Un par de venados cruzó cerca a nosotros, en el patio del Hotel Caribe, de Cartagena, donde realizábamos la entrevista. Celia Rico se sorprendió por la presencia de los cérvidos en el lugar, y desplegó su enorme sonrisa. Pensé que algo especial debe de haber en la mirada de los cineastas. Aquel momento sencillo, bajo el sol picante, rodeados de naturaleza y rumor de aves, alimentaba quizá de forma inconsciente el sentido de observación de Celia y le daba gusto a su aguda sensibilidad, la misma que le dio vida a su primer largometraje de ficción, Viaje al cuarto de una madre.
Se trata de una historia íntima sobre una madre y una hija, cuya relación se desarrolla entre los muros de una casa. El argumento se enfoca en la transformación que sufren las dos cuando la hija decide viajar a Inglaterra a estudiar inglés y a trabajar como niñera. Es un film que deja entrever cómo el partir, dejar el hogar, cambia la relación con el entorno y con la soledad, y, a partir de esa misma experiencia, cómo el individuo evoluciona y edifica su propio devenir.
La idea, según cuenta Celia, nace de su multipremiado cortometraje Luisa no está en casa (2012), en el que la presencia de una casa funcionó como un personaje más dentro del argumento y donde exploró la relación del espacio privado y el público. En el proceso de escritura de Viaje al cuarto de una madre quiso continuar la reflexión en torno a la casa, esta vez en cómo esta opera, a un mismo tiempo, como refugio y como cárcel, a lo cual sumó una experiencia personal relacionada con su propia partida del hogar.
“Con mi familia tengo una relación basada en el teléfono -afirma Celia con sencillez, como si estuviera revelando algo muy íntimo-. Con el tiempo me he dado cuenta de lo determinante que es marcharse de casa y lo difícil que puede resultar corresponder al amor de los padres cuando se está lejos. Eso es algo que a mí me preocupa y me hace sentir mal en determinados momentos. Desde ese malestar decido escribir y pensar un poco en qué significa ser hija y ser madre”.
La construcción de los personajes
El gran valor del film de Celia Rico reside en la construcción tan minuciosa de los personajes, así como en la capacidad de otorgarles su carácter y evidenciar sus sentimientos y transformaciones a través de la relación que ellos tienen con los objetos y con la casa en la que habitan. El argumento se teje a partir de esta construcción y marca su ritmo, además de crear un firme vínculo entre los personajes y el espectador.
“En el proceso de escritura y de puesta en escena procuré siempre estar muy apegada a la emoción del personaje –explica Celia–. Para mí era muy importante lo que sucedía en su interior en un momento determinado y poder reflejarlo adecuadamente. Para ello me enfoqué en los gestos, que permiten revelar más de lo que se dice o evidenciar contradicciones. Fue una búsqueda casi obsesiva por encontrar la emoción en los gestos, apoyándome además en el universo que había creado en la película, como los objetos. Todo esto me ayudó a explicar recorridos emocionales”.
En efecto, la comunicación entre el personaje y los objetos, y cómo estos también ayudan en la construcción del argumento, es constante: el televisor, una máquina de coser que se estropea, el teléfono celular, una cafetera que no se puede abrir, unos zapatos que caen. Todo esto permite, en palabras de Celia Rico, crear los estados emocionales de los personajes y atisbar lo oculto en su cotidianidad; lo que está allí ubicado en algún lugar de la casa, o recogiendo polvo entre un armario, va develando, poco a poco y entre dientes, el pasado que condujo a la madre y a la hija a su estado en la historia.
El diálogo es entonces apenas el trasfondo de lo que cuenta la imagen, tiene el tono de la rutina, es el preámbulo a la elocuencia del mensaje que reside en el interior de los personajes. El espectador, sin embargo, no se pierde en la interpretación, resultado de un cuidado criterio de la directora al elegir qué tanto revelar con palabras y qué tanto con la imagen.
