Shinpei Takeda, director de Hiroshima Nagasaki Download (2011), ingresa esta vez a la competencia Ahora México del FICUNAM 12 con su última película. Apocatastasis (2021) vincula esa latitud al archipiélago geográfico con el que Takeda busca construir sentidos y herramientas de orientación para un presente que sigue cargando con el peso simbólico y material de las bombas atómicas.
Nos topamos así con Aida y Joaquín, que están separados por un océano y no saben de la existencia del otro, pese a que ambos están en los bordes más extremos de una onda expansiva que los empujará hacia personas, íconos y tierras foráneas, acercándose cada vez más a un punto de encuentro en una isla japonesa. Pero la travesía se ve afectada por la inestabilidad de unos personajes que no logran conservar la identidad de su núcleo psíquico-fisiológico. Asistimos entonces a una estructura narrativa que pretende emular formalmente el tropo de la desintegración nuclear: Aida y Joaquín son como isótopos radioactivos que cargan con un exceso de energía que afecta su estabilidad como sujetos. A través de la radiotoxemia, Takeda imagina una diáspora de sujetos lacerados y las búsquedas terapéuticas que podrían aliviar su malestar. Pero la desintegración nuclear, incluso como tropo narrativo, parece salirse de control y afectar a la película misma, cargándola a su vez con un pesado malestar semejante al de sus personajes.
Aida, una trabajadora técnica de rayos X en un consultorio odontológico que padece alucinaciones. Joaquín, un músico que oye un pitido que le viene telepáticamente, como si su cuerpo fuese un dispositivo radiosensible. Un sobreviviente de la bomba en Nagasaki que recogió la cabeza de una estatua de María cargada con la radioactividad de Fat Man. Estos personajes cargan con un exceso energético que parece ser, como ocurre con isótopos como el Pu239, producido artificialmente: una anomalía de laboratorio. Tanto así, que la pesada estructura del film los lleva a menudo a tener diálogos postizos, sin llegar a lo barroco o poético. Aida rompe el hielo con un desconocido en un parque diciendo: “¿Puedo hacerle una pregunta extraña? ¿Usted cree que las personas pueden, quizás, tener alucinaciones si se enferman? Puede que suene muy, muy raro, pero creo que mi trabajo me está enfermando”. Algo en la forma en que se nos presentan estos sujetos irradiados tiene un sabor que pareciese recordar al de los vegetales transgénicos.
La cabeza caída de una estatua de María que se desvanece al contacto directo de la luz solar. Un popcorn girando al interior de un horno microondas. Un cementerio donde todas las inscripciones tienen distintos nombres y fechas de nacimiento, pero siempre la misma fecha de fallecimiento: 1945. Un hombre japonés que canta en el metro: “Flame / brother in the middle / together / they become fire / together / they become fire”. Todas las anécdotas que recopilan de desconocidos aleatorios se convierten en fuentes de totems de una historia mítica de la radioactividad a la que se integra la violencia de los carteles mediante las alucinaciones auditivas de Joaquín. Con esas imágenes, Apocatastasis crea un juego de repeticiones referenciales que son como el mapa de un tesoro que conducirá, mediante alucinaciones y peregrinaciones físicas por igual, a una isla desierta donde Aida y Joaquín se conocerán, se preguntarán extravagantemente dónde están y qué hacen allí, y liberarán algo de la carga que los perjudica, consiguiendo así algo de redención. Los vínculos que se establecen entre esas imágenes son del todo ascépticos, ningún detalle es gratuito y los excesos lo son sólo en apariencia, puesto que tienen su lugar preciso en un rompecabezas bien planeado.
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DIÁSPORAS ARTIFICIALES - FICUNAM (04)
Sobre Apocatastasis, de Shinpei Takeda
Shinpei Takeda, director de Hiroshima Nagasaki Download (2011), ingresa esta vez a la competencia Ahora México del FICUNAM 12 con su última película. Apocatastasis (2021) vincula esa latitud al archipiélago geográfico con el que Takeda busca construir sentidos y herramientas de orientación para un presente que sigue cargando con el peso simbólico y material de las bombas atómicas.
