Helmut Dosantos, el célebre productor de cineastas imprescindibles como Tatiana Huezo o Yuri Ancarani, estrena en la décimo segunda edición del FICUNAM, sección Ahora México, su primer largometraje, Dioses de México. Periplo poético y antropológico de más de diez años hacia las profundidades de los pueblos originarios desde San Luis Potosí hasta Sonora.
La Frontera
En 1996, Ursula K. Le Guin, una de las maestras de la literatura fantástica, escribía para el periódico Frontiers: “De qué lado estoy, pues”, una meditación sobre la frontera como interfaz, umbral y agente liminal; el espacio vacío y el espacio lleno como vectores de la tabula rasa del colonizador. En la frontera la afrenta se aúna a la promesa, el Dorado a la huella circular y la cosecha al acto de segar. Le Guin es entonces categórica cuando de fronteras se trata: “Si hay fronteras entre la civilización y la barbarie, entre el sentido y el sinsentido, no son líneas trazadas en un mapa ni regiones de la tierra. Solo son fronteras de la mente”.
¿De qué lado está el director y fotógrafo italiano Helmut Dosantos? Dioses de México busca precisamente esa escisión de la frontera mental que advertía la escritora de La mano izquierda de la oscuridad. En esa estela, la cámara de Dosantos no delimita ni traza sino que imagina y explora la zona fronteriza de las montañas, desiertos, playas, selvas y ruinas mexicanas. Al asistir al desvanecimiento de la lógica capitalista de lo delimitado según su potencial productivo, conjura de voces atemporales, las de la otra orilla: las de las civilizaciones anahuacas, las del arte olmeca, de Quetzalcóatl (serpiente emplumada) y el peyote. Dosantos cruza al otro lado de la frontera, elabora retratos del encadenamiento de los pueblos invisibles, uno tras otro, la gente que cruje tras el mundo roto dejado por los conquistadores, es habitando al otro lado cuando el reloj biológico de nuestro presente fabulador se trastoca, dejándonos, no en una tierra salvaje, sino en una laguna de espíritus abundantes precedida por la plenitud del valor de la escucha.
Dioses en soportes
Cuando el chamán y portavoz de los Yanomami de Brasil, David Kopenawa, sostenía esos diálogos inapresables, de ascenso y descenso, con el antropólogo Bruce Albert, las fronteras terminaban disolviéndose y los afectos del espíritu comenzaban a entrar en el mundo de los sueños, sin percibir los predios del espacio dejado y acogido; el mismo Kopenawa lo señala al hablar de los espíritus chamánicos de los ancestros animales: “quien no es mirado por los ancestros no sueña, sólo duerme como un hacha en el suelo… todo el que sueña tiene algo de chamán”. En este sentido, en Dioses de México el registro del cuerpo trascendente se convierte nuevamente en posibilidad (la noción de lo fotográfico del Agamben de Profanaciones). El desglose métrico de una galería antropológica toma matices de advocación y afecto –soñar el origen–; en la película de Dosantos un cráter se convierte en el ojo de una deidad y un anciano sabio en un cerro, el trabajo en una mina en danza macabra y la geografía en embalsamiento molecular del espíritu. La película, entrando en los terrenos semánticos de Kopenawa, sería más el dibujo de un pensamiento que un discurso.
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EL ACTO DE CRUZAR UMBRALES - FICUNAM (01)
Sobre Dioses de México, de Helmut Dosantos
Especial FICUNAM
Helmut Dosantos, el célebre productor de cineastas imprescindibles como Tatiana Huezo o Yuri Ancarani, estrena en la décimo segunda edición del FICUNAM, sección Ahora México, su primer largometraje, Dioses de México. Periplo poético y antropológico de más de diez años hacia las profundidades de los pueblos originarios desde San Luis Potosí hasta Sonora.
En 1996, Ursula K. Le Guin, una de las maestras de la literatura fantástica, escribía para el periódico Frontiers: “De qué lado estoy, pues”, una meditación sobre la frontera como interfaz, umbral y agente liminal; el espacio vacío y el espacio lleno como vectores de la tabula rasa del colonizador. En la frontera la afrenta se aúna a la promesa, el Dorado a la huella circular y la cosecha al acto de segar. Le Guin es entonces categórica cuando de fronteras se trata: “Si hay fronteras entre la civilización y la barbarie, entre el sentido y el sinsentido, no son líneas trazadas en un mapa ni regiones de la tierra. Solo son fronteras de la mente”.
¿De qué lado está el director y fotógrafo italiano Helmut Dosantos? Dioses de México busca precisamente esa escisión de la frontera mental que advertía la escritora de La mano izquierda de la oscuridad. En esa estela, la cámara de Dosantos no delimita ni traza sino que imagina y explora la zona fronteriza de las montañas, desiertos, playas, selvas y ruinas mexicanas. Al asistir al desvanecimiento de la lógica capitalista de lo delimitado según su potencial productivo, conjura de voces atemporales, las de la otra orilla: las de las civilizaciones anahuacas, las del arte olmeca, de Quetzalcóatl (serpiente emplumada) y el peyote. Dosantos cruza al otro lado de la frontera, elabora retratos del encadenamiento de los pueblos invisibles, uno tras otro, la gente que cruje tras el mundo roto dejado por los conquistadores, es habitando al otro lado cuando el reloj biológico de nuestro presente fabulador se trastoca, dejándonos, no en una tierra salvaje, sino en una laguna de espíritus abundantes precedida por la plenitud del valor de la escucha.
Cuando el chamán y portavoz de los Yanomami de Brasil, David Kopenawa, sostenía esos diálogos inapresables, de ascenso y descenso, con el antropólogo Bruce Albert, las fronteras terminaban disolviéndose y los afectos del espíritu comenzaban a entrar en el mundo de los sueños, sin percibir los predios del espacio dejado y acogido; el mismo Kopenawa lo señala al hablar de los espíritus chamánicos de los ancestros animales: “quien no es mirado por los ancestros no sueña, sólo duerme como un hacha en el suelo… todo el que sueña tiene algo de chamán”. En este sentido, en Dioses de México el registro del cuerpo trascendente se convierte nuevamente en posibilidad (la noción de lo fotográfico del Agamben de Profanaciones). El desglose métrico de una galería antropológica toma matices de advocación y afecto –soñar el origen–; en la película de Dosantos un cráter se convierte en el ojo de una deidad y un anciano sabio en un cerro, el trabajo en una mina en danza macabra y la geografía en embalsamiento molecular del espíritu. La película, entrando en los terrenos semánticos de Kopenawa, sería más el dibujo de un pensamiento que un discurso.
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