“Hay un momento en que no se sabe si se está mostrando demasiado poco para que el espectador pueda entrar en el recorrido -señala la realizadora- o si, por el contrario, se está mostrando demasiado; es una labor muy delicada. En el proceso de escritura hice una depuración. En las primeras versiones había escenas más dialogadas. Busqué entonces que determinada frase de un personaje, en un diálogo, dijera lo mismo con una palabra o que en vez de la palabra fuera un objeto el que expresara la idea”.
El trabajo actoral
Viaje al cuarto de una madre se destaca, también, por la actuación de las dos actrices principales: la legendaria y prolífica Lola Dueñas, en el papel de la madre (Estrella), cuya trayectoria se extiende a obras importantes como la reciente Zama (2017), en algunas de las películas más destacadas de Pedro Almodóvar, como Volver (2005) y Hable con ella (2002), o en Mar adentro (2004), de Alejandro Amenábar, por solo nombrar algunas, y la joven Anna Castillo, que por el papel de la hija (Leonor) obtuvo los premios Feroz, Círculo de Escritores Cinematográficos, Unión de Actores y el Gaudí.
Un film tan enfocado en dos personajes, que además buscaba que expresaran sus emociones con sus gestos y con su relación con el entorno, requirió una juiciosa preparación de parte de las dos actrices, además de una labor conjunta entre ellas para poder moldear la relación filial que existía entre la madre y la hija, y así fortalecer el devenir del argumento.
“La labor con Lola y Anna fue muy interesante –cuenta Celia–, porque las dos son bastante parecidas como actrices, tienen mucho en común. Ambas encontraban su mejor momento en la misma toma; lo lograban en conjunto, lo cual era muy importante, porque es una película de dos personajes que prácticamente forman uno solo, entonces tenía que haber mucha química entre ellas”.
La directora explicó, además, que el desarrollo de la personalidad y carácter de los personajes consistió en ir en la dirección contraria a lo que las actrices son en su forma de ser. “Lola es muy diferente a Estrella –afirma Celia–. La actriz se define a sí misma como aire y el personaje es tierra. Tuvo que hacer todo un proceso de construcción de peso, por ello comió bastante para engordar y así ayudarse en esa construcción; aprendió a coser para, a través de ese oficio, encontrarse con Estrella y se enfocó en ponerle varias capas, para luego ir quitándolas a medida que se va liberando de la responsabilidad de cuidar la hija. Anna, por su lado, es una persona muy expresiva e impulsiva, contrario a Leonor, que es alguien a quien le han cortado las alas, indecisa y que se refugia en sí misma. Entonces ella trabajó en aprender a concentrar sus emociones y de dejar que todo pasara por dentro y no por fuera”.
Una obra íntima
Aunque picante e insistente, el calor parecía débil. La conversación había creado una fresca sombra sobre nosotros. Celia se expresaba ya con libertad; había salido a flote la valentía que acaso habrá tenido durante la realización de esa película que retrataba su interior y la exponía ante un mar de conocidos y desconocidos; de repente ya no hablaba de su obra sino de sí misma. Podríamos decir que un sutil oxímoron se dibujó en sus palabras, pues se expresó con orgullosa sencillez cuando le pregunté si se sentía satisfecha por el resultado de su película.
“Realizarla fue un acto de gran vulnerabilidad –afirma–. Tengo, por ejemplo, una imagen muy clara del proceso de edición. Me sentía como si saliera desnuda a una plaza a que todo el mundo comentara cómo era mi cuerpo y luego quisiera salir corriendo a esconderme en algún lugar; pero poco a poco me fui sintiendo más segura. Tiendo a ser bastante crítica con mi trabajo. Ya no es posible ver la obra como una película solamente, sino que también percibo en ella lo que no se consiguió hacer, todas las intenciones que se quedaron en el camino. Ahora que ha pasado más tiempo desde el estreno, intento ser más benevolente conmigo misma y con el resultado”.
