Carmen Viveros, profesora de la Universidad del Norte, de Barranquilla, hace un exhaustivo repaso de la historia del cine en la costa caribe colombiana. Traza un mapa de ideas para escribir la narración de una evolución.
Introducción
La producción cinematográfica del caribe colombiano ha estado, históricamente, adscrita a ciertas tendencias que distan mucho de las estrictas lógicas comerciales de las grandes industrias del cine y el audiovisual que tienen, como es bien sabido, su máximo estandarte en el star system de Hollywood. Sin embargo, es importante hacer un breve recorrido histórico para entender el devenir de la misma, lo cual puede ayudar a contextualizar y rescatar algunas lecciones sobre la producción audiovisual en la región a la luz de los fenómenos de la globalización, la revolución tecnológica y la convergencia mediática contemporáneas.
Si bien la Ley del Cine 814 de 2003 supuso la aparición de mejores condiciones para la producción en todo el país, debido al impulso proveniente del fondo para el desarrollo cinematográfico Proimágenes, y el camino parece haberse allanado gracias a esta nueva oferta de recursos, aún siguen influyendo muchos otros factores que suponen diferentes retos para los autores de las regiones. Algunos apuntes que se expondrán en lo siguiente, a partir de una vista retrospectiva de lo que ha sido la producción en la región, sumado a los testimonios y experiencias de tres realizadores audiovisuales pertenecientes a diferentes generaciones, puede contribuir a pensar el futuro de la producción audiovisual del Caribe.
Antes de entrar en materia, resultaría útil esbozar alguna idea del caribe, teniendo en cuenta que las aproximaciones al cine en y del Caribe son todavía una materia insuficientemente conocida. Para Graciela Chailloux, “a pesar de la diversidad de las realidades que refleja el cine del Caribe... el conjunto de los productos cinematográficos producidos en la región revelan el auto-reconocimiento de una sociedad, una cultura, una identidad Caribe”. Las realidades contenidas en las películas de ficción o documental dialogan con el devenir histórico de la región de diversas maneras: con los pueblos originarios, los procesos de descolonización, el espíritu revolucionario y los movimientos de liberación surgidos después de la segunda guerra mundial, los fenómenos diaspóricos desde y hacia otros continentes y las consecuentes manifestaciones culturales producto de ese mestizaje. Según esta autora, dichos procesos han hecho del Caribe ese espacio universal que durante siglos conectó el Viejo y el Nuevo Mundo.
No cabe duda que ese espíritu propio de la identidad del Caribe, entendido como un espacio cultural, encontró en la obra de Gabriel García Márquez su más importante caja de resonancia, en el caso del caribe colombiano. La sociedad globalizada en la que vivimos demanda la disolución de las fronteras imaginarias que las cartografías de las historias oficiales nos han impuesto. En este sentido, una original aproximación a la idea de un caribe contemporáneo quizás sea ese “reajuste de la mente y el cuerpo” con relación al espacio físico (el territorio) al que alude el nobel escritor en una entrevista realizada por el célebre cronista Ernesto McCausland:
“Uno es de su medio ecológico” afirma García Márquez, poniendo en relación la propia existencia con el territorio del Caribe. Es decir, plantea la posibilidad de pensar el Caribe en comunión con la propia sensibilidad, desde la propia subjetividad, lo cual determina la idea de tantos caribe como cada cada quien sea capaz de imaginar/expresar en relación con el lugar que habita y le es propio. Y es esa multiplicidad la que se revela es esa ruta que propone el presente texto y sus estaciones cronológicas desde mediados del siglo pasado.
El Grupo de Barranquilla (1950-1979): cine, arte y amistad
Para los efectos de este texto podríamos iniciar este esbozo de historia del audiovisual con la película La langosta azul (1954), considerada como un punto de inflexión y una obra fundacional en la creación cinematográfica del Caribe colombiano, resultado del encuentro lúdico del llamado Grupo de Barranquilla. Una obra colectiva realizada por Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Cecilia Porras, Nereo López, Enrique Grau, Luis Vicens, entre otros artistas. Muy lejos estaba La Langosta azul de ajustarse a los modelos de un circuito industrial cinematográfico que para la época ya estaba ampliamente consolidado en otras latitudes. La película respondía a las necesidades de un grupo de amigos apasionados por la creación artística, que habían tenido la oportunidad de entrar en contacto con las corrientes del cine underground y avant-garde en Estados Unidos y Europa respectivamente, así como con la estela neorrealista de la postguerra. La langosta azul pone en evidencia las posibilidades de la experimentación cinematográfica a la que el grupo se enfrentaba, se trataba de una opera prima. Conjuga lo local con lo foráneo, en términos de la procedencia de los personajes y los espacios en los que se mueven. En la película, el personaje principal se encuentra en la búsqueda de langostas radioactivas en las playas de Puerto Colombia, en una época en que un ataque nuclear mutuo entre este/oeste se prestó para todo tipo de especulaciones en plena guerra fría. De ahí los tintes surrealistas de la película, que conecta la narración con un caribe rural alejado de cualquier representación idílica, pero en diálogo con el momento histórico. El Grupo de Barranquilla es considerado como un grupo pionero del cine experimental en Colombia. Posteriormente, Luis Ernesto Arocha, que por esa misma época ya se encontraba en Estados Unidos estudiando arquitectura, sorprendería con creaciones del mismo estilo como Azilef (191), La ópera del mondongo (1974), o Pasión y muerte de Margarita Gautier junto al pintor cartagenero Enrique Grau, entre otras obras. Otro hito importante en este período es la producción de los Noticiarios del Caribe, a cargo de Luis Ernesto Arocha y Álvaro Cepeda Samudio (1969-1971), los cuales construyen una imagen satirizada de la realidad de la región.
