban una mala imagen. Ellos están en el margen de algo que ya está al margen.
Como nosotros no habíamos ganado un premio, no teníamos tantas expectativas, entonces ellos estuvieron muy dispuestos a ayudarnos. Entonces yo les pedí que me dejaran mirar el tema de los menores que viajan en mula y me ayudaran a entenderlo para lograr una película bonita que, por una parte, les permita a ellos verse a sí mismo en un efecto espejo y al mismo tiempo que la sociedad que los tilda de ñeros y los quiere exterminar pueda entender por qué ellos son así. A ellos les gustó, fueron muy abiertos a la producción, nunca hubo problema con la cámara, nunca estuvimos en riesgo, uno cree que se está metiendo al parche más caliente y realmente son muy organizados. Conocimos un parche que ellos llaman “La mulera” que es de Barrio Alto La Cumbre, un barrio popular, que es un movimiento que se degradó, que empezó en auto stop y se degradó. Como nosotros no teníamos un premio, tuvimos tiempo para acercarnos, para darles a veces la cámara y fue muy interesante entender que nosotros no pertenecíamos ahí y que no podíamos definirlo. Nuestra idea no era jugar al antropólogo, hacer etnografía, la idea era jugar a ver. Después de esto aparecieron las becas de estímulo de Santander, entonces nos presentamos mientras seguíamos grabando y aparece la posibilidad de que el equipo ascienda ese semestre y nos ganamos el premio. Ahí empezamos a ver que ya estaba armada la película, había un viaje, entonces definimos un tema técnico y un tema narrativo. Nosotros no queríamos hacer el típico documental de barra, de hablar del origen, mostrar los líderes hablando, nosotros queríamos hacer algo muy específico. Teníamos clara la estructura del viaje, y pensábamos en “El viaje del héroe”, pero nos estaba costando mucho trabajo articularlo, pero al fin armamos un plan de rodaje, con la posibilidad del ascenso del Bucaramanga, del viaje hasta Popayán.
JR: ¿Cuánta gente estaba en el equipo?
AT: Cinco personas: Charly era el DP y Diego su asistente y el que le pasaba los lentes, yo estaba dirigiendo y produciendo, Marlon estaba haciendo la producción general y Wilson Uribe fue sonido. Esos éramos, con ellos hicimos el viaje, armamos un protocolo de seguridad, qué hacer si había una pelea (no queríamos que hubiera una pelea) y fue algo muy particular. Éramos cinco manes y tres adolescentes hinchas de fútbol y todos muy machos y uno de los problemas era tratar de que no se inflaran de pecho a buscar pelea, un reto de dirección era evitar eso, bajarles la adrenalina. Los chicos decían: “Ojalá nos encontremos un parche para que usted grabe la pelea” y yo les di una dirección principal de que eso ya lo habíamos visto y que, si bien eso era innegable, creíamos enfocarnos en que la violencia es invisible, está en el ambiente todo el tiempo, y preguntarnos más bien “¿este pelao por qué no tiene a dónde ir? ¿Por qué la mamá nunca está en la casa?”.
JR: A mí me llamó la atención que la película omite los partidos y se concentra en los muchachos…
AT: Sí, a mí me gustó mucho una expresión, y sé que a Charly no le gusta decirlo de “la cámara está drogada”, que la cámara baila cumbia, que va al ritmo de ellos, que la cámara no está en una posición privilegiada o con un punto de vista artístico.
JR: ¿Qué características se pueden ver en la filmografía de Santander?
AT: Tengo muchos puntos encontrados. Para mí es muy difícil definir algo de lo que hago parte hace muy poco tiempo, no entiendo muchas cosas y pretendo no hacer mucho por entenderlas. A veces prefiero no pensar mucho en eso y creo que Santander tiene muchas cosas muy bellas y algunas muy tristes. Eso tiene que ver con el hecho de que somos región y siempre lo hemos sido, pero estamos en la periferia. Creo que los realizadores están intentando ver la riqueza de la región y darle forma, entonces se habla de que hay mucho western en Santander, yo conozco el trabajo de todos y lo respeto, porque me parece valioso ver lo que está haciendo. Se están desarrollando estilos sobre lo rural y lo urbano, el folclor, veo tristemente que solo hay hombres heterosexuales y blancos. Siento que tampoco le tienen fe a la mano de obra local, se subvalora y eso no ayuda a la industria local ni los procesos de un cine regional. Creo que es una industria con muchas posibilidades, pero tratamos de definirnos por estándares que no son de aquí, pensando en estándares europeos y no se tiene en cuenta lo que pasa acá. Es muy triste que los cortos que se ganan premios en la región no sirvan para mejorar los estándares de la región porque se contrata gente de afuera y no se les paga bien a los de aquí. ¿Es más importante que las películas que se hagan acá tengan estándares de Netflix o que se puedan ver bien acá y contribuyan a un proceso local?, creo que eso le ha hecho mucho daño al cine regional y por eso muchos realizadores terminan viviendo en Bogotá.
