En sus películas, la directora argentina Anahí Berneri alcanza una capacidad que es tan difícil de adquirir como de explotar: lograr un cine que elimine la balanza entre el prejuicio y lo ético. A contramano de lo que abunda, propone historias donde pareciera que hay un eje principal circunstancial alejado de cualquier funcionalidad narrativa, la de que sus personajes tengan que salir del entorno en que están, o la de la búsqueda del cambio a como dé lugar, por ejemplo, que es como gran parte del cine abarca las vidas marginadas. Berneri sabe que no tiene voz ni voto sobre la vida de otros y esto es lo que impulsa su cine, donde la vida golpea una y otra vez, donde las personas no son especiales o, mejor dicho, ella transforma lo que es ser especial para que se adapte a cada uno de sus personajes. En su primera película, Un año sin amor (2005), un joven escritor con sida no logra encontrarse/hallarse entre el sexo sadomasoquista que practica, la enfermedad y la escritura. En Alanis (2017), una madre soltera de un niño recién nacido y prostituta, es expulsada del departamento donde trabaja y cuida a su hijo. Ambas películas se crean alrededor de lo que el cine convencional pondría como superación de una “etapa” difícil de la vida. Pero Berneri sabe que el mundo no funciona así y sus personajes tienen otros principios y otras maneras de entender sus propias vidas.
Alanis es una chica que a diario se enfrenta a los dedos que señalan en la prostitución una ruta fácil o un modelo de vida deplorable. La directora, en cambio, construye un personaje que sabe que el mundo la excluye y no la vemos escondiéndose ni lamentándose. Tampoco la expulsión de su hogar parece algo nuevo, ni las incómodas preguntas a las que la someten sobre su trabajo. La directora tampoco limita lo que vemos; entendemos a Alanis desde su ansiedad por algo estable, la vemos contestando un celular con una voz infantil, la vemos tomando dinero y ropa de su tía para escabullirse a trabajar. Alanis no es una chica que necesite cambiar de vida porque entiende que no hay un cambio, que no hay una puerta abierta para ella. Una escena impactante, por ejemplo, es cuando su tía le consigue un trabajo limpiando el departamento de una mujer.
Berneri es sutil en la construcción de lo que atropella la vida (hombres generalmente) de sus personajes principales, porque así, con sutilezas y en silencio, es como eso opera en el mundo. Son dos hombres los que entran, por la fuerza, al departamento de Alanis para inmediatamente después engañarla. Es un hombre el que, nuevamente engañando a Alanis, la deja por fuera del departamento sin darle sus cosas. Un hombre el que la interroga, casi con burla, en la cárcel. Paralelo a eso, la directora no se interesa tanto en los clientes de Alanis más allá de un viejo que vemos en un auto, un taxista y las llamadas anónimas. Son deliberadamente excluidos porque Alanis no es víctima de sus clientes sino del prejuicio que la sociedad tiene sobre ella. Y ahí se deja leer la postura de la directora.
La escena que concentra el tacto con el que Berneri construye su película es cuando, casi al final de la película, vemos por primera vez a Alanis teniendo sexo con un hombre. En una habitación de motel intercambian insultos mientras Alanis está frente a un espejo mirándose. Alanis y Anahí Berneri (no me parece coincidencia que los nombres se parezcan tanto) preguntan: ¿cuál es la vida fácil? ¿quién tiene la vida fácil?
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LA VIDA FÁCIL
Alanis, de Anahí Berneri (2017)
En sus películas, la directora argentina Anahí Berneri alcanza una capacidad que es tan difícil de adquirir como de explotar: lograr un cine que elimine la balanza entre el prejuicio y lo ético. A contramano de lo que abunda, propone historias donde pareciera que hay un eje principal circunstancial alejado de cualquier funcionalidad narrativa, la de que sus personajes tengan que salir del entorno en que están, o la de la búsqueda del cambio a como dé lugar, por ejemplo, que es como gran parte del cine abarca las vidas marginadas. Berneri sabe que no tiene voz ni voto sobre la vida de otros y esto es lo que impulsa su cine, donde la vida golpea una y otra vez, donde las personas no son especiales o, mejor dicho, ella transforma lo que es ser especial para que se adapte a cada uno de sus personajes. En su primera película, Un año sin amor (2005), un joven escritor con sida no logra encontrarse/hallarse entre el sexo sadomasoquista que practica, la enfermedad y la escritura. En Alanis (2017), una madre soltera de un niño recién nacido y prostituta, es expulsada del departamento donde trabaja y cuida a su hijo. Ambas películas se crean alrededor de lo que el cine convencional pondría como superación de una “etapa” difícil de la vida. Pero Berneri sabe que el mundo no funciona así y sus personajes tienen otros principios y otras maneras de entender sus propias vidas.
Alanis es una chica que a diario se enfrenta a los dedos que señalan en la prostitución una ruta fácil o un modelo de vida deplorable. La directora, en cambio, construye un personaje que sabe que el mundo la excluye y no la vemos escondiéndose ni lamentándose. Tampoco la expulsión de su hogar parece algo nuevo, ni las incómodas preguntas a las que la someten sobre su trabajo. La directora tampoco limita lo que vemos; entendemos a Alanis desde su ansiedad por algo estable, la vemos contestando un celular con una voz infantil, la vemos tomando dinero y ropa de su tía para escabullirse a trabajar. Alanis no es una chica que necesite cambiar de vida porque entiende que no hay un cambio, que no hay una puerta abierta para ella. Una escena impactante, por ejemplo, es cuando su tía le consigue un trabajo limpiando el departamento de una mujer.
Berneri es sutil en la construcción de lo que atropella la vida (hombres generalmente) de sus personajes principales, porque así, con sutilezas y en silencio, es como eso opera en el mundo. Son dos hombres los que entran, por la fuerza, al departamento de Alanis para inmediatamente después engañarla. Es un hombre el que, nuevamente engañando a Alanis, la deja por fuera del departamento sin darle sus cosas. Un hombre el que la interroga, casi con burla, en la cárcel. Paralelo a eso, la directora no se interesa tanto en los clientes de Alanis más allá de un viejo que vemos en un auto, un taxista y las llamadas anónimas. Son deliberadamente excluidos porque Alanis no es víctima de sus clientes sino del prejuicio que la sociedad tiene sobre ella. Y ahí se deja leer la postura de la directora.
La escena que concentra el tacto con el que Berneri construye su película es cuando, casi al final de la película, vemos por primera vez a Alanis teniendo sexo con un hombre. En una habitación de motel intercambian insultos mientras Alanis está frente a un espejo mirándose. Alanis y Anahí Berneri (no me parece coincidencia que los nombres se parezcan tanto) preguntan: ¿cuál es la vida fácil? ¿quién tiene la vida fácil?
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