En este orden de ideas, en este período, domina el deseo de hibridación de diversas disciplinas artísticas: escultura, pintura, literatura, teatro, arquitectura, diseño. El proceso creativo y el diálogo transversal a los lenguajes del arte es el motor de la producción y está por encima de las lógicas industriales. Estos cineastas no piensan en públicos, mucho menos en consumo, sino en procesos de creación y experimentación, así como el diálogo entre el acontecer social y político de la región con el resto del mundo. Mismos que llevaron a La langosta azul a ser exhibida en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
La televisión regional (1980-1999) : ¿el nacimiento de una industria?
La llegada de la televisión regional en 1986 significó el surgimiento de una nueva generación de realizadores que se formaron especialmente para suplir la demanda que el nuevo canal Telecaribe planteaba, al amparo del espectro electromagnético. Telecaribe nace como una iniciativa pública que se ocupa de la diversidad geográfica, étnica y cultural de la región Caribe, haciendo visibles los personajes e historias que habían sido olvidados hasta ese momento por la televisión abierta generalista producida desde el centro del país. La riqueza y diversidad del Caribe empezó a revelarse en este espacio desde finales de la década del 80, reflejada en series televisivas como Trópicos o Mundo Costeño. Este período se convirtió en el caldo de cultivo que acogió y moldeó a una generación de realizadores audiovisuales para la televisión: Luis Fernando Bottia, Sara Harb, Hermanos Charris, Ernesto McCausland, Marta Yances, Heriberto Fiorillo, Juan Manuel Buelvas, Alfredo Sabbagh, entre otros.
Telecaribe también contribuyó a que se crearan las primeras empresas de producción, que con el paso del tiempo, se han ido sumando a lo que podríamos señalar como una incipiente industria audiovisual regional. Estas empresas han funcionado principalmente como proveedores del canal, accediendo a los fondos que el canal ofrece mediante licitaciones públicas o por contratación directa para llenar la parrilla anual de programación, con recursos provenientes de las instituciones del centro del país.
Este período y proceso productivo, a su vez, ha servido para que muchos de los profesionales se hayan incorporado a los centro de formación que empezaron a abrirse desde finales de la década del 90.
El impulso dado por Telecaribe al desarrollo de la “industria audiovisual” permitió también la incursión en la producción cinematográfica, dando lugar a los primeros largometrajes de Pacho Bottía y Ernesto McCausland, en los que las temáticas propias de la región, como el carnaval, el vallenato, entre otras historias recogidas algunas veces en obras literarias, comenzaron a emerger. Tal es el caso de películas como La boda del acordeonista (Bottia, 1986), Las muñecas que hace juana no tienen ojos (1995), o El último Carnaval (McCausland, 1998).
La Nueva Ola del Caribe (2000) : producción cooperativa
A finales de los años 90, entró en la escena creativa de la región La Nueva Ola del Caribe, como a bien tuvo llamarse un grupo de cineastas que, después de haberse formado en centros de estudio regionales y extranjeros, volcaron su energía en la creación desde la región. Esta nueva generación también funcionaba de manera parecida al Grupo de Barranquilla, al tiempo que bregaban por un mínimo de organización que garantizara su sostenibilidad. De esos intentos por formalizar los procesos de producción circuló una compilación de 17 cortometrajes que se proyectó en diversas ciudades del país bajo la rúbrica de “Muestra de Cine y Video del Caribe Colombiano”. Posteriormente, en los procesos de búsqueda individuales, aquella ola se diluyó en una playa de múltiples arenas: la publicidad, videoarte, producción digital, el cine y la televisión. Es de ley nombrar a todos los que hicieron posible que los aires creativos del Grupo de Barranquilla y el ánimo organizativo de esta nueva generación se materializara en lo que ellos mismos denominaron la Cooperativa de Realizadores Audiovisuales del Caribe: Jessica Grossman, Roberto Flores, Rafael Martínez, Iván Wild, León Mejía, Francisco González, Jorge Mario Sarmiento, Juan Pablo Osman, Julieta Maria, Leyton Almanza, Efraim Medina.