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VIAJE A UN FILM DE CELIA RICO
Un par de venados cruzó cerca a nosotros, en el patio del Hotel Caribe, de Cartagena, donde realizábamos la entrevista. Celia Rico se sorprendió por la presencia de los cérvidos en el lugar, y desplegó su enorme sonrisa. Pensé que algo especial debe de haber en la mirada de los cineastas. Aquel momento sencillo, bajo el sol picante, rodeados de naturaleza y rumor de aves, alimentaba quizá de forma inconsciente el sentido de observación de Celia y le daba gusto a su aguda sensibilidad, la misma que le dio vida a su primer largometraje de ficción, Viaje al cuarto de una madre.
Se trata de una historia íntima sobre una madre y una hija, cuya relación se desarrolla entre los muros de una casa. El argumento se enfoca en la transformación que sufren las dos cuando la hija decide viajar a Inglaterra a estudiar inglés y a trabajar como niñera. Es un film que deja entrever cómo el partir, dejar el hogar, cambia la relación con el entorno y con la soledad, y, a partir de esa misma experiencia, cómo el individuo evoluciona y edifica su propio devenir.
La idea, según cuenta Celia, nace de su multipremiado cortometraje Luisa no está en casa (2012), en el que la presencia de una casa funcionó como un personaje más dentro del argumento y donde exploró la relación del espacio privado y el público. En el proceso de escritura de Viaje al cuarto de una madre quiso continuar la reflexión en torno a la casa, esta vez en cómo esta opera, a un mismo tiempo, como refugio y como cárcel, a lo cual sumó una experiencia personal relacionada con su propia partida del hogar.
“Con mi familia tengo una relación basada en el teléfono -afirma Celia con sencillez, como si estuviera revelando algo muy íntimo-. Con el tiempo me he dado cuenta de lo determinante que es marcharse de casa y lo difícil que puede resultar corresponder al amor de los padres cuando se está lejos. Eso es algo que a mí me preocupa y me hace sentir mal en determinados momentos. Desde ese malestar decido escribir y pensar un poco en qué significa ser hija y ser madre”.
La construcción de los personajes
El gran valor del film de Celia Rico reside en la construcción tan minuciosa de los personajes, así como en la capacidad de otorgarles su carácter y evidenciar sus sentimientos y transformaciones a través de la relación que ellos tienen con los objetos y con la casa en la que habitan. El argumento se teje a partir de esta construcción y marca su ritmo, además de crear un firme vínculo entre los personajes y el espectador.
“En el proceso de escritura y de puesta en escena procuré siempre estar muy apegada a la emoción del personaje –explica Celia–. Para mí era muy importante lo que sucedía en su interior en un momento determinado y poder reflejarlo adecuadamente. Para ello me enfoqué en los gestos, que permiten revelar más de lo que se dice o evidenciar contradicciones. Fue una búsqueda casi obsesiva por encontrar la emoción en los gestos, apoyándome además en el universo que había creado en la película, como los objetos. Todo esto me ayudó a explicar recorridos emocionales”.
En efecto, la comunicación entre el personaje y los objetos, y cómo estos también ayudan en la construcción del argumento, es constante: el televisor, una máquina de coser que se estropea, el teléfono celular, una cafetera que no se puede abrir, unos zapatos que caen. Todo esto permite, en palabras de Celia Rico, crear los estados emocionales de los personajes y atisbar lo oculto en su cotidianidad; lo que está allí ubicado en algún lugar de la casa, o recogiendo polvo entre un armario, va develando, poco a poco y entre dientes, el pasado que condujo a la madre y a la hija a su estado en la historia.
El diálogo es entonces apenas el trasfondo de lo que cuenta la imagen, tiene el tono de la rutina, es el preámbulo a la elocuencia del mensaje que reside en el interior de los personajes. El espectador, sin embargo, no se pierde en la interpretación, resultado de un cuidado criterio de la directora al elegir qué tanto revelar con palabras y qué tanto con la imagen.