Nos topamos así con Aida y Joaquín, que están separados por un océano y no saben de la existencia del otro, pese a que ambos están en los bordes más extremos de una onda expansiva que los empujará hacia personas, íconos y tierras foráneas, acercándose cada vez más a un punto de encuentro en una isla japonesa. Pero la travesía se ve afectada por la inestabilidad de unos personajes que no logran conservar la identidad de su núcleo psíquico-fisiológico. Asistimos entonces a una estructura narrativa que pretende emular formalmente el tropo de la desintegración nuclear: Aida y Joaquín son como isótopos radioactivos que cargan con un exceso de energía que afecta su estabilidad como sujetos. A través de la radiotoxemia, Takeda imagina una diáspora de sujetos lacerados y las búsquedas terapéuticas que podrían aliviar su malestar. Pero la desintegración nuclear, incluso como tropo narrativo, parece salirse de control y afectar a la película misma, cargándola a su vez con un pesado malestar semejante al de sus personajes.
Aida, una trabajadora técnica de rayos X en un consultorio odontológico que padece alucinaciones. Joaquín, un músico que oye un pitido que le viene telepáticamente, como si su cuerpo fuese un dispositivo radiosensible. Un sobreviviente de la bomba en Nagasaki que recogió la cabeza de una estatua de María cargada con la radioactividad de Fat Man. Estos personajes cargan con un exceso energético que parece ser, como ocurre con isótopos como el Pu239, producido artificialmente: una anomalía de laboratorio. Tanto así, que la pesada estructura del film los lleva a menudo a tener diálogos postizos, sin llegar a lo barroco o poético. Aida rompe el hielo con un desconocido en un parque diciendo: “¿Puedo hacerle una pregunta extraña? ¿Usted cree que las personas pueden, quizás, tener alucinaciones si se enferman? Puede que suene muy, muy raro, pero creo que mi trabajo me está enfermando”. Algo en la forma en que se nos presentan estos sujetos irradiados tiene un sabor que pareciese recordar al de los vegetales transgénicos.
La cabeza caída de una estatua de María que se desvanece al contacto directo de la luz solar. Un popcorn girando al interior de un horno microondas. Un cementerio donde todas las inscripciones tienen distintos nombres y fechas de nacimiento, pero siempre la misma fecha de fallecimiento: 1945. Un hombre japonés que canta en el metro: “Flame / brother in the middle / together / they become fire / together / they become fire”. Todas las anécdotas que recopilan de desconocidos aleatorios se convierten en fuentes de totems de una historia mítica de la radioactividad a la que se integra la violencia de los carteles mediante las alucinaciones auditivas de Joaquín. Con esas imágenes, Apocatastasis crea un juego de repeticiones referenciales que son como el mapa de un tesoro que conducirá, mediante alucinaciones y peregrinaciones físicas por igual, a una isla desierta donde Aida y Joaquín se conocerán, se preguntarán extravagantemente dónde están y qué hacen allí, y liberarán algo de la carga que los perjudica, consiguiendo así algo de redención. Los vínculos que se establecen entre esas imágenes son del todo ascépticos, ningún detalle es gratuito y los excesos lo son sólo en apariencia, puesto que tienen su lugar preciso en un rompecabezas bien planeado.
Finalmente, Apocatastasis es la construcción de una diáspora que vincula subjetividades, íconos y geografías dispersas mediante el tropo de la radioactividad. Si bien esta construcción termina deviniendo en un artificio formalmente restrictivo, podemos reconocer el mérito de la intención subyacente: vincular a un conjunto de cuerpos que sufren y reunir los elementos que aliviarán ese sufrimiento. Esta inclinación hacia los parentescos insospechados da cuenta de unas preocupaciones éticas que Shinpei Takeda ha explorado ya anteriormente y que podría recordar a la heterodoxa genealogía que hace Donna Haraway en su texto Testigo_Modesto@Segundo_Milenio.HombreHembra©_Conoce_ Oncoratón® al decir: “Me guste o no, nací pariente del Pu239 y de las criaturas transgénicas, transespecíficas y transportadas de todo tipo. Esta es la familia de la que, y para la cual, mi gente es responasble”. La obra de Takeda es un artificio significativo para imaginar y darle sentido a la diáspora de esta excéntrica familia.
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