La Nueva Ola del Caribe impulsó, sin duda, una renovada forma de pensar el Caribe, permeada por un afán de experimentación aprovechando todas las posibilidades que la tecnología digital empezó a ofrecer en el nuevo milenio. A este grupo se han ido sumando las nuevas generaciones que a estas alturas de la historia ya cuentan con la formación profesional gracias a las primeras escuelas de producción audiovisual y cine que se abrieron en el Caribe en esta época. Esta generación cimentó el terreno de una producción audiovisual en la región desde el año 2000, produciendo un efecto bisagra entre una generación y otra, un siglo y el siguiente.
Generación XXI (2001 - ): la producción digital
Después de la formalización de la producción audiovisual de la televisión a nivel regional con Telecaribe, y la del cine a nivel nacional con la Ley de Cine 814 de 2003, irrumpe en escena el vasto territorio de lo digital transformando todos los ámbitos. Al que la generación anterior ya se adaptó, pero que la nueva generación, que nacieron con el siglo y que hoy están saliendo de los diversos centros de formación están enfrentándose a las nuevas lógicas de la narrativa digital. Esta nueva generación, en la que todavía se cuenta con las precedentes, se ha insertado en los nuevos modelos de producción y narración que son posibles gracias a la evolución tecnológica, las plataformas digitales y las redes sociales. La era de Netflix, los productos transmedia, instagram, twitter y facebook, la realidad virtual y aumentada. Y la manera como estas se han conjugado con diversos modelos de negocio.
Paralelamente, con la entrada en vigor de la Ley de Cine, los realizadores audiovisuales y cineastas han tenido la oportunidad de acceder a fondos públicos que les han permitido desarrollar sus propias películas en la medida en que se ocupan de otras producciones “más comerciales” en el ámbito de la televisión, la publicidad o el marketing digital. En este contexto, las narrativas se crean colectivamente y las lógicas de producción pretenden ser masivas en las redes. Durante este período también se han producido películas como Ruido Rosa (2015), Cazando Luciérnagas (2013) de Roberto Flores, Edificio Royal(2013) de Iván Wild, El Piedra (2019) de Rafael Martínez, entre otras. También ha permitido que se aumente la cantidad de producciones realizadas por mujeres en la escena cinematográfica y que su trabajo sea reconocido.
A pesar de su carácter formal, son pocos los directores/productores y empresas que participan y se benefician del fondo Proimágenes. En la mayoría de los casos porque no poseen la formación necesaria para presentar proyectos con los estándares y siguiendo los protocolos establecidos bien sea por las convocatorias públicas de la televisión regional, Proimágenes o los portafolios de estímulos del Ministerio de Cultura, las alcaldías o las gobernaciones (en aquellos casos en que se disponen de recursos públicos en los entes locales).
Las escuelas de cine y audiovisuales: espacios de producción desde la academia
Otro enclave importante en el contexto de la producción audiovisual en el caribe, han sido las escuelas de cine, producción audiovisual y comunicación. Este tipo de instituciones ofrece otros modelos y posibilidades de producción y circulación. Muchas veces relacionadas con procesos de investigación o programas orientados al cambio social en la región. Por ejemplo, la serie Corte Colombiano, que a partir de la memoria y los resultados de varios proyectos de investigación llevados a cabo por profesores de la Universidad del Norte ofreció en formato audiovisual otra forma de acceder al conocimiento. O la amplia producción realizada por estudiantes del programa de cine de la Universidad del Magdalena en su plataforma en línea videosferas. Aunque son contextos de formación, no se puede dejar de la lado el volumen de producción que generan, además de que es posible encontrar propuestas arriesgadas en términos tanto de tratamiento formal y estético como en sus preocupaciones temáticas.
Historias desde el territorio: producción audiovisual comunitaria
La producción comunitaria ofrece la posibilidad de dinamizar los procesos de producción audiovisual basados en la participación-acción de las propias comunidades. Si bien no atiende a lógicas industriales, es innegable la importancia de este modelo para contar las historias de los pueblos originarios de la región. También existen otros espacios en la región que, desde iniciativas sociales, ofrecen modelos de producción audiovisual comunitaria. Funcionan para la formación y la producción dinamizando procesos de reconstrucción del tejido social. En poblaciones históricamente marginadas o que han sido afectadas por el dilatado conflicto armado del país. En esta línea, el espacio emblemático es, sin dudas, el Colectivo Audiovisual Línea 21, liderado por Soraya Bayuelo Castellar desde la década del 90. Que no solo trabaja procesos de producción audiovisual, sino que que también ha impulsado la creación del Festival Audiovisual de los Montes de María, cuya temática gira cada año en torno a los asuntos que interesan a la comunidad, centrados en la capacidad para narrar desde una perspectiva territorial la memoria de su pueblo y su gente.