“Hay un momento en que no se sabe si se está mostrando demasiado poco para que el espectador pueda entrar en el recorrido -señala la realizadora- o si, por el contrario, se está mostrando demasiado; es una labor muy delicada. En el proceso de escritura hice una depuración. En las primeras versiones había escenas más dialogadas. Busqué entonces que determinada frase de un personaje, en un diálogo, dijera lo mismo con una palabra o que en vez de la palabra fuera un objeto el que expresara la idea”.
El trabajo actoral
Viaje al cuarto de una madre se destaca, también, por la actuación de las dos actrices principales: la legendaria y prolífica Lola Dueñas, en el papel de la madre (Estrella), cuya trayectoria se extiende a obras importantes como la reciente Zama (2017), en algunas de las películas más destacadas de Pedro Almodóvar, como Volver (2005) y Hable con ella (2002), o en Mar adentro (2004), de Alejandro Amenábar, por solo nombrar algunas, y la joven Anna Castillo, que por el papel de la hija (Leonor) obtuvo los premios Feroz, Círculo de Escritores Cinematográficos, Unión de Actores y el Gaudí.
Un film tan enfocado en dos personajes, que además buscaba que expresaran sus emociones con sus gestos y con su relación con el entorno, requirió una juiciosa preparación de parte de las dos actrices, además de una labor conjunta entre ellas para poder moldear la relación filial que existía entre la madre y la hija, y así fortalecer el devenir del argumento.
“La labor con Lola y Anna fue muy interesante –cuenta Celia–, porque las dos son bastante parecidas como actrices, tienen mucho en común. Ambas encontraban su mejor momento en la misma toma; lo lograban en conjunto, lo cual era muy importante, porque es una película de dos personajes que prácticamente forman uno solo, entonces tenía que haber mucha química entre ellas”.
La directora explicó, además, que el desarrollo de la personalidad y carácter de los personajes consistió en ir en la dirección contraria a lo que las actrices son en su forma de ser. “Lola es muy diferente a Estrella –afirma Celia–. La actriz se define a sí misma como aire y el personaje es tierra. Tuvo que hacer todo un proceso de construcción de peso, por ello comió bastante para engordar y así ayudarse en esa construcción; aprendió a coser para, a través de ese oficio, encontrarse con Estrella y se enfocó en ponerle varias capas, para luego ir quitándolas a medida que se va liberando de la responsabilidad de cuidar la hija. Anna, por su lado, es una persona muy expresiva e impulsiva, contrario a Leonor, que es alguien a quien le han cortado las alas, indecisa y que se refugia en sí misma. Entonces ella trabajó en aprender a concentrar sus emociones y de dejar que todo pasara por dentro y no por fuera”.
Una obra íntima
Aunque picante e insistente, el calor parecía débil. La conversación había creado una fresca sombra sobre nosotros. Celia se expresaba ya con libertad; había salido a flote la valentía que acaso habrá tenido durante la realización de esa película que retrataba su interior y la exponía ante un mar de conocidos y desconocidos; de repente ya no hablaba de su obra sino de sí misma. Podríamos decir que un sutil oxímoron se dibujó en sus palabras, pues se expresó con orgullosa sencillez cuando le pregunté si se sentía satisfecha por el resultado de su película.
“Realizarla fue un acto de gran vulnerabilidad –afirma–. Tengo, por ejemplo, una imagen muy clara del proceso de edición. Me sentía como si saliera desnuda a una plaza a que todo el mundo comentara cómo era mi cuerpo y luego quisiera salir corriendo a esconderme en algún lugar; pero poco a poco me fui sintiendo más segura. Tiendo a ser bastante crítica con mi trabajo. Ya no es posible ver la obra como una película solamente, sino que también percibo en ella lo que no se consiguió hacer, todas las intenciones que se quedaron en el camino. Ahora que ha pasado más tiempo desde el estreno, intento ser más benevolente conmigo misma y con el resultado”.
Los misteriosos venados en Cartagena
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