JR: Me llama mucho la atención que los realizadores de largometraje de Bucaramanga viven o han vivido fuera de la región, pero regresan a hacer películas aquí. ¿Qué ocurre en tu caso?
AT: Yo hice La fortaleza antes de irme a hacer la maestría. De hecho, siempre he pensado que debí haberme quedado acá y dedicarle más tiempo, pero lo que pienso es que incluso los que nos tuvimos que ir (yo creo que yo me tuve que ir porque sentí que aquí no tenía las posibilidades que encontré afuera) debemos tratar de pensar en cómo se deben hacer las cosas aquí y no tratar de replicar las cosas como se hacen en otros lados. Incluso los modelos de educación aquí se importan de otros países. Eso demuestra que las historias están acá, pero falta mucho de la educación, no solo de manejar los equipos y entender los conceptos, sino la educación política sobre cómo se maneja un gremio, no de que las películas sean buenas o malas si no de que haya trabajo y la gente pueda trabajar mejor.
JR: ¿Qué puntos de referencia hay en Santander, desde lo institucional o personal?
AT: Si yo me paro desde el punto de privilegio de ser egresado de la UNAB, una universidad privada, puedo sentirme parte de un círculo y he tenido la oportunidad de salir y trabajar en otros lugares; pero si yo me paro desde el punto de vista de otra universidad como la ITAE (done estudiaron la mayoría de las personas con las que trabajo) es muy difícil porque hay un monopolio de mercado, no solo por cuestiones de educación sino también de privilegio. Creo que los referentes son muy buenos, aunque no los entendamos bien. Un referente importante es la UNAB desde hace quince o veinte años, que es el más importante centro de educación audiovisual del nororiente, aunque de pronto está formando para una realidad que no se está formando; también está la ITAE que ha formado el equipo técnico de los rodajes de afuera que han venido acá; se ha expandido también la exhibición aumentando las salas de cine; la gobernación de Santander ha sacado los estímulos a la creación que han sido importantes. A pesar de que son buenas iniciativas, me gustaría ser más positivo, pero no puedo negar que hace falta entender las razones por las que existen esas instituciones. También es el canal TRO, que es muy importante, pero sigue anclado en la televisión de los ochenta, es un canal público que funciona para intereses privados. Tienen todos los equipos, pero todo ha sido un juego de contratos para armar una infraestructura para ellos mismos. Uno de los profesores de la región decía: “¿De qué sirve tener un canal acá si la gente no ve las series, no tenemos un India Catalina, no tenemos referentes?”. Sabemos que hacen programas que dicen que valen mil, pero realmente valen cien y a la gente le pagan $100.00 el día y la gente se presta para eso. También pasa qué al no haber unas asociaciones de gremio, la competencia no se ha regulado y puede pasar que por el mismo trabajo un equipo de muchachos que tengan más privilegios y sean dueños de sus equipos diga: “Yo le pongo la mesa de sonido, el micrófono, la cámara y todo por doscientos mil” mientras puede haber un equipo más capacitado, que necesite alquilar los equipos y no pueda mantener ese presupuesto. Hay una educación para saber hacer, pero no para mantenerse profesionalmente a largo plazo.
JR: Háblanos sobre el tránsito entre tu ópera prima y tu próximo proyecto.
AT: La razón por la que hice La fortaleza fue para contar la historia de Laura. A pesar de La fortaleza, me he dado cuenta de que aun quiero hacer Tricolor/Barrabrava y después de ganar Proimágenes e ir a festivales y del aprendizaje, a pesar de que yo aún soy muy pequeño en esto, debo empezar a pensar mejor en la industria: sobre lo que se hace y lo que funciona más. Pensar más esto como una profesión y no solo como algo artístico. Estoy desarrollando este nuevo guion, es muy difícil de financiar, pero La fortaleza me enseñó que algo puede no ser muy perfecto y aun así llegar a muchas personas. Esto me cuestiona sobre la finalidad que tengo para hacer mis películas. Para mí está claro que hay una posibilidad de expresar y que estoy enamorado del cine y de su lenguaje, pero al mismo tiempo sé que debo vivir de esto sin necesidad de irrespetar al público. En “La fortaleza siempre pensé que estábamos haciendo una película para nosotros, que era como nuestro “hijo bazuquero”, no teníamos expectativas, nadie esperaba de nosotros y nos sorprendió que nos escogieran para cerrar la MidBo. Ahora estoy pensando en mi público y eso me pone más contento.
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Clare Weiskopf y Natalia Santa: dos directoras colombianas forjando un camino propio. Región Andina
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