En La Guajira encontramos la Muestra de cine y video Wayuu, se ocupa de visibilizar la cultura e historia de las comunidades de ese departamento, desde el año 2008. En esta iniciativa, jóvenes realizadores como David Hernández Palmar, Miguel Iván Ramírez y Leiqui Uriana, entre otros, han tenido la oportunidad de intercambiar con la comunidad y el público en general. Se trata de una muestra audiovisual que reivindica sus propias miradas y narraciones en pantallas improvisadas en las paredes del municipio de Uribia. Igualmente, Amado Villafaña, mamo arhuaco, ha dinamizado un proceso de producción audiovisual en el corazón de la Sierra Nevada de Santa Marta, visibilizando a los pueblos indígenas a través de la fotografía y el video.
Por otro lado, con el apoyo del portafolio de estímulos del Ministerio de Cultura, en los últimos años se viene impulsando la producción audiovisual en el Cesar, vía el taller Imaginando nuestra imagen, centralizado en su capital Valledupar. Estos esquemas de producción están relacionados con el contexto de la transición histórica de Colombia, en la que la nueva era de post-acuerdo, tras la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC, se ha abierto nuevos espacios de circulación, en los que estos tipos de narrativa y modelos de producción están alineados, y paulatinamente encuentran ventanas de exhibición no solo en el cine y la televisión sino también en las plataformas digitales.
Narraciones de mujeres: un pilar de la producción audiovisual en el caribe colombiano
Un apartado exclusivo merece la presencia de las mujeres en la región, quienes históricamente han sido olvidadas en el contexto de la producción audiovisual. En este sentido, un importante esfuerzo viene realizando la comunicadora Delfina Chacón, en mapear la región para localizar los grupos de mujeres que desde cada departamento contribuyen a la producción audiovisual en el caribe colombiano. Su investigación dio como resultado que casi 70 mujeres, en diversos cargos, se encuentran involucradas desde los centros de formación, las iniciativas comunitarias o las compañías de producción formalmente legalizadas que se mueven en la industria del cine y la televisión. Chacón prepara un espacio en línea que recoge todos los detalles: nombres, perfiles, ubicación geográfica y trayectoria, el cual estará público próximamente. Este repaso histórico sirve para entender la evolución de las iniciativas de producción del cine y el audiovisual en la región caribe colombiana que no puede, en ningún caso, entenderse como pertenecientes a una industria consolidada, sino más bien como la respuesta de diversos grupos a las realidades presentes en sus contextos socio-culturales y sujetas a los cambios tecnológicos a lo largo del tiempo. Además, nos ayuda a entender la producción audiovisual como un espacio de confluencia de diversos actores y modos de hacer, y pone en evidencia la existencia de modelos diversos de producción en términos de sus participantes, localización geográfica, temáticas, formas de trabajo y circulación de los productos.
Igualmente, puede funcionar como una guía de lectura de cara a los testimonios de Sara Harb, Diana Lowis y Rafael Martínez en las entrevistas que amablemente han concedido en el marco de esta publicación, para hablar de sus inicios, su incursión, trayectoria y la experiencia en la producción de sus primeros trabajos audiovisuales y sus perspectivas hacia el futuro. Permitiendo así un diálogo e intercambio intergeneracional de experiencias, resultados y saberes.
Conversaciones
Sara Harb
Diana Lowis
Rafael Martínez
Es en este contexto regional en el que convocamos las figuras de Sara Harb, Diana Lowis y Rafael Martínez para que den cuenta, desde su propia experiencia, cómo han sido sus procesos de formación y producción de sus primeros trabajos, así como su relación con los actores y las dinámicas de la producción audiovisual en la región y el país. Sara Harb empezó su carrera en Barranquilla en la década del 80, con el naciente canal regional Telecaribe, y fue la responsable de impulsar la primera etapa de la Cinemateca del Caribe comenzando la década del 90, epicentro del desarrollo de la cinefilia en la región, de la que se han nutrido las generaciones posteriores. Rafael Martínez, oriundo de Cartagena, después de haberse nutrido en la región en las salas del FICCI, ha desarrollado una prolífica carrera en el mundo de la producción audiovisual enfocada mayoritariamente en los sectores de la televisión y la publicidad desde Bogotá, en donde ha encontrado recursos para poder contar las historias que le interesan desde el Caribe. Perteneció a la generación de La Nueva Ola del Caribe. Por su parte, la barranquillera Diana Lowis se formó en cine y televisión en la Universidad Nacional, en la última década ha liderado los procesos de producción de las primeras películas del cineasta Roberto Flores. Actualmente trabaja en dos guiones de su autoría premiados por el FDC. Las trayectorias de estos tres directores/productores, desde diferentes generaciones, sensibilidades, espacios de formación y producción, y a la luz de las rutas históricas trazadas en este texto, dan cuenta de su relación con el devenir de la producción audiovisual en la región caribe.
Agradecimiento a Fundación Ernesto McCausland, a Ana Milena Londoño y a Natalia McCausland.
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LA PRODUCCIÓN DE CINE/AUDIOVISUAL EN EL CONTEXTO DEL CARIBE INSULAR COLOMBIANO
Carmen Viveros, profesora de la Universidad del Norte, de Barranquilla, hace un exhaustivo repaso de la historia del cine en la costa caribe colombiana. Traza un mapa de ideas para escribir la narración de una evolución.
