Dentro de la sección Forum, tentáculo de la Berlinale encargado de proteger películas de duraciones no convencionales y de procedimientos ilimitadamente sorpresivos, precisos, incluso febriles, cíclicos o quirúrgicos, Lina Rodríguez presentó su nueva película, Mis dos voces. Una película que nace del contacto con testimonios de migraciones, que lleva en sus imágenes ese viejo deseo de compartir y celebrar historias. La propia Lina Rodríguez se ha referido a ella como película de "texturas", pues la hizo como se hace un tejido: combinando materiales que correspondieran –o no– con el espíritu de Ana, Claudia y Marinela, las mujeres protagonistas.
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Sobre Mis dos voces, de Lina Rodríguez
Ya sabíamos que una obsesión directa de Lina Rodríguez es el hogar, la casa, la arquitectura de los afectos que, al mismo tiempo, resguarda y amenaza a la familia, la vinculación sanguínea y sentimental que guía y da forma (o que degolla y limita) a los humanos del mundo. Sin embargo, nada daba aviso de que su próxima película, Mis dos voces, sería, ella misma, una casa: tiene la intimidad de lo que se resuelve en la sala de un hogar.
Mis dos voces es una película de rigor y control, de voz y de espacio; es una película que se extiende y respira con preguntas que no oímos. La película nos obliga a fijar nuestra atención sobre las respuestas. Lina Rodríguez se encuentra con tres mujeres que comparten su relato alrededor de la experiencia de migrar, de irse, de expurgar de su vocabulario el verbo retornar. El primer efecto de estas reuniones orales es comprender que la migración es un desafío a la muerte. Y el segundo efecto es el de estar compartiendo una tensión de fricción importante. Mis dos voces, aunque testimonio, resiste, entonces, paradójicamente, la “facilidad” de dar rienda suelta al rostro que habla.
Hay en su procedimiento estructural algo de resistencia: nada en la película es totalmente homólogo, sincrónico. Mis dos voces persigue la idea del desfase, del descalce, del espejo que regala un reflejo corrido, invertido. La voz se resiste a la imagen y la imagen se resiste a la voz. Pocas veces el encuadre es estrictamente fijo, sin embargo, es una película fija. Así, Rodríguez se convierte en una especie de geómetra, interesada por la vinculación de las formas del espacio con el sutil movimiento axial de su cámara. Ella nos dice que una película hoy requiere de un aparato formal específico, íntegro, concreto. Y ese aparato, en Mis dos voces, es una sucesión prodigiosa de puntos que forman líneas, haciendo de la película un abundante entramado de, precisamente, líneas grandes, pequeñas, borrosas y delgadas. Intercalando la textura de una arquitectura apabullante y suntuosa con la de una vegetación doméstica fragmentada y estival.
Da la sensación de que ninguna ansiedad afecta a la película, en cambio, la agita la memoria, el recuerdo, el rastro sofisticado de una vida pasada, de un otro cuerpo ocupado, de una segunda voz que, a veces, colisiona con la primera.
El efecto formal es, al principio, desconcertante, un rato después, inquietante, más tarde lo desciframos como mecanismo intelectual y metafórico, y, justo cuando creemos resuelta la película, el horizonte se abre, las líneas, finalmente fugadas, dan paso a ojos, orejas, dientes, a las sonrisas que siempre genera una cámara frente a una mujer desprevenida, que estaba pensando en otra cosa y que no quiere, no del todo, no precisamente, que la cámara también capte ese pequeño pensamiento.
El proceso de la película no es el de la deformación sino el de la construcción. La película se convierte en un hogar que recibirá a los cuerpos enteros fabricantes de las voces que nos han acompañado.
Mis dos voces, suspendida en su tránsito (aludiendo siempre al desfase migratorio) y de paisajes recortados, comienza con la amargura del límite y con la férrea seguridad de la distancia. Finaliza con la sencilla impresión del verano, con la apertura de las fronteras visuales, con las consecuencias directas de un reto superado: cabeza en alto, felicidad moderada y ambición por narrar la propia historia.
Con cierta seguridad primigenia de que toda la tristeza del mundo le pertenece a un migrante, Mis dos voces es una (re)familiarización rigurosa con un nuevo paisaje. Una película que va del fragmento al todo, de la estrechez a la expansión, y que captura una hermosa luz de verano. Un nuevo sol de un nuevo amanecer. Mis dos voces encuentra la forma definitiva de la escena y de una vinculación directa y rica en ideas entre título de película y cuerpo de película.
Muy interesante!