Introducción
La producción cinematográfica del caribe colombiano ha estado, históricamente, adscrita a ciertas tendencias que distan mucho de las estrictas lógicas comerciales de las grandes industrias del cine y el audiovisual que tienen, como es bien sabido, su máximo estandarte en el star system de Hollywood. Sin embargo, es importante hacer un breve recorrido histórico para entender el devenir de la misma, lo cual puede ayudar a contextualizar y rescatar algunas lecciones sobre la producción audiovisual en la región a la luz de los fenómenos de la globalización, la revolución tecnológica y la convergencia mediática contemporáneas.
Si bien la Ley del Cine 814 de 2003 supuso la aparición de mejores condiciones para la producción en todo el país, debido al impulso proveniente del fondo para el desarrollo cinematográfico Proimágenes, y el camino parece haberse allanado gracias a esta nueva oferta de recursos, aún siguen influyendo muchos otros factores que suponen diferentes retos para los autores de las regiones. Algunos apuntes que se expondrán en lo siguiente, a partir de una vista retrospectiva de lo que ha sido la producción en la región, sumado a los testimonios y experiencias de tres realizadores audiovisuales pertenecientes a diferentes generaciones, puede contribuir a pensar el futuro de la producción audiovisual del Caribe.
Antes de entrar en materia, resultaría útil esbozar alguna idea del caribe, teniendo en cuenta que las aproximaciones al cine en y del Caribe son todavía una materia insuficientemente conocida. Para Graciela Chailloux, “a pesar de la diversidad de las realidades que refleja el cine del Caribe... el conjunto de los productos cinematográficos producidos en la región revelan el auto-reconocimiento de una sociedad, una cultura, una identidad Caribe”. Las realidades contenidas en las películas de ficción o documental dialogan con el devenir histórico de la región de diversas maneras: con los pueblos originarios, los procesos de descolonización, el espíritu revolucionario y los movimientos de liberación surgidos después de la segunda guerra mundial, los fenómenos diaspóricos desde y hacia otros continentes y las consecuentes manifestaciones culturales producto de ese mestizaje. Según esta autora, dichos procesos han hecho del Caribe ese espacio universal que durante siglos conectó el Viejo y el Nuevo Mundo.
No cabe duda que ese espíritu propio de la identidad del Caribe, entendido como un espacio cultural, encontró en la obra de Gabriel García Márquez su más importante caja de resonancia, en el caso del caribe colombiano. La sociedad globalizada en la que vivimos demanda la disolución de las fronteras imaginarias que las cartografías de las historias oficiales nos han impuesto. En este sentido, una original aproximación a la idea de un caribe contemporáneo quizás sea ese “reajuste de la mente y el cuerpo” con relación al espacio físico (el territorio) al que alude el nobel escritor en una entrevista realizada por el célebre cronista Ernesto McCausland:
“Uno es de su medio ecológico” afirma García Márquez, poniendo en relación la propia existencia con el territorio del Caribe. Es decir, plantea la posibilidad de pensar el Caribe en comunión con la propia sensibilidad, desde la propia subjetividad, lo cual determina la idea de tantos caribe como cada cada quien sea capaz de imaginar/expresar en relación con el lugar que habita y le es propio. Y es esa multiplicidad la que se revela es esa ruta que propone el presente texto y sus estaciones cronológicas desde mediados del siglo pasado.
El Grupo de Barranquilla (1950-1979): cine, arte y amistad
Para los efectos de este texto podríamos iniciar este esbozo de historia del audiovisual con la película La langosta azul (1954), considerada como un punto de inflexión y una obra fundacional en la creación cinematográfica del Caribe colombiano, resultado del encuentro lúdico del llamado Grupo de Barranquilla. Una obra colectiva realizada por Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Cecilia Porras, Nereo López, Enrique Grau, Luis Vicens, entre otros artistas. Muy lejos estaba La Langosta azul de ajustarse a los modelos de un circuito industrial cinematográfico que para la época ya estaba ampliamente consolidado en otras latitudes. La película respondía a las necesidades de un grupo de amigos apasionados por la creación artística, que habían tenido la oportunidad de entrar en contacto con las corrientes del cine underground y avant-garde en Estados Unidos y Europa respectivamente, así como con la estela neorrealista de la postguerra. La langosta azul pone en evidencia las posibilidades de la experimentación cinematográfica a la que el grupo se enfrentaba, se trataba de una opera prima. Conjuga lo local con lo foráneo, en términos de la procedencia de los personajes y los espacios en los que se mueven. En la película, el personaje principal se encuentra en la búsqueda de langostas radioactivas en las playas de Puerto Colombia, en una época en que un ataque nuclear mutuo entre este/oeste se prestó para todo tipo de especulaciones en plena guerra fría. De ahí los tintes surrealistas de la película, que conecta la narración con un caribe rural alejado de cualquier representación idílica, pero en diálogo con el momento histórico. El Grupo de Barranquilla es considerado como un grupo pionero del cine experimental en Colombia. Posteriormente, Luis Ernesto Arocha, que por esa misma época ya se encontraba en Estados Unidos estudiando arquitectura, sorprendería con creaciones del mismo estilo como Azilef (191), La ópera del mondongo (1974), o Pasión y muerte de Margarita Gautier junto al pintor cartagenero Enrique Grau, entre otras obras. Otro hito importante en este período es la producción de los Noticiarios del Caribe, a cargo de Luis Ernesto Arocha y Álvaro Cepeda Samudio (1969-1971), los cuales construyen una imagen satirizada de la realidad de la región.
En este orden de ideas, en este período, domina el deseo de hibridación de diversas disciplinas artísticas: escultura, pintura, literatura, teatro, arquitectura, diseño. El proceso creativo y el diálogo transversal a los lenguajes del arte es el motor de la producción y está por encima de las lógicas industriales. Estos cineastas no piensan en públicos, mucho menos en consumo, sino en procesos de creación y experimentación, así como el diálogo entre el acontecer social y político de la región con el resto del mundo. Mismos que llevaron a La langosta azul a ser exhibida en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
La televisión regional (1980-1999) : ¿el nacimiento de una industria?
La llegada de la televisión regional en 1986 significó el surgimiento de una nueva generación de realizadores que se formaron especialmente para suplir la demanda que el nuevo canal Telecaribe planteaba, al amparo del espectro electromagnético. Telecaribe nace como una iniciativa pública que se ocupa de la diversidad geográfica, étnica y cultural de la región Caribe, haciendo visibles los personajes e historias que habían sido olvidados hasta ese momento por la televisión abierta generalista producida desde el centro del país. La riqueza y diversidad del Caribe empezó a revelarse en este espacio desde finales de la década del 80, reflejada en series televisivas como Trópicos o Mundo Costeño. Este período se convirtió en el caldo de cultivo que acogió y moldeó a una generación de realizadores audiovisuales para la televisión: Luis Fernando Bottia, Sara Harb, Hermanos Charris, Ernesto McCausland, Marta Yances, Heriberto Fiorillo, Juan Manuel Buelvas, Alfredo Sabbagh, entre otros.
Telecaribe también contribuyó a que se crearan las primeras empresas de producción, que con el paso del tiempo, se han ido sumando a lo que podríamos señalar como una incipiente industria audiovisual regional. Estas empresas han funcionado principalmente como proveedores del canal, accediendo a los fondos que el canal ofrece mediante licitaciones públicas o por contratación directa para llenar la parrilla anual de programación, con recursos provenientes de las instituciones del centro del país.
Este período y proceso productivo, a su vez, ha servido para que muchos de los profesionales se hayan incorporado a los centro de formación que empezaron a abrirse desde finales de la década del 90.
El impulso dado por Telecaribe al desarrollo de la “industria audiovisual” permitió también la incursión en la producción cinematográfica, dando lugar a los primeros largometrajes de Pacho Bottía y Ernesto McCausland, en los que las temáticas propias de la región, como el carnaval, el vallenato, entre otras historias recogidas algunas veces en obras literarias, comenzaron a emerger. Tal es el caso de películas como La boda del acordeonista (Bottia, 1986), Las muñecas que hace juana no tienen ojos (1995), o El último Carnaval (McCausland, 1998).
La Nueva Ola del Caribe (2000) : producción cooperativa
A finales de los años 90, entró en la escena creativa de la región La Nueva Ola del Caribe, como a bien tuvo llamarse un grupo de cineastas que, después de haberse formado en centros de estudio regionales y extranjeros, volcaron su energía en la creación desde la región. Esta nueva generación también funcionaba de manera parecida al Grupo de Barranquilla, al tiempo que bregaban por un mínimo de organización que garantizara su sostenibilidad. De esos intentos por formalizar los procesos de producción circuló una compilación de 17 cortometrajes que se proyectó en diversas ciudades del país bajo la rúbrica de “Muestra de Cine y Video del Caribe Colombiano”. Posteriormente, en los procesos de búsqueda individuales, aquella ola se diluyó en una playa de múltiples arenas: la publicidad, videoarte, producción digital, el cine y la televisión. Es de ley nombrar a todos los que hicieron posible que los aires creativos del Grupo de Barranquilla y el ánimo organizativo de esta nueva generación se materializara en lo que ellos mismos denominaron la Cooperativa de Realizadores Audiovisuales del Caribe: Jessica Grossman, Roberto Flores, Rafael Martínez, Iván Wild, León Mejía, Francisco González, Jorge Mario Sarmiento, Juan Pablo Osman, Julieta Maria, Leyton Almanza, Efraim Medina.
La Nueva Ola del Caribe impulsó, sin duda, una renovada forma de pensar el Caribe, permeada por un afán de experimentación aprovechando todas las posibilidades que la tecnología digital empezó a ofrecer en el nuevo milenio. A este grupo se han ido sumando las nuevas generaciones que a estas alturas de la historia ya cuentan con la formación profesional gracias a las primeras escuelas de producción audiovisual y cine que se abrieron en el Caribe en esta época. Esta generación cimentó el terreno de una producción audiovisual en la región desde el año 2000, produciendo un efecto bisagra entre una generación y otra, un siglo y el siguiente.
Generación XXI (2001 - ): la producción digital
Después de la formalización de la producción audiovisual de la televisión a nivel regional con Telecaribe, y la del cine a nivel nacional con la Ley de Cine 814 de 2003, irrumpe en escena el vasto territorio de lo digital transformando todos los ámbitos. Al que la generación anterior ya se adaptó, pero que la nueva generación, que nacieron con el siglo y que hoy están saliendo de los diversos centros de formación están enfrentándose a las nuevas lógicas de la narrativa digital. Esta nueva generación, en la que todavía se cuenta con las precedentes, se ha insertado en los nuevos modelos de producción y narración que son posibles gracias a la evolución tecnológica, las plataformas digitales y las redes sociales. La era de Netflix, los productos transmedia, instagram, twitter y facebook, la realidad virtual y aumentada. Y la manera como estas se han conjugado con diversos modelos de negocio.
Paralelamente, con la entrada en vigor de la Ley de Cine, los realizadores audiovisuales y cineastas han tenido la oportunidad de acceder a fondos públicos que les han permitido desarrollar sus propias películas en la medida en que se ocupan de otras producciones “más comerciales” en el ámbito de la televisión, la publicidad o el marketing digital. En este contexto, las narrativas se crean colectivamente y las lógicas de producción pretenden ser masivas en las redes. Durante este período también se han producido películas como Ruido Rosa (2015), Cazando Luciérnagas (2013) de Roberto Flores, Edificio Royal (2013) de Iván Wild, El Piedra (2019) de Rafael Martínez, entre otras. También ha permitido que se aumente la cantidad de producciones realizadas por mujeres en la escena cinematográfica y que su trabajo sea reconocido.
A pesar de su carácter formal, son pocos los directores/productores y empresas que participan y se benefician del fondo Proimágenes. En la mayoría de los casos porque no poseen la formación necesaria para presentar proyectos con los estándares y siguiendo los protocolos establecidos bien sea por las convocatorias públicas de la televisión regional, Proimágenes o los portafolios de estímulos del Ministerio de Cultura, las alcaldías o las gobernaciones (en aquellos casos en que se disponen de recursos públicos en los entes locales).
Las escuelas de cine y audiovisuales: espacios de producción desde la academia
Otro enclave importante en el contexto de la producción audiovisual en el caribe, han sido las escuelas de cine, producción audiovisual y comunicación. Este tipo de instituciones ofrece otros modelos y posibilidades de producción y circulación. Muchas veces relacionadas con procesos de investigación o programas orientados al cambio social en la región. Por ejemplo, la serie Corte Colombiano, que a partir de la memoria y los resultados de varios proyectos de investigación llevados a cabo por profesores de la Universidad del Norte ofreció en formato audiovisual otra forma de acceder al conocimiento. O la amplia producción realizada por estudiantes del programa de cine de la Universidad del Magdalena en su plataforma en línea videosferas. Aunque son contextos de formación, no se puede dejar de la lado el volumen de producción que generan, además de que es posible encontrar propuestas arriesgadas en términos tanto de tratamiento formal y estético como en sus preocupaciones temáticas.
Historias desde el territorio: producción audiovisual comunitaria
La producción comunitaria ofrece la posibilidad de dinamizar los procesos de producción audiovisual basados en la participación-acción de las propias comunidades. Si bien no atiende a lógicas industriales, es innegable la importancia de este modelo para contar las historias de los pueblos originarios de la región. También existen otros espacios en la región que, desde iniciativas sociales, ofrecen modelos de producción audiovisual comunitaria. Funcionan para la formación y la producción dinamizando procesos de reconstrucción del tejido social. En poblaciones históricamente marginadas o que han sido afectadas por el dilatado conflicto armado del país. En esta línea, el espacio emblemático es, sin dudas, el Colectivo Audiovisual Línea 21, liderado por Soraya Bayuelo Castellar desde la década del 90. Que no solo trabaja procesos de producción audiovisual, sino que que también ha impulsado la creación del Festival Audiovisual de los Montes de María, cuya temática gira cada año en torno a los asuntos que interesan a la comunidad, centrados en la capacidad para narrar desde una perspectiva territorial la memoria de su pueblo y su gente.
En La Guajira encontramos la Muestra de cine y video Wayuu, se ocupa de visibilizar la cultura e historia de las comunidades de ese departamento, desde el año 2008. En esta iniciativa, jóvenes realizadores como David Hernández Palmar, Miguel Iván Ramírez y Leiqui Uriana, entre otros, han tenido la oportunidad de intercambiar con la comunidad y el público en general. Se trata de una muestra audiovisual que reivindica sus propias miradas y narraciones en pantallas improvisadas en las paredes del municipio de Uribia. Igualmente, Amado Villafaña, mamo arhuaco, ha dinamizado un proceso de producción audiovisual en el corazón de la Sierra Nevada de Santa Marta, visibilizando a los pueblos indígenas a través de la fotografía y el video.
Por otro lado, con el apoyo del portafolio de estímulos del Ministerio de Cultura, en los últimos años se viene impulsando la producción audiovisual en el Cesar, vía el taller Imaginando nuestra imagen, centralizado en su capital Valledupar. Estos esquemas de producción están relacionados con el contexto de la transición histórica de Colombia, en la que la nueva era de post-acuerdo, tras la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC, se ha abierto nuevos espacios de circulación, en los que estos tipos de narrativa y modelos de producción están alineados, y paulatinamente encuentran ventanas de exhibición no solo en el cine y la televisión sino también en las plataformas digitales.
Narraciones de mujeres: un pilar de la producción audiovisual en el caribe colombiano
Un apartado exclusivo merece la presencia de las mujeres en la región, quienes históricamente han sido olvidadas en el contexto de la producción audiovisual. En este sentido, un importante esfuerzo viene realizando la comunicadora Delfina Chacón, en mapear la región para localizar los grupos de mujeres que desde cada departamento contribuyen a la producción audiovisual en el caribe colombiano. Su investigación dio como resultado que casi 70 mujeres, en diversos cargos, se encuentran involucradas desde los centros de formación, las iniciativas comunitarias o las compañías de producción formalmente legalizadas que se mueven en la industria del cine y la televisión. Chacón prepara un espacio en línea que recoge todos los detalles: nombres, perfiles, ubicación geográfica y trayectoria, el cual estará público próximamente. Este repaso histórico sirve para entender la evolución de las iniciativas de producción del cine y el audiovisual en la región caribe colombiana que no puede, en ningún caso, entenderse como pertenecientes a una industria consolidada, sino más bien como la respuesta de diversos grupos a las realidades presentes en sus contextos socio-culturales y sujetas a los cambios tecnológicos a lo largo del tiempo. Además, nos ayuda a entender la producción audiovisual como un espacio de confluencia de diversos actores y modos de hacer, y pone en evidencia la existencia de modelos diversos de producción en términos de sus participantes, localización geográfica, temáticas, formas de trabajo y circulación de los productos.
Igualmente, puede funcionar como una guía de lectura de cara a los testimonios de Sara Harb, Diana Lowis y Rafael Martínez en las entrevistas que amablemente han concedido en el marco de esta publicación, para hablar de sus inicios, su incursión, trayectoria y la experiencia en la producción de sus primeros trabajos audiovisuales y sus perspectivas hacia el futuro. Permitiendo así un diálogo e intercambio intergeneracional de experiencias, resultados y saberes.
Conversaciones
Sara Harb
Diana Lowis
Rafael Martínez
Es en este contexto regional en el que convocamos las figuras de Sara Harb, Diana Lowis y Rafael Martínez para que den cuenta, desde su propia experiencia, cómo han sido sus procesos de formación y producción de sus primeros trabajos, así como su relación con los actores y las dinámicas de la producción audiovisual en la región y el país. Sara Harb empezó su carrera en Barranquilla en la década del 80, con el naciente canal regional Telecaribe, y fue la responsable de impulsar la primera etapa de la Cinemateca del Caribe comenzando la década del 90, epicentro del desarrollo de la cinefilia en la región, de la que se han nutrido las generaciones posteriores. Rafael Martínez, oriundo de Cartagena, después de haberse nutrido en la región en las salas del FICCI, ha desarrollado una prolífica carrera en el mundo de la producción audiovisual enfocada mayoritariamente en los sectores de la televisión y la publicidad desde Bogotá, en donde ha encontrado recursos para poder contar las historias que le interesan desde el Caribe. Perteneció a la generación de La Nueva Ola del Caribe. Por su parte, la barranquillera Diana Lowis se formó en cine y televisión en la Universidad Nacional, en la última década ha liderado los procesos de producción de las primeras películas del cineasta Roberto Flores. Actualmente trabaja en dos guiones de su autoría premiados por el FDC. Las trayectorias de estos tres directores/productores, desde diferentes generaciones, sensibilidades, espacios de formación y producción, y a la luz de las rutas históricas trazadas en este texto, dan cuenta de su relación con el devenir de la producción audiovisual en la región caribe.
Agradecimiento a Fundación Ernesto McCausland, a Ana Milena Londoño y a Natalia McCausland.
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Continúe por la radiografía del cine del Caribe:
Conversación con Rafael Martínez
Conversación con Sara Harb
Conversación con Diana Lowis
Continúe el recorrido por la exploración cartográfica del cine colombiano:
Santander. Cine en construcción. Región Andina
Clare Weiskopf y Natalia Santa: dos directoras colombianas forjando un camino propio. Región Andina
Umbral de la segunda obra: derivas de la creación del autor y el territorio. Región Amazonía y Orinoquía
Las líneas de país:
Segundas